100 días y una noche

José María Peredo Pombo. Catedrático de Comunicación y Política Internacional de la Universidad Europea de Madrid/La Razón

Habría que remontarse hasta 1980, y volver a la transición de Jimmy Carter a Ronald Reagan para encontrar un ejemplo tan disruptivo como el actual, en los primeros 100 días de presidencia en Estados Unidos. En aquel momento la conciencia del fracaso de Vietnam, la debilidad internacional de Carter, el pesimismo social y la larga crisis económica, pedían a voces y a gritos un cambio de orientación presidencial. Un actor de Hollywood, dominador del medio televisivo, con una carrera política sin luces ni sombras, pero con convicciones conservadoras en lo moral y liberales en lo económico propuso volver a hacer América grande otra vez.

El éxito del cambio republicano en los primeros años 80 tanto para los Estados Unidos como para la sociedad internacional, resultó incuestionable para la inmensa mayoría de la historia y la opinión. Con la excepción de las izquierdas radicales que vivían, y viven aún, atemorizadas con la posibilidad de que el modelo comunista de Europa del Este se fuera al garete, lo cual, tal cual sucedió poco después. La apuesta de Reagan por alzar la voz de la propaganda americana, reducir los impuestos, por ganar la carrera de defensa a los soviéticos y fortalecer las alianzas con las democracias aliadas, tuvo éxito. Aquellos cien primeros días anticiparon un cambio de orientación con un rumbo bien trazado.

La herencia de Donald Trump poco tiene que ver con la de Reagan. Barack Obama ha dejado una economía saneada, una política internacional renovada, una imagen imbatible en muchos entornos y una sociedad fracturada, en la que una parte demanda un cambio y otra se manifiesta por la continuidad. El fracaso de los primeros 100 días viene motivado, en gran medida, por la ansiedad de hacer desaparecer la herencia de Obama en materia de sanidad, medio ambiente o de tratados comerciales, y por creerse y hacerse creíble como presidente.

El propio Trump lo ha reconocido: “ser presidente es más difícil de lo que yo había pensado”. Lo mejor de estos 100 días en la Casa Blanca ha sido sin duda esta conclusión la cual significa (las comillas son mías), “me he dado cuenta de que la democracia americana es mucho más fuerte que mi equipo de asesores de campaña, que los desafíos de mi país exigen prudencia en las declaraciones y aliados en la política internacional, y que la gestión política global es muy compleja”. Después de los primeros días llega finalmente la primera noche. El presidente se encuentra ahora con una economía ralentizada, manifestaciones en las grandes ciudades contra la regresión ambiental, Europa debilitada, los aliados asiáticos pendientes de las pruebas del esperpento estratégico norcoreano y el yihadismo en Oriente Medio activo y asesinando.

La memoria de Reagan nos recuerda algunos logros de un presidente republicano con intención de recomponer la grandeza de América. Primero, si no hay valores liberales, respeto a las instituciones democráticas y aliados, no hay América. Segundo, la seguridad y el aumento del gasto en defensa no tiene que ir de la mano del militarismo. Reagan desarrollo la idea de la guerra de las galaxias y los escudos antimisiles sin lanzar uno solo. Tercero, en la era de la globalización, el aislacionismo no tiene cabida.

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