Opinión

BRICS: Nuevos vientos del Sur

Por Anwar Zibaoui

Foto: Vista de Pekín, capital de China, la principal potencia emergente del planeta.

Seguramente Jim O’Neill no previó el terremoto que sacudiría la economía mundial y el cambio de su centro de gravedad debido al agotamiento de las economías avanzadas y sus seguidas crisis cuando en 2001 inventó el acrónimo BRIC -iniciales de Brasil, Rusia, India y China- al que después se le añadiría la S de Sudáfrica. Los BRICS tienen en su poder más del 40% de la población mundial y representa el 25% del PIB del globo terráqueo. Un protagonismo que también se refleja en el peso de este grupo en la inversión, el consumo y las exportaciones mundiales. Las relaciones entre las economías desarrolladas e industriales del norte y los países emergentes se igualan. Las exportaciones entre los países del sur, es decir el comercio sur-sur, superan a las del norte-sur. Los países emergentes han aumentado su participación en el comercio mundial al 35%.  El acuerdo de los cinco países BRICS para crear dos nuevas instituciones financieras multilaterales -un Nuevo Banco de Desarrollo y un Fondo de Reservas- constituye un importante paso para la arquitectura financiera internacional.


El nuevo Banco de Desarrollo tendrá un rol central y un capital de 74,5 mil millones de euros (100.000 millones de dólares) en cinco años. Su objetivo será movilizar recursos para financiar proyectos de infraestructura y desarrollo sostenible no sólo en los miembros BRICS, sino en otros países emergentes. El Fondo de Reservas, a su vez, actuará como mecanismo preventivo y de apoyo a la liquidez para enfrentarse a la volatilidad y promover la estabilidad financiera. Este fondo está liderado por China con 30,5 mil millones de euros, mientras que Brasil, India y Rusia le van a la zaga con 13,4 mil millones cada uno. Sudáfrica, por su parte, ha puesto 3,7 mil millones.

El acuerdo es una respuesta al descontento de los BRICS por el escaso avance en la reforma financiera global para responder a los retos de las economías emergentes y en desarrollo, a la vez que representa un importante estímulo a la estabilidad. El mundo ha vivido un elevado numero de crisis: cuatro en la década de los setenta, 38 en los ochenta y 74 en los noventa. Son muestras de la volatilidad e inestabilidad como males endémicos y de que los países ricos son tan vulnerables a los vaivenes de los mercados financieros y a sus efectos de contagio como los países emergentes.


El acuerdo también presenta alternativas para los tres grandes desafíos: la gobernanza de las instituciones financieras multilaterales; lograr una mayor capacidad para canalizar recursos para financiar un desarrollo sostenible e inclusivo; y alcanzar una mayor estabilidad financiera global. En las últimas dos décadas, el sector financiero se ha expandido muy por encima del crecimiento del PIB. Entre 1990 y 2010, el valor de los activos financieros mundial pasó de 221 a 600 billones de dólares mientras que el PIB global creció de 22 a 64 billones. Para 2020, las estimaciones sitúan los activos financieros en 900 billones mientras que el PIB llegará solo los 100 billones.
Esto demuestra la importancia del mercado de capitales en la intermediación y los activos líquidos como los derivados, más que a un proceso de asignación del ahorro hacia proyectos de financiación para el desarrollo. No hay que olvidar que el gasto en infraestructura es un pilar esencial para potenciar el desarrollo económico, social y ambiental, ampliar el acceso a los servicios de los más vulnerables, y reducir la desigualdad.

El sistema financiero internacional lo han controlado un reducido grupo de países que también ostentan el mayor poder de voto y decisión en los organismos multilaterales. El reciente consenso de los BRICS es el acuerdo financiero más importante desde la creación de las instituciones de Bretton Woods. En este contexto, la constitución de las dos nuevas instituciones aporta aire fresco para el futuro. Pero todo dependerá de que se haga de forma constructiva, con mayor transparencia sobre los propósitos, y de que no pretenda luchar contra del Banco Mundial o del FMI. Su objetivo debe ser cambiar y reformar el sistema para beneficiar a todos. La estabilidad financiera de los BRICS es un elemento positivo para la economía global. Más allá de un asunto financiero, se trata de un avance histórico. Los países emergentes toman la responsabilidad de su propio desarrollo y disponen de sus recursos para financiarlo. Pero Los BRICS deben cambiar la percepción que tenía el Señor O’Neill, que pensaba que solo eran un buen mecanismo para presionar a los países ricos y participar activamente en la gestión de la economía mundial. Veremos si nuevas combinaciones de las grandes potencias emergentes pueden desempeñar un papel en el escenario mundial, ser capaces de ofrecer alternativas o de romper el estancamiento. Deben demostrar que son un grupo coherente. La marca ha calado y se han convertido en sinónimo de cambio, de mercados y crecimiento. Ahora, toca demostrarlo.