Cinco años después del 15-M

Paco Soto 

Pie de foto: Un grupo de contestatarios del 15-M en el centro de Madrid/El País.

“Se avergüenzan del amor, ahuyentan las ideas, comercian con su libertad, inclinan ante los ídolos sus cabezas y piden dinero y cadenas”.

Aleksandr Pushkin

Estamos en la segunda década del siglo XXI. Una terrible crisis económica ha asolado, y sigue golpeando, a buena parte de Europa. En 2008, España se hundió en la depresión económica y social, y años después llegaron a la política vendedores de humo y de amuletos con promesas de un mundo feliz sin ricos ni pobres y a cambio la ruptura del proyecto nacional, cívico y constitucional español y aventuras de incierto futuro. La corrupción golpea a todos los partidos y muchos delincuentes se han dedicado a la cosa pública con el objetivo de enriquecerse ilegalmente y tener poder. La sociedad, mayoritariamente asustada por el paro y la falta de perspectivas económicas, vive en la zozobra permanente, y muchos de los que han salido a la calle a protestar lo han hecho porque el gobierno de turno era conservador y de derecha. En la última etapa del zapaterismo, una parte importante de los que protestaron bajo la bandera del 15-M eran hijos de la clase media, muchachos y muchachas entre 20 y 30 años y con varias carreras debajo del brazo, pero con escaso bagaje cultural, y que no vivían precisamente en los barrios más pobres de las ciudades ni sabían demasiado de calamidades. Se apuntaron a la fiesta contestataria extremistas de izquierdas de distinto pelaje, oportunistas, viejos intelectuales gruñones rejuvenecidos de la noche a la mañana y hasta militantes de grupos ultraderechistas. Han pasado cinco años.

Ya sé que el 15-M fue un fenómeno social complejo, plural y digno de estudio, pero estoy aburrido de oír tópicos bobalicones sobre esos chicos y chicas que inundaron las calles de muchas ciudades españolas. Hubo de todo entre estos jóvenes y no tan jóvenes que legítimamente protestaron en todo el país. Tuvieron razón de denunciar un sistema económico que hacía aguas por todas partes y reivindicar nuevas maneras de hacer política. Pero creo que ya es hora de recordar que, además de mucha ingenuidad y pocas propuestas realistas, se apuntaron a la movida muchos nuevos sinvergüenzas de la política. Fundamentalmente de extrema izquierda. Manipularon el 15-M, lo dividieron, lo convirtieron en una caricatura de desobediencia civil, lo desvirtuaron completamente y lo arrastraron por la senda de la nueva política, que apesta tanto y es tan vieja como la de siempre. De estos polvos maniobreros vienen los lodos de Podemos y sus confluencias.

Ultraizquierda

La no tan nueva ultraizquierda de toda la vida pero readaptada a los tiempos de hoy y  presuntamente financiada por el neofascismo rojo venezolano y la teocracia iraní, se nutre ideológicamente de los restos del naufragio comunista y otras corrientes del izquierdismo, dice haber leído al italiano Antonio Gramsci y al posmarxista argentino Ernesto Laclau, se codea gustosamente con independentistas y filoetarras de la periferia española, desayuna, almuerza, merienda y cena populismo demagógico, vende ilusiones y miente descaradamente, y ha sacado del baúl de los recuerdos y desempolvado iconos, cánticos y banderas del pasado porque no tiene propuestas novedosas a los problemas de la sociedad española y del capitalismo del siglo XXI. En resumidas cuentas, se prepara para asaltar los cielos, es decir: tomar el poder por las urnas y aplicar en España viejos experimentos que han fracasado en todas partes. Muchos españoles, hartos de los partidos tradicionales corroídos por la corrupción y que no cumplen con sus promesas, se han dejado engatusar por los jefes sin escrúpulos de Podemos y sus aliados en diversas ciudades y comunidades. Cansados de tantos problemas sociales que se amontonan y golpeados por la crisis, estos españoles respetables y de buena de fe se han dejado arrastrar por líderes demagogos que les prometen que acabarán con el paro, la pobreza y las injusticias. No se dan cuenta que la ultraizquierda y la ultraderecha nunca solucionan los problemas, sino que los empeoran. En todas partes, los ultras de la derecha y la izquierda utilizan el sistema democrático para destruirlo, y sus ideas nauseabundas les han llevado siempre al autoritarismo y la violencia. España no es una excepción.

Los niños pijos del radicalismo

Pero ojo, no pensemos que todos los votantes y seguidores de Podemos y sus confluencias pertenecen a sectores desheredados de la población y desencantados con el PSOE e incluso el PP. La mayoría de sus dirigentes y cargos públicos, como revelan varios reportajes periodísticos, pertenecen a la clase media y media alta y muchos son funcionarios del estado. Una parte de sus militantes más activos también. Así es la extrema izquierda española. Nuestros niños pijos pueden patalear, vociferar, dejarse el pelo largo, cubrirse el cuerpo de tatuajes y ponerse un aro en el cojón izquierda, en el caso de los chicos, o en el pezón de la teta derecha, si son chicas, lucir una camiseta con la cara del Che, mover las manos o levantar el puño, maldecir a los banqueros y empresarios, pero no pueden ocultar que hacen parte de una generación de niñatos malcriados y consentidos. Nunca les ha faltado de nada y no han tenido que luchar por conseguir metas en la vida, porque no creen en ello y desprecian el mérito y el esfuerzo. Son valores “fachas”, piensan estos pijos malcriados que sueñan con la revancha social y lograr un lugar en el entramado del poder sin el menor empeño.

Son, en gran medida, los seguidores dialécticos de aquellos hippies insoportables de los años sesenta del siglo XX que querían cambiar el mundo haciendo el amor y no la guerra, pero acabaron, gracias a la chequera de papá, dirigiendo países y multinacionales. Así podrían acabar en el futuro rebeldes de pacotilla como Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y Carolina Bescansa. El caso de Juan Carlos Monedero es más complejo, porque este personaje sí se cree las tonterías que defiende públicamente. Monedero puede ser tonto, además de sectario, pero no es tan cínico y mentiroso como Iglesias. Por eso fue apartado de la cúpula del partido. Mientras, los pijos-progres que leyeron tarde a Lenin y se dejaron seducir por el gorila golpista venezolano Hugo Chávez y otros miserables sudamericanos de su misma condición pueden hacer mucho daño al país, fomentando el odio social e ideológico y la división. Y destrozando las energías de muchos ciudadanos que honestamente se han creído sus delirios políticos y votan a Podemos.

Pablo Iglesias y sus aliados de Cataluña, Comunidad Valenciana y Galicia.

Pie de foto: Pablo Iglesias y sus aliados de Cataluña, Comunidad Valenciana y Galicia.

Época posmoderna

Frente al peligro que representa la ultraizquierda en España, creo que sería un error que los ciudadanos que no se han dejado atrapar por su asqueroso populismo permanezcan callados y pasivos. Es un riesgo que corre nuestra sociedad en una época posmoderna donde lo social estalla y lo político se disuelve o se transforma en una profesión bien remunerada; y el individuo, supuestamente, es el rey y maneja su existencia a la carta. Es una época donde se consolidan nuevas actitudes, como la apatía, el cinismo, el narcisismo y la frivolidad. Las ideas están en bancarrota y los partidos políticos se han hundido en el más completo eclecticismo y pragmatismo; son máquinas burocráticas que, además de dar de comer a muchos vagos, sirven para colocar a familiares y amigos. Da igual que sean progres o conservadores, de izquierda o de derecha; tienen una cara dura impresionante y mienten como bellacos. Progres y conservadores llevan años afilando los cuchillos de la competencia rastrera con un solo objetivo: estar siempre en la arena del poder con el fin de granjearse un lugar al sol que más calienta. Y los ‘progres’, además, tienen la desfachatez de decir que sus ideas políticas son moralmente superiores a las de la derecha. ¡Se habrá visto semejante desfachatez!

Un mundo confuso

Vivimos una etapa difícil y confusa, probablemente una nueva época histórica. Conocemos días turbados por la desesperación. Un sepulcral silencio roto de vez en cuando por aislados gritos de rebeldía auténtica reina en muchas partes del planeta. Quizá nunca antes la humanidad se encontró tan a falto de perspectivas. La alegría de vivir está ausente en muchos lugares y el odio campa a sus anchas. Las palabras del filósofo ruso Hertzen diagnostican bastante bien el mundo de hoy: “Todo se empequeñece y marchita sobre un suelo desnutrido. No hay talentos, no hay fuerza creadora, no hay pensamiento vigoroso, no hay fuerza de voluntad, es un mundo que ha sobrevivido a su época de gloria”. Cuando a principios de los años sesenta del siglo pasado Bob Dylan saltó a la palestra como estandarte del humanismo y la rebeldía personal todo era muy bonito en el mundo capitalista desarrollado. En Norteamérica, Japón, Australia y Europa Occidental la productividad alcanzaba cotas hasta entonces desconocidas, los sueldos subían y los trabajadores accedían a niveles de bienestar altos. El mundo capitalista desarrollado parecía funcionar. España, a trancas y barrancas, se enganchó a la Europa desarrollada en la década de los 60 y en 1975 se convirtió en la décima economía mundial. 

El camino de Bob Dylan

Para muchos progres e hippies todo se reducía a una cuestión de “mala distribución” de la riqueza o “maldad” de los capitalistas. Dylan fue el primero en adoctrinar a los jóvenes rebeldes hijos de papás con estos gemidos lastimeros: “¿Cuántos caminos ha de recorrer un hombre/para que al fin pueda ser llamado hombre?/¿Y cuántos mares ha de atravesar una paloma blanca/para poder dormir en la arena?/¿Y cuántas veces puede volver un hombre la cabeza/ y hacer como si no hubiera visto nada?” (Blown in the word). Millones de jóvenes siguieron el mismo camino de Dylan y pensaron que tan sólo había que cambiar la propia mente, liberarse personalmente, consumir drogas y habitar alguna tierra prometida. Triunfó la revolución de lo cotidiano, tras las revoluciones económicas y políticas de los siglos XVIII y XIX. Los grandes problemas de la humanidad, como las guerras, los conflictos de clases, la división del trabajo, la opresión de la mujer y las minorías sexuales, las injusticias en el mundo desarrollado y la tremenda miseria en el Tercer Mundo, quedaron relegados a respuestas superficiales y banales, en el caso de los progres e hippies; y a brutales y dogmáticas alternativas cuando fueron defendidas por las sectas de extrema izquierda.

De la bonanza a la crisis

Hace 40 o 50 años, los progres, los hippies y otros cantamañanas fueron, objetivamente, la cara amable de un sistema en crisis que necesitaba urgentemente renovarse, adaptarse a la época de bonanza y bienestar que atravesaba el mundo desarrollado. La situación empezó a cambiar en la década de los ochenta del siglo XX. Diversas crisis golpearon a los países avanzados, el ‘socialismo real’ se hundió como un castillo de naipes y dejó a la izquierda más cavernícola huérfana de referentes e ideas; la socialdemocracia perdió el norte, el islamismo político alcanzó una presencia notable, e incluso el poder, en muchos países musulmanes. Estallaron guerras, se desmembraron estados, surgieron potencias emergentes y Europa entró en una plácida decadencia política, económica, social y moral. La última crisis financiera y económica ha dejado noqueados a la mayoría de los europeos. Los españoles, que se llegaron a creer que eran los más ricos del mundo capitalista avanzado, se despertaron con resaca de un largo sueño, y si en tiempos de crecimiento miraron con arrogancia y desprecio a sus vecinos más pobres y a los millones de inmigrantes que llegaron a nuestro país a construir casas y autovías, recoger naranjas, fresas y tomates, confeccionar camisetas, servir copas y limpiar mierda, ahora se han convertido en plañideras profesionales.

El pensamiento Alicia

José Luis Rodríguez Zapatero, que pasará a la historia como un campeón  del pensamiento absurdo, flácido e inconsistente, hizo creer a millones de españoles a base de mentiras y sonrisas tontas que España se iba a convertir en una suerte de Noruega del Sur de Europa. No ha sido así. El filósofo Gustavo Bueno sostiene que Rodríguez Zapatero es un fiel exponente del denominado ‘pensamiento Alicia’. Bueno ha escrito un libro sobre esta cuestión: ‘Zapatero y el pensamiento Alicia. Un presidente en el país de las maravillas’. El filósofo arremete contra el expresidente del Gobierno y sus secuaces, que gracias a una terrible casualidad que le fue favorable al PSOE, los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, hábilmente manipulada por el Grupo Prisa y el aparato de propaganda socialista, ganaron las elecciones y llegaron al poder.

Zapatero prometió que transformaría a España en un paraíso en la tierra, porque es un fiel exponente del ‘pensamiento Alicia’. Según Bueno, el ‘pensamiento Alicia’ es “la degeneración de la ideología socialdemócrata, de la ideología del PSOE”. “El pensamiento Alicia procede representándose un mundo distinto del mundo real, y no sólo esto, sino, lo que es más interesante, un mundo al revés de nuestro mundo, como es propio del mundo de los espejos”, dice el filósofo español. Recalca que “al representarse el mundo al revés, el pensamiento Alicia no quiere tener conciencia de las dificultades que habría que vencer para llegar a él, ni, por tanto, de los métodos o caminos que sería preciso habilitar. Todo es mucho más sencillo: se tiene la voluntad de pasar a ese mundo al revés y basta”. El 15-M heredó algunas ideas del ‘pensamiento Alicia’.

Volver a la cordura

Casi ocho años de ‘pensamiento Alicia’ dejaron un poso de tontería tan grande en España, son tantos los disparates que se cometieron, tan graves los errores en materia de política económica y exterior, tan absurdas las divisiones sociales en torno al franquismo y la guerra civil, la Iglesia católica o la familia tradicional, que no sé cuántos años necesitaremos para sanear el país y que vuelvan la cordura y la racionalidad. No veo al PP, y en general a la derecha, con la capacidad intelectual y política suficiente para liderar esa batalla. Durante cuatros años, Mariano Rajoy se centró en intentar sacar a España de la crisis, lidiar con la corrupción interna en su partido y hacer frente al legítimo e inevitable descontento popular que provocaron sus recortes y reformas estructurales. Creo que ni el PP ni el PSOE están en condiciones de impulsar una profunda renovación de la vida política, social, económica e intelectual del país, porque son parte del problema. Y esto es inquietante, porque esta incapacidad de los grandes partidos nacionales genera un vacío que podría ser ocupado por populistas de corte autoritario como Podemos y sus amistades peligrosas, y quien sabe si mañana por la ultraderecha.

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, y el ex número tres de la formación, Juan Carlos Monedero/Reuters.

Pie de foto: El líder de Podemos, Pablo Iglesias, y el ex número tres de la formación, Juan Carlos Monedero/Reuters.

Callados al matadero

Nuestra sociedad posindustrial y posmoderna española se ha convertido en un pantano de aguas estancadas y en ellas chapotean muchos de nuestros intelectuales, hombres y mujeres que, teóricamente, se dedican profesionalmente al difícil ejercicio del pensar. Muchos de nuestros intelectuales oficiales se han convertido en buscadores de academias, en relumbrones de salón real y en aspirantes a figurones de covachuelas ministeriales. Eso sí, nuestros intelectuales de postín fruncen el ceño analítico, olfatean a los cuatro vientos y proclaman lapidarias afirmaciones que dejan sin reacción al común de los mortales. La vertiente radical de esta intelectualidad ha descubierto las supuestas bondades de Podemos y de sus colegas de barras de bar, mítines en ateneos y algaradas callejeras.

En este contexto, resulta curioso, sino patético, ver a jueces y juristas aburguesados, actores y escritores adinerados, periodistas desvergonzados, y hasta a un exgeneral que fue jefe de las Fuerzas Armadas y ahora ha descubierto que es “pacifista y antimilitarista”, apoyar a Podemos y reírle las gracias al caudillo Pablo Iglesias. Todo un ejército de oportunistas de la pluma y de castradores del pensamiento, con la ayuda de la televisión basura, nos somete a diario a un lavado de cerebro. Sus ideas al servicio de Podemos son flojas pero las defienden con contundencia. Básicamente se resumen así: “El sistema está acabado, los partidos viejos no sirven y Podemos es la solución”. Estos matarifes de la inteligencia intentan como sea promover la apatía frente al maremoto de la ultraizquierda. Quieren que vayamos calladitos y con la sonrisa en la boca al matadero.

La historia continúa

Los griegos, que eran bastante más inteligentes que muchos intelectuales occidentales de hoy en día, sostenían con buen criterio que lo más digno del hombre es su capacidad de pensar. La paradoja del pensamiento radica en que sólo si aquél se ejerce “sin horizontes pragmáticos”, para decirlo con palabras del filósofo Eugenio Trías, acaba produciendo frutos que a la larga tienen uso social y capacidad de mejorar el mundo. No hemos llegado al fin de la historia, como hace bastantes años aseguró el pensador estadounidense Francis Fukuyama. Afirmar tal cosa fue absurdo y difícil de entender en una persona inteligente y con la cabeza bien poblada como Fukuyama. El silencio patético de muchos intelectuales frente al imparable avance del populismo izquierdista y antidemocrático y el agotamiento de las ideas que defienden partidos como el PP y el PSOE provocan desorientación y confusión.

Pero es mejor no tirar la toalla, porque aunque Podemos y sus confluencias no ganen las próximas elecciones y no lleguen al poder y a controlar los aparatos del estado, el daño que están haciendo a la sociedad española es enorme. Hay muchos ciudadanos políticamente inteligentes y librepensadores, en la izquierda, el centro y la derecha, que se han dado cuenta que Podemos y sus aliados son una falsa y mala solución a los graves y numerosos problemas que atraviesa España. Pienso que sería mejor reaccionar a tiempo y librar las oportunas batallas en el terreno de las ideas con los nuevos populistas y vendedores de crecepelos y otros falsos remedios. En caso contrario, lo podríamos lamentar amargamente. De esto saben bastante los griegos y los venezolanos.

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