Opinión

Democracia

José María Peredo Pombo. Catedrático de Comunicación y Política Internacional de la Universidad Europea de Madrid

Puede que la antropología encuentre entre los restos del pasado, indicios de alguna voluntad comunitaria en la que se hubiera manifestado al menos un atisbo de la poderosa razón de la mayoría. Las asambleas de culturas ancestrales no pudieron ser un espacio sin ningún tipo de influencia sobre los poseedores de las armas ni sobre los manipuladores de los enigmáticos y vistosos símbolos del poder. Algunos de los más sanguinarios tiranos de la historia eran seducidos por los sentimientos del pueblo. 

Sun Tzu consideraba que la preparación para la guerra debía de estar antecedida por una adecuada sensibilización del juicio público. El muy patricio senado romano abrió cauces de consulta y representación popular. El propio Hitler, tiempo después, alcanzó el poder que usó para exterminar a sus semejantes, a través de procedimientos democráticos.

Para nosotros los españoles, demócratas europeos herederos de la tradición liberal, convocados para cuatro procesos electorales en los próximos tres meses, que nos permitirán decidir sobre la orientación de nuestro gobierno, sobre nuestros representantes locales y comunitarios y sobre el futuro de Europa en el mundo del siglo XXI, la democracia es un derecho elaborado, una idea profunda e irrenunciable, un proyecto inclusivo, un concepto ateniense y civilizado: “debido a que el gobierno no depende de unos pocos sino de la mayoría”. Así lo resumió Pericles, para describir luego con más detalle la fisonomía de aquella imperfecta democracia en la cual no participaban las mujeres, ni tampoco los inmigrantes, ni menos aún los esclavos. “En lo que concierne a los asuntos privados – decía - la igualdad, conforme a nuestras leyes, alcanza a todo el mundo...en nuestras relaciones con el estado vivimos como ciudadanos libres...no sentimos irritación contra nuestro vecino si hace algo que le gusta...y en la vida pública, un respetuoso temor es la principal causa de que no cometamos infracciones”.

La democracia vivió en el ostracismo hasta que en la Edad Moderna, el liberalismo la rescatara para liberar a la sociedad del yugo de privilegios y absolutismos. Los ingleses abrieron el Parlamento para debatir sobre ella. Montesquieu y otros ilustrados dieron forma al equilibrio de poderes y a las instituciones para que “en un estado libre todo hombre se gobierne”, por medio de representantes, “porque el pueblo no puede gobernarse a sí mismo”. Rousseau la identificó con la voluntad general de una República. Los revolucionarios con el desarrollo de los derechos salvaguardados en una Constitución.

Algunas Monarquías agacharon la cabeza para ponerse a la altura de su dimensión. Madison trazó en América el nuevo territorio democrático: “una república extensa que cubra un vasto territorio y abarque una población considerable, es condición necesaria del gobierno no opresor”. La prensa y las ideologías la universalizaron en la edad contemporánea y los partidos conservadores y progresistas caminaron por la senda democrática.

Todos iguales dentro de la ley. Nada ni nadie fuera de ella. Viviendo la libertad con tolerancia. Atentos a las normas. Consecuentes con nuestros actos. Los ciudadanos españoles celebramos libremente la convocatoria electoral que nos permitirá decidir cuál será en los próximos años la orientación de nuestro futuro político. El Presidente Sánchez ha puesto la fecha para que el pueblo español complete el 28 de abril, y posteriormente en mayo, el designio que nos convierte en cada convocatoria en una comunidad política desarrollada, solidaria y libre. Llega el tiempo de la reflexión y del ejercicio responsable del voto.

Pero llega en un momento de especial trascendencia para España y para Europa. En nuestro país se abre la posibilidad de que las elecciones conformen alguna mayoría estable para afrontar el final de una crisis política y económica larga, envilecida y dolorosa. Los españoles tienen la oportunidad de elegir entre un abanico de alternativas políticas que recuerdan a la Transición y de líderes que deberán de estar a la altura de la más que probable exigencia de pactos y negociación. Ante tal disyuntiva conviene fortalecer la idea desde el principio de que los marcos legales y políticos en torno a los que se deberá de entablar el diálogo son la Constitución y los Tratados de la Unión Europea.

Es decir, las leyes fundamentales en torno a las cuáles se garantizan nuestros derechos y libertades, y se desarrolla nuestra democracia. Los partidos reformistas y los más críticos no pueden caer en las extravagancias de los populismos de derecha y de izquierda, y cuestionar elementos tan profundamente democráticos como la soberanía, el respeto a las instituciones, la solidaridad dentro del mercado o la libre expresión. 

Se acerca el momento de la reflexión y del ejercicio democrático responsable. El momento pacífico y tolerante de contrastar nuestras ideologías y de elegir a nuestros representantes. De animar a los jóvenes a participar. El tiempo de impulsar nuestra democracia y de avanzar.