Opinión

El Credo de los terroristas

 Mohamed Amin Mechbal
 
Pie de foto: Estudiantes en una escuela coránica
 
¿Qué diferencia hay entre los asesinos de Choukri Belhid en Túnez, Faraj Fouda en Egipto, Houssein Meroua en Líbano, Omar Ben Jelul y Benissa Ait Eljid en Marruecos, y los asesinos de los periodistas de Charlie Hebdo en Paris?
 
¿Qué diferencia hay entre el que comete a diario carnicerías en Siria, asesinando inocentes, haciendo cautivas a mujeres que son vendidas en mercados de esclavos en Irak y los asesinos de decenas de inocentes en la noche del 16 de mayo en la Casa de España de Casablanca y en el restaurante Árgana de Marrakech?   
Puede que las máscaras sean diferentes; cambian las apelaciones y grupos que planearon y  ejecutaron esos abominables crímenes, según  las condiciones históricas y el espacio en el que se mueven. Pero son los mismos desde las “Juventudes Islámicas” hasta “El Grupo Islámico Combatiente”, pasando por “Alqaeda” y terminando en “Daesh” o “Estado Islámico”. Pero lamentablemente no parece que la serie de terror y la locura en el mundo árabe haya llegado a su fin.
 
El terrorismo se convirtió hoy en  un fenómeno transcontinental, se alimenta de los males como el retraso crónico, el analfabetismo, la pobreza, la marginación y la tiranía.  Pretende personalizar un Islam puro y aplicar el ordenamiento de la Ley islámica “Acharia” con rigor. Se aprovecha de manera extraordinaria de los espacios  de libertades en el mundo virtual y de los medios de comunicación social, logrando apoderarse de las mentes de miles de jóvenes musulmanes que padecen en la mayoría de los casos una terrible carencia intelectual y pobreza cultural, incluidos temas relacionados con su propia religión. Sufren la crisis de identidad, viven la represión social y sexual. Es suficiente pues, para vencer sus problemas terrenales, huir hacia adelante levantando la bandera de la “Yihad”, para asegurare el paraíso y las vírgenes huríes. 
El credo de aquellos enrolados bajo las variopintas banderas del extremismo religioso no es el Islam, ni defender al profeta Mahoma. Esto queda patente con sus crueles atrocidades que se centran en Siria, Egipto, Libia, Irak y, antes, en Argelia, mientras no dispararon ni un solo disparo contra Israel, a sabiendas de que se supone que es su principal enemigo. Todo lo contrario, destacan en derramar sangre de los mismos musulmanes y en varias ocasiones, como ocurre en Siria, vemos grupos islamistas   que matan a otros  de la misma tendencia, que  comparten los mismos objetivos y no menos violentos, ni menos sanguinarios, solo porque no juran fidelidad o “Albaiha” al mismo emir. 
 
El fondo de la cuestión se sitúa a nivel de la “mente terrorista”, radica en su convicción de que es el poseedor de la verdad absoluta. Su peculiar manera de entender la religión le hace considerar que su concepción es la válida y la única posible. Por ello, rechaza de manera rotunda todo esfuerzo interpretativo modernista del Islam. Este intento lo considera una herejía y un extravío. Para ello, sacando de contexto y haciendo una errónea interpretación, citan un “hadit” de Mahoma que dice: “Toda novedad es herejía, toda herejía es extravío y todo extravío está en el infierno”. 
 
Los valores alcanzados por la humanidad, durante el periodo de la ilustración, pagando alto precio por ello, como el derecho a la diferencia y diversidad, la libertad de credo, la igualdad entre sexos, son  considerados por estos terroristas una apostasía. Incluso aquellos grupos del islam político, que pretenden la  moderación y actuar públicamente dentro de la legalidad, la  inmensa mayoría de ellos no creen en la democracia, el pluralismo ideológico y la diversidad. Para ellos, la democracia y la participación en las elecciones  municipales y legislativas son  solamente medios  que les permiten penetrar en los mecanismos del Estado y propagar su peculiar concepción de la religión, esperando que las circunstancias maduren, para derrocar la democracia y cambiarla por el sistema islámico consultivo llamado “Choura”  y aplicar las leyes islámicas llamadas “Acharia”
 
Por ello, el camino para la  lucha contra el terrorismo empieza, en primer lugar y ante todo, en consolidar la democracia política y social y renovar el discurso y los conceptos religiosos que quedaron anclados en el Medievo, para que nos sea posible enfrentarnos a los desafíos que nos impone el desarrollo y reducir el foso que nos separa de la civilización y de la modernidad.