Opinión

La posverdad

F. Javier Blasco

Palabra de no muy antigua creación -se atribuye al bloguero David Roberts quien la usó como concepto en 2010 en una columna en una revista electrónica-; pero que a pesar de ello se encuentra muy en boga y que incluso, hace unos meses, el Diccionario Oxford la señaló cómo la palabra del año 2016 -post-truth (en inglés), que en castellano se traduce en algo así como posverdad- Un concepto que se emplea para definir el espacio no cubierto y poco claro que se aloja entre la verdad y la mentira y que tiende a escapar de un rápido entendimiento por no encajar concreta o completamente con ninguna de ambas situaciones.

Básicamente, la palabra sirve para marcar una tendencia en la creación de los diferentes argumentarios o discursos y que se caracteriza por partir de la asunción de que la objetividad importa mucho menos que lo que se afirma en nuestro discurso ya que encaja perfectamente con el sistema de creencias que sentimos, compartimos o hacemos nuestro y que, al mismo tiempo, es casi el único que nos hace sentir bien o plenamente satisfechos[1].

Algunos autores también la conocen como “mentira emotiva” y que, en realidad, no es más que un neologismo que describe la situación en la cual, a la hora de crear y modelar la opinión pública, los hechos objetivos y reales tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales a las que recurrimos para darle forma a la idea fuerza. En cultura política, se denomina política de la posverdad (o política posfactual) a aquella en la que el debate se enmarca en apelaciones a emociones desconectándose de los detalles de la política pública o real y por la reiterada afirmación de puntos de discusión en los cuales las réplicas fácticas -los hechos- son sistemática y voluntariamente apartadas del escenario de discusión o totalmente ignoradas [2].

En definitiva, se podría resumir como la forma de actuar en “la que se plantea y defiende algo con apariencia de ser verdad, aunque no lo es.  Se usa porque puede llegar a ser más efectiva que la propia verdad; siempre, claro está, que dicha versión se presente y adorne de forma adecuada”. Pensamiento y razonamiento este que nos hace deducir, que, aunque la palabra definitoria sea de relativo o reciente cuño; no lo sea su concepto, su formato ni su uso.

Un nuevo-viejo sistema de embaucar a las personas y, fundamentalmente, de hacer política, que puede ser empleado en todo el amplio espectro político; pero, que mayoritariamente es usado, y con mucha frecuencia, por los partidos de corte populista para movilizar a las masas. Sobre todo, a aquellas llamadas inconformes y antisistema, que cansadas de escuchar y sufrir lo que no les gusta, no comparten ni entienden; se aferran a todo aquello que les regale los oídos y llene sus mentes de esperanzas, aunque sean falsas o no totalmente ciertas.

La vida reciente y nuestro entorno están plagados de claros ejemplos. Ejemplos, que sin duda han llenado las primeras páginas de nuestros diarios, ocupan los titulares de los programas televisivos de información y sobre todo, las masivas y recalcitrantes tertulias que disfrazadas de políticas, no hacen más que llenarnos a todos la cabeza de pájaros, odios, tirrias y fobias a los que les son contrarios y de vanas escusas o, lo que es peor, de grandes ensalzamientos y justificaciones de los que les son afines, por mucho que sea terca la realidad, las actitudes, hechos o ideas de estos y aunque realmente se aparten de toda seriedad y rigor e incluso, en ocasiones, de la más mínima legalidad exigible. 

Entre otras cosas, vemos como se defienden por doquier actitudes totalmente indefendibles como el llamado proceso de escisión de Cataluña, que incluso ha llegado, aunque no sabemos qué precio se habrá pagado por ello, a ser el tema central a modo de juez y parte de la editorial de un prestigioso diario norteamericano. Hasta qué extremo hemos llegado con la posverdad, para que en un país como EEUU se apoye una causa contra nuestra Constitución. Un país donde se defiende a ultranza la suya; tanto, que el uso y la tenencia de armas de fuego de diverso calibre está más que justificado, aunque estas produzcan miles de muertos anualmente, por el mero hecho de que dicho derecho, figura en su Carta Magna.

Otro ejemplo de rabiosa actualidad lo encontramos en las maniobras del gobierno de Navarra, que bajo, no sé qué zarandajas y posverdades, lo que realmente pretende es acabar con un reino milenario, anexionarlo al País Vasco – cubriendo la necesidad de masa crítica- y en un segundo paso. proclamar su independencia del resto de España.

Vemos como importantes gobiernos municipales logrados por arreglos y maniobras torticeras están llevando a varias de las ciudades más importantes de España a situaciones límite, en las que el paro aumenta, el nepotismo, enchufismo y la arbitrariedad contractual es la norma y no la excepción y, en las que las inversiones externas huyen a la vista de la inseguridad política y económica. Donde los verdaderos problemas de los ciudadanos son obviados y solo se atiende a los caprichos u ocurrencias de unas minorías tan minoritarias, que solo alcanzan unos porcentajes irrisorios.

La Iglesia Católica, sus costumbres y tradiciones milenarias son atacadas de forma despiadada al grito de la laicidad y neutralidad del Estado y por entender, que dichas prácticas, aunque sean mayoritarias, producen el hastío y la repulsa de minorías enrabietadas con el orden, la concordia y las buenas costumbres y tradiciones de arraigos centenarios. Sin embargo, y eso es lo peor de todo, movimientos totalmente minoritarios como las celebraciones del Orgullo Gay, son ensalzados, acompañados, jaleados e impuestos a una inmensa mayoría, que, aun siendo comprensiva con dicho movimiento y tendencias, no se identifica en absoluto con ellos, sus costumbres. Tanta desproporción, falta de mesura y excesiva publicidad, solo les aporta una mayor repulsa, si cabe, a los protagonistas directos e indirectos y a sus demostraciones populistas, gratuitas y en parte bastante desagradables para el que no las comparte. 

No se debe amplificar este tipo de actos, por muy aparentes, internacionales y, al parecer, productivos económicamente que resulten para ciudades como Madrid en las que estos días se vive un desenfrenado movimiento de exaltación de una forma de vida; que, aunque sea legal, está muy lejos de haberse convertido en algo generalizado y, que como he mencionado, hiere los sentimientos de aquellos que no lo practican.

Ver como las piscinas públicas madrileñas se convierten algunos días de este verano en centros abiertos a los nudistas al mismo tiempo que al público en general –niños incluidos- o que la propia televisión de la Comunidad, pagada con el dinero de todos los contribuyentes, no se limite a reflejar la celebración del orgullo, sino que se vuelque durante días en darle cobertura y pábulo a dichas prácticas o celebraciones y nos bombardee con películas referentes al ramo, no solo no es positivo para dichos movimientos, sino, que en mi humilde opinión, es mucho más que contraproducente.

Si nos fijamos en los movimientos de los partidos políticos y de sus máximos dirigentes nos damos cuenta que sus constantes cambios de opinión, rumbo e incluso de ideología, trufan las escenas políticas cotidianas. Puede que todo se deba a lo que se entiende como tacticismos o a la estrategia de estar siempre en movimiento continuo aunque este, de tanto usarlo, llegue a ser en sentido contrario para hacernos sentir y que se nos oiga o por no perder el puesto en el ranking político. Pero con ello, creo que lo que estos señores no entienden es que son sus votantes los que, al depositar el voto en las urnas, les aúpan y encumbran a la gloria o les destierran a la peor de las ignominias. Tanto cambio malamente justificado de orientación u opinión en temas trascendentes no es bueno para nadie; pero mucho peor lo es para el votante tradicional, que, con tanta diversidad de conceptos, acaba perdiéndose y con él, su voto cuando sea verdaderamente preciso. Tenemos muchos ejemplos cercanos de todo esto en Europa y, además, van en aumento e incluso en países donde no se esperaban como este fin de semana en Italia.

No se puede aspirar a gobernar ningún país en el mundo sin un concepto claro de lo que su estado y nación representa y significa; llenar de posverdades y vagas definiciones los discursos políticos puede sentarles bien a los seguidores incondicionales, que incluso se ríen de estos bandazos, como cuando el famoso actor cómico Groucho Marx decía aquello de “estos son mis principios, y si no le gustan tengo otros”, mientras rasgaba parcialmente el papel donde los llevaba escritos todos. El mundo y las personas son mucho más serias que todo eso. Actuaciones como la descrita están bien para películas de comedia; pero no para sustentar el futuro, la situación del mañana y el destino y progreso de nuestros hijos y nietos.    

La posverdad y sus consecuencias ha llevado al Reino Unido a su Brexit; un embrollo del que nadie sabe cómo acabará; pero, tengo la personal sensación de que no será bueno para nadie. Tras un maltrecho y reciente proceso electoral, basado en posverdades, los británicos ya están perdiendo plumas en sus negociaciones con la UE, y eso, que solo acaban de empezar. Posiciones o propuestas respetadas y siempre fallidas por la férrea oposición británica, como el tema de la defensa europea, ya están sobre la mesa y a buena velocidad de crucero. No sé, pero creo, que como se dice, “alguno ha hecho un pan como unas tortas”.

Otro ejemplo claro y muy evidente del empleo de posverdades ha sido el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales. Un hombre tremendamente populista que no ha dudado en crear y difundir todo tipo de argumentos para derrotar a su contraria política; pero, curiosamente y sin embargo, al parecer, no ha dudado en aplicarlos de verdad en su ideario y estrategia para lograr la presidencia del país más poderoso del mundo. Algunos de ellos ya le están rebotando, porque como ya escribí en su día; estas herramientas de lucha desleal, precisamente por su poca veracidad, suelen convertirse en armas nocivas por su efecto boomerang.

A la vista de los hechos y la reiteración de ciertas actuaciones, no es descabellado afirmar que las posverdades forman parte de las herramientas principales que emplean los medios de comunicación para ganar público y obtener pingues beneficios. Cosa que deberían revisar porque la gente acaba cansándose de tanto postureo y declaraciones equidistantes entre la verdad y la mentira, aunque con tendencia en derivar hacia esta última.

Al parecer, según determinadas resoluciones judiciales, también constituyen una práctica empleada por algunos órganos policiales y de la judicatura quienes -teniendo la obligación de ser totalmente sinceros, justos y ecuánimes en sus investigaciones e informes- se han venido transformando en jueces y parte de forma bastante arbitraria y muy dañina en determinados procesos que, a consecuencia de aquellas, han desencadenado grandes escándalos públicos de corte político que, como todos sabemos, llevan a penar y mucho al implicado y al partido en el que el investigado se encuentra encuadrado.

Últimamente venimos conociendo, y va en aumento, el archivo de varias sonadas macro causas que han sido gestadas con posverdades o elementos poco fiables; que, al parecer se basaron en informes muy parciales y puede que hasta tremendamente dirigidos a causar gran sensación y mucho daño personal, a su prestigio o al futuro político o comercial a las personas o entidades, que fueron encausadas. Un simple sobreseimiento de las causas y algún leve tirón de orejas a los órganos policiales, los jueces o los fiscales que llevaron la instrucción del caso, es todo lo que se obtiene. ¿Qué pasa con los daños ya causados y perjuicios para toda la vida? Esto queda sin respuesta.

Hay que ver a las situaciones límite a las que estamos llegando en la denuncia de los hechos, la implicación o no en los presuntos delitos realizados y en la aplicación de las resoluciones judiciales, sobre todo cuando los implicados son políticos de cierta relevancia, importantes hombres de negocios, grandes empresas, personajes famosos del arte o la farándula o jugadores estrella de futbol. Cuantas posverdades estamos viendo en estos temas y luego nos dicen que todos somos iguales ante la Ley o que Hacienda somos todos.   

Las posverdades son un elemento imprescindible para la denuncia de los llamados actos de odio o por el contrario, para el amparo de las denominadas actuaciones en el marco de la libertad de expresión. Baste ver el ensañamiento o la laxitud, según sea el caso, en unos u otros conceptos; cuando la realidad es que ambos tipos de hechos, están separados por una finísima línea imperceptible a todas luces. Cosa que llega a la máxima expresión cuando difiere totalmente el color político de los respectivos protagonistas.

Aunque no se hubieran definido como tales en otros tiempos, han sido también parte de las explicaciones de ciertos e importantes atentados o para la justificación de la existencia de determinados grupos y bandas terroristas.  Basta crear un escenario que complazca al ansioso espectador, que le aplaque sus expectativas de revancha o le cambie la predisposición hacia la verdad, para que no se hable más del tema. Que, aunque aquel no termine plenamente zanjado y debidamente aclarado y justificado, quede solo para el recuerdo de unos pocos y olvidado para el resto en un enorme baúl que ocupa el más recóndito rincón de sus recuerdos.

Sirven de justificación para la intervención o no en cualquier tipo de confrontación bélica e incluso para la creación de nuevos conflictos por el mero hecho de la idiosincrasia e intereses del país en cuestión o de sus dirigentes. Llevan al mundo al odio entre iguales y arrastran a los hombres de fe a convertirse en fanáticos terroristas al convencerlos de que en ese tipo de actividades está su salvación y la derrota del infiel. Mueven a justificar situaciones imposibles de justificar por una mente no infectada y ciegan para siempre los corazones a los demás cuyo único pecado es no ser o pensar como uno mismo. 

Lo dicho, nada nuevo sobre el horizonte; por mucho que se quiera disfrazar como un hecho nuevo o novedoso, la posverdad no es más que una vieja y fea costumbre que se usa para justificar todo tipo de conductas erróneas y erradas o, para convencer a aquellos predispuestos a ser convencidos de cualquier cosa o causa por extraña que esta sea. Un fenómeno y efecto que, por desgracia, arrastramos desde hace mucho tiempo, que forma parte de nuestro ADN y que, en realidad, se reduce simplemente a una más de las muchas definiciones que nos apresuramos en recoger e incorporar últimamente a nuestro vocabulario, aunque, al menos en esta ocasión, no la hemos mantenido en su idioma original como un anglicismo. Quizás por eso, pueda sonar a nuevo, aunque no lo sea.

[1] https://psicologiaymente.net/social/posverdad#!

[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Posverdad