Opinión

La responsabilidad de Europa en el Magreb (I)

Por Ramón Moreno Castilla
Foto:  Tetuán, la capital del Protectorado español en Marruecos.
 
Dice el viejo proverbio que “después de aquellas lluvias, vinieron estos lodos”. Por tanto, cuando nos referimos a las responsabilidades de Europa en el Magreb, y al margen de las políticas e instrumentos de la UE encaminados al desarrollo de esta importante región geoestratégica del continente africano, tenemos que referirnos, inexcusablemente, a las potencias europeas que colonizaron los cinco países que componen el Magreb -verdaderas responsables de la situación actual-. Esta política se inscribe en el reparto de África auspiciado por la Conferencia de Berlín de 1884. En la década de los 50 y 60 se produjeron las independencias de Libia (1951), Túnez (1956), Marruecos (1956), Mauritania (1960) y Argelia (1962). Pues bien, desde entonces todos estos países, que conforman la UMA (Unión Magrebí Árabe), han pasado por diversas vicisitudes y sufrido las consecuencias de las políticas intervencionistas de las exmetrópolis; cuando no, la constante y depredadora explotación de sus recursos naturales. Aunque habría que distinguir qué países y cuáles exmetrópolis, en función de la realidad y características de cada Estado. No es igual el colonialismo francés en Túnez, Argelia, Marruecos y Mauritania, que el colonialismo italiano en Libia, o el colonialismo español en Marruecos, que fue ejercido conjuntamente con Francia, en sus respectivos Protectorados.
 
La historia del colonialismo italiano en Libia, que fue breve en comparación con el de otras potencias europeas en África, comenzó en el siglo XX, unos años antes de la I Guerra Mundial, en 1912, cuando este país fue invadido por Italia una vez que otras potencias europeas como Inglaterra, Alemania y Francia pasaran de largo. El dominio italiano duró hasta después de la caída de Benito Mussolini en 1945; y el 24 de diciembre de 1951 Libia conseguiría la independencia de Italia. Pero antes, este país magrebí sufrió, como todos los países que fueron dominados por las potencias europeas, los estragos del colonialismo: matanzas, persecuciones, la subyugación y explotación del pueblo, y un sinfín de atrocidades. Así lo relata la esclarecedora película ‘El León del Desierto’, dirigida por Mustafá  Akkad, y protagonizada por el malogrado actor Anthony Quinn. Este film cuenta la trágica y conmovedora historia del héroe libio Omar Al Mukhtar (1862-1931), que fue el líder de la resistencia del pueblo libio contra el invasor; siendo arrestado y encadenado por las fuerzas italianas el 11 de septiembre de 1931, y condenado a morir ahorcado dos días más tarde por orden expresa del ‘Duce’. En agosto de 2008 el Gobierno de Silvio Berlusconi y Muammar El Gadafi firmaron un histórico acuerdo de amistad y colaboración, mediante el cual Italia pagaba a Libia la suma de 5.000 millones de dólares (unos 3.400 millones de euros) en los siguientes 25 años a modo de compensación por los perjuicios causados por tres décadas de ocupación colonial. ¿No fue todo un precedente histórico del daño ocasionado?
 
Pero la conquista de Libia por parte de Europa continúa. Están en juego nada menos que los enormes yacimientos de petróleo libio que es especialmente valioso ya que están a pocos kilómetros de los puertos del Mediterráneo; y la explotación de los acuíferos más grandes del desierto del Sáhara, mediante la construcción del Gran Río Artificial, uno de los proyectos de ingeniería más costosos de la humanidad (24.000 millones de dólares), ya en manos de los consorcios del negocio del agua potable y de riego europeos, que arrojarán más ganancias que los propios pozos petrolíferos. Por lo demás, el asesinato de Muammar El Gadafi, tras 40 años en el poder, en su ciudad natal de Sirte, no ha solucionado el problema libio; salvo que su desaparición convenía a los intereses de Occidente. En la actualidad, la situación de Libia es caótica: inmersa en una fratricida guerra civil a la que no son ajenos los Estados Unidos, Inglaterra y Francia, con la complicidad y anuencia de la Unión Europea. Con la muerte del coronel Gadafi, en Libia está pasando lo mismo -aunque en otro escenario- que lo ocurrido en el Irak de Sadam Husein. La ilegal guerra iraquí, alentada y promovida por George Bush, fue el pretexto para que las multinacionales petrolíferas se adueñaran de la inmensa riqueza en petróleo de este país. Recuérdese la famosa foto de las Azores, de 16 de marzo de 2003, donde aparecen el propio George Bush, José Maria Aznar, el premier británico, Tony Blair, y el anfitrión Durão  Barroso, previa a la invasión de Irak el 20 de marzo de 2003. ¿Sirvió esa guerra para algo más que no fuera salvaguardar los intereses políticos y económicos de Occidente? Ya estamos viendo lo que ocurre en Irak, donde se ha instalado el terrorismo yihadista constituyendo el “Estado Islámico de Irak y Levante (EIIL)”, con la creación de un Califato en sus territorios ocupados, que ahora son bombardeados por Estados Unidos. ¿Y la población civil, qué pasa con ella? ¿A quién le importan tantos miles de muertos inocentes?    
Respecto a la acción colonizadora española en Marruecos (1860-1956), de la que sólo existen pintorescos y poco rigurosos relatos desde una perspectiva colonialista, exaltando la “labor civilizadora de España en Marruecos”; nos centraremos en algunos aspectos relevantes, teniendo en cuenta que España sólo controlaba una parte del Norte marroquí y la zona del Sáhara Occidental, cuyo abandono en 1975, como consecuencia de la Marcha Verde organizada por Hassan II, convirtió a Canarias -como ya he dicho en otras ocasiones- en “Región Frontera”, con todo lo que ello significaba desde el punto de vista geoestratégico para la seguridad y estabilidad del Archipiélago canario. Y si bien es cierto que el colonialismo español no ha tenido su historiador; no es menos cierta la opresión colonial a la que España sometió a Marruecos mediante un mecanismo militar y político, señas de identidad del colonialismo mundial. España se enfrentó en Marruecos a una sociedad organizada, con su propia civilización, aunque atrasada en su desarrollo; cuyo apego a la tierra, amor a la libertad, cohesión y sentido patriótico, quedaron demostrados a lo largo de una guerra de conquista. Esa sociedad, cuyos cuadros y élites de valor fueron diezmados y sustituidos por feudalismos mercenarios y dinásticos, fue, además, sistemáticamente destruida y empobrecida padeciendo, a partir de los años 30, tentativas desintegradoras. Pero logró, no obstante, recuperar su independencia el 2 de marzo de 1956, tras el tsunami descolonizador que sacudió África finalizada la II Guerra Mundial.
 
¿Por qué no hubo ningún levantamiento en Marruecos contra Franco? La verdad es que la izquierda española no hizo ningún esfuerzo para lograrlo, porque esto hubiera significado dar un giro revolucionario a la guerra civil española que, como todos sabemos, fue una ‘cruzada’ anticomunista contra la II República, democráticamente establecida. Además, para convencer a los marroquíes hubiese sido necesario proclamar la independencia de Marruecos. Esa inmejorable oportunidad estratégica que pudo dar un giro a la contienda, se sacrificó en aras de los intereses de las grandes potencias con la vana esperanza de aplacar el imperialismo franco-británico. Según algunos analistas, todo el problema de Marruecos se produjo por la resistencia de los marroquíes a los abusos de los españoles ocupantes de Ceuta y Melilla, lo que originaba frecuentes incidentes fronterizos que fueron la causa de las crisis sucesivas de 1893, “ridícula parodia de la inútil tragedia de 1860” y las posteriores de 1907 y 1909 (ver el libro de Miguel Martín, ‘El colonialismo español en Marruecos’, Ruedo Ibérico, París, 1973). Ello llevó a España a una guerra arrastrada por el ansia de participar en el reparto del Imperio Jerifiano, producida por la rivalidad entre las grandes potencias. El resto de la historia es de sobra conocido, y sería ocioso profundizar en ella. 
 
Aunque en el momento presente, tenemos que resaltar las históricas relaciones de amistad y cooperación entre España y Marruecos, así como las magnífica conexión de ambas monarquías, la Borbónica y la Alauita, encarnadas respectivamente por los Reyes Felipe VI y Mohamed VI, reforzadas por el reciente encuentro en Rabat entre los dos Soberanos (Ver, ‘Los dos Reyes VI’). España, además, y esto hay que destacarlo, ha desbancado a Francia como primer socio comercial de Marruecos, y son numerosas las empresas españolas de diversos sectores que operan en este país. La clara sintonía entre ambos monarcas hace presagiar un fortalecimiento de las relaciones hispano-marroquíes, dado que Marruecos constituye para España un socio estratégico de primer orden que conviene cuidar y mantener. Ello, pese al contencioso larvado de Ceuta y Melilla, los graves problemas de la inmigración subsahariana, y todo aquello considerado “intereses de Estado” por cada país, que habría que armonizar y negociar, en beneficio mutuo e interés recíproco. Aunque bien es cierto que episodios como el de la alcaldesa del PP -llamada al orden por la vicepresidenta Sáenz de Santamaría-; y el penoso incidente entre la Guardia Civil y el yate real con el Rey Mohamed VI a bordo, que Interior califica de “hechos”, no contribuyen, precisamente, a mantener esas buenas relaciones. Lo que la diplomacia se afana en mantener, otros causan problemas. ¿No sabía la inteligencia española que el Rey de Marruecos iba a realizar una excursión marítima? ¿Qué se pretendía, que hubiera otro rocambolesco episodio como el de Perejil? Parece que en ciertos sectores de la derecha española se prefiere la confrontación al diálogo y al buen entendimiento. Para completar este breve recorrido por la etapa colonial de los países europeos en el Magreb, en la próxima entrega trataremos monográficamente del colonialismo francés en Túnez, Argelia, Marruecos y Mauritania; claros exponentes de la ocupación y dominación francesa en esa parte del continente africano.