La salafía, lejos de la amalgama

                                                                                                                Smail Rahmani

Cada tipo de pensamiento tiene probablemente unas bases culturales, políticas, ideológicas y especialmente históricas que determinan su naturaleza y su esencia. Para entender lo que está pasando en el mundo actual y sobre todo los actos relacionados con la salafía, debemos comprender este concepto determinar si tiene relación con las acciones de violencia que ocurren en las diferentes partes del planeta.

La salafía es uno de los más antiguos conceptos que existen desde el comienzo de la misión del islam hace más de XV siglos, el cual debe ser suficientemente explicado para evitar la confusión actual y para bien comprender lo que está pasando ahora con las falsas interpretaciones presentadas como verdad absoluta y exacta por los medios de todo el mundo.

En primer lugar, vamos a tratar la cuestión del nacimiento del concepto de salafía y su significación a partir de los orígenes del islam.

La palabra salafía es derivada de la palabra árabe salafa, un verbo en el pretérito perfecto que significa “ha pasado” y también del sustantivo salaf, es decir “los antepasados”. Historicamente, salaf son el profeta Mohamed y sus compañeros, particularmente los primeros cuatro califatos: Abu Bakr Esseddik, Omar Ibn El Khattab, Othman Ibn Affan y Ali Ibn Abi Talib. La salafia es pues un acto que consiste en seguir el camino de los antepasados  que representa un ejemplo y una referencia en la comprensión y la práctica del islam. Son muchos los hadices del Profeta que recomiendan el afecto total a estos hombres.

Como sabemos, la religión islámica tiene una relación equilibrada entre las exigencias espirituales y las materiales. La época del Profeta y de sus compañeros representa el mejor momento donde se ha realizado este equilibrio y armonía. El islam, estaba en sus orígenes, lejos de influencias extranjeras y la gente podía practicar tranquilamente la nueva religión en paz y serenidad; es más, éstos primeros musulmanes tenían una referencia directa: el Profeta Mohamed, quien explicaba, interpretaba, corregía y dirigía.  Cualquier duda o acontecimiento nuevo, de índole general o particular, era revelado al Profeta y solucionado de inmediato.

Tras la muerte del Profeta y el fin de la época de los cuatro califatos, existieron muchos problemas que constituyeron una amenaza a la fe y a la Umma (comunidad de creyentes musulmanes). El contacto con nuevos pueblos y nuevas culturas, en ocasiones tan antiguas como la persa – ricas a nivel de ideas y formas de pensamiento diferentes al islam – provocaron un gran desafío; añadamos a esto la división de los musulmanes entre diferentes facciones conformando nuevos movimientos de pensamiento en muchos casos con ideas y principios contrarios al espíritu del islam.

Frente a esta discordancia genereal como primera fitna en la historia del islam, algunos musulmanes juzgaron que el mejor camino para salvar la fe y su pureza era la vuelta incondicional a los primeros principios inmaculados del islam, la vuelta a la salafía para recuperar la imagen limpia y simple de una religión que había perdido la claridad y el alma a causa de una mezcla de filosofías, de influencia de otras religiones reveladas o no. Así, la salafía se convertía en un refugio, en una manera de guardar la autenticidad de la religión musulmana.

Progresivamente, los adeptos de este movimiento se multiplicaron pero no estaban tolerados de inmediato por el poder político. Ahmed Ibn Hanbal, muerto en el año 241 de la Hégira (año 820) es uno de los líderes de la salafía que se opuso a los Muatazila, un grupo de pensadores muy  influido por el racionalismo de la filosofía griega. Este líder pasó muchos años en la prisión hasta que el califato El Mutauakil de la dinastía Abasida (S. VII-XII), no sólo le libero sino que adoptó su doctrina.

Al final de la dinastía Abasida –masacrada por los Tártaros en el S. XII- surge una figura emblemática de la salafía: Ibn Taimia (1240-1307) un gran sabio que escribió muchos libros, siendo el más famoso Las cartas de Ibn Taimia que contienen respuestas relativas a varias cuestiones religiosas en conformidad al Corán y la sunna.

La salafía es de hecho una vuelta permanente a esas dos fuentes del islam que constituyen las primeras partes de la legislación musulmana junto a otras dos: la jurisprudencia (Ijtihad) y la medición (Kias) que significa la comparación entre casos similares para deducir un juzgamiento religioso.

Los salafistas están muy vinculados a la lectura superficial del Corán y refutan toda interpretación racional que pueda alterar la autenticidad del texto sagrado, es decir que se reducen a una lectura anticuada del patrimonio religioso sin preocuparse de la multitud de cambios que han ocurrido a través de los siglos y que han exigido nuevas respuestas a nuevos problemas y nuevas preocupaciones. Al contrario, la salafia no está preparada a ningún cambio porque lo interpreta como una bidaa, cosa nueva que no existía en la época del Profeta y de sus compañeros. Así, todas las leyes y creaciones humanas son rechazadas porque simplemente no figuran en el Corán y la sunna. Según esta lógica, la razón no puede alcanzar la verdad; sólo el texto religioso tiene esa capacidad.

Los salafiasta consideran que el Profeta es el modelo ejemplar, y en consecuencia la salvación del hombre creyente debe pasar por una imitación minuciosa e incondicional de sus comportamientos y sus palabras.

Eso puede representar el espíritu interno de la religión islámica, pero significa también que la salafía en los orígenes no representa una secta particular o una amenaza a la paz y a la estabilidad generar. Al contrario, acepta la coexistencia con otras comunidades religiosas lo que es muy normal desde el momento en el que el islam reconoce las diferencias religiosas y prohíbe su adopción por medios agresivos: “No hay coacción en la religión” (Corán, capítulo la vaca, nº 256).

Sin duda alguna, un conocimiento verdadero de los preceptos del islam y de sus visiones por la salafía no puede jamás representar un peligro o una fuente de inquietud. El gran riesgo es la ignorancia y la mala interpretación de la religión.

 

II

En el mundo musulmán hay una estrecha relación dialéctica entre la religión y la política. La religión dio la base legítima al jefe del Estado musulmán durante la época del Califato. Siempre existía una influencia reciproca entre esos dos componentes. En esta óptica comprobamos que, después del fin de la dinastía Abasida (año 1258) y durante el reinado del imperio Otomano, la religión como fuerza de creación y de liberación se reduce. Progresivamente, los religiosos se convertirán en teólogos al servicio del poder central en la Puerta Sublima, Estambul.

Durante muchos siglos, se hundió la puerta de la jurisprudencia y de la investigación científica. El mundo musulmán se dejo caer en la imitación, la repetición y la ignorancia. Las supersticiones se multiplicaron y una pereza intelectual general reemplazó la razón y la curiosidad de los científicos de los siglos anteriores (Avicena, Ibn el Haytam,  Abu Nasr el Farabi, etc.). Esta época tiene un nombre en la historia arabo-musulmana: los siglos de la decadencia (صور الانحطاط.). La religión se limitó a una serie de interpretaciones estériles y una forma degradada del sufismo fue la práctica religiosa popular. Por lo tanto, las hermandades religiosas, los santos y los morabitos proliferaban. Por la primera vez, había una confusión en la veneración de Dios, el Creador, y los hombres representantes de un poder religioso especifico y a veces sobrenatural llamado “caramat” (dignidad).

Lo que importaba al poder de Estambul fue la sumisión del mundo árabe desde la Mesopotamia hasta Argelia (Marruecos es el único país árabe que no perteneció jamás al Imperio otomano). En consecuencia, es fácil de comprender la situación de degradación y atraso de este mundo. Paralelamente, el mundo occidental había empezado su marcha en el desarrollo y la civilización con el Renacimiento europeo  entre los siglos XV y XVI.

Sin embargo, un evento histórico de importancia crucial va despertar al mundo mahometano de este letargo prolongado: la conquista de Egipto por Napoleón Bonaparte en 1798. Ciertamente, fue un choque de civilizaciones a gran escala. Surge una cuestión fundamental: ¿por qué el mundo árabe retrocedió mientras el mundo occidental progresó?

A partir de este momento, el mundo arabo-musulmán vivirá una ebullición intelectual llamada: El Renacimiento árabe. Tentativas de modernización empezaron con el líder Egipcio Mohamed Ali Pacha (1805-1848). Los intelectuales que intentaron dar una respuesta a la gran cuestión de la brecha entre musulmanes y occidentales se repartieron en dos movimientos principales: la salafia y el laicismo. Cada movimiento propuso un modelo de sociedad capaz de impulsar el progreso y el desarrollo en diferentes campos de la vida sin ningún conflicto.

Así, la salafia surge de nuevo como camino de salvación capaz de corregir los errores y de ofrecer un modelo de vida derivado de las primeras fuentes del Islam, lejos de las interpretaciones de los siglos de decadencia “Inhitat إنحطاط”. Los representantes de la salafia emprendieron  un ambicioso proyecto de civilización  que consistía en una vuelta a la religión musulmana pura en una sociedad moderna. Para esos salafistas del fin del siglo XIX no existe un conflicto entre la civilización occidental y el Islam. Creían que el encuentro con el mundo occidental es posible y que existe una “coalición de los valores” entre las dos civilizaciones. En esta óptica, un gran pensador egipcio, Mohamed Amara, habla de una “salafia racional iluminada”. Esta salafia es una mezcla de religión musulmana y de valores occidentales como el humanismo, la libertad, la igualdad...etc.

Los representantes más famosos son Mohamed Abdu en Egipto, un gran reformador en la educación que, según él, representa la llave del progreso. Por eso intenta reformar la gran y antigua universidad egipcia Al Azhar. La reforma del sirio Abderrahmane El Kauakibi, que considera que la causa del subdesarrollo del mundo arabo-musulmán fue el despotismo (otomano), tiene por supuesto un aspecto político. Jamal Eddin El Afghani, de Afganistán, que insistió sobre el tema de la unión islámica y propuso la creación de un órgano político que uniese los países musulmanes. Otros salafistas en Túnez (Tahar Achor), en Argelia (Abdelhamid Ben Badis y Bachir Ibrahimi), en Marruecos (Bouchaïb Doukkali y Allal El Fassi) tenían más o menos las mismas ideas y las mismas aspiraciones y que podemos resumir así:

1-La vuelta a las fuentes puras del Islam; 2-la convicción de que el Islam es la religión de la razón y de la humanidad y por tanto, no se contradice con la modernidad y el progreso; 3-la necesidad de reformar las instituciones educativas y desarrollar la enseñanza; 4-la necesidad de introducir las ciencias positivas en los programas de enseñanza religiosa; 5-la profunda fe en la capacidad del hombre para comprender los misterios del mundo gracias a la razón. 6-el rechazo del uso de la religión como medida de represión o de explotación por los políticos, lo que significaba implícitamente la instalación de una autoridad civil. 7 -y último, el rechazo total de la hegemonía extranjera del colonialismo.

En Argelia, por ejemplo, la salafia era una lanza contra el colonialismo francés. Sin elementos militarizados, la salafia luchaba en el sector cultural y social (la instalación de escuelas musulmanas, el desarrollo de la lengua árabe, la presentación de un Islam depurado de influencias y supersticiones…).

A pesar de la presencia del colonialismo en casi todos los países árabes, esta salafia  no recomienda la violencia y la muerte. Su discurso fue principalmente cultural e intelectual, lo que muestra un gran nivel de conciencia en sus líderes.

Pero había otra forma de salafia nacida en Arabia fundada por Mohamed Ibn Abdel-wahab (1703-1792). Su influencia -limitada geográficamente en principio-  y en especial sus preocupaciones no superaron las cuestiones básicas de la religión: la lucha contra las supersticiones y la interpretación “correcta” del Islam.

Los asuntos políticos, sociales y culturales carecen de importancia en esta salafía fundamentalista que reconoce el Corán y la sunna como únicas fuentes seguras del Islam. Así, con el reinado de Al Saoud y su dinastía, esta salafía conocida como “El wahabismo” se convirtió en la religión oficial del nuevo poder que la adoptó.

Al contrario de la salafía del Renacimiento árabe que alentó el dialogo, la cultura y el progreso, la salafía wahabita representa una ideología del cierre y del rechazo del “otro”, constituyendo un  narcisismo religioso.  Esta forma de salafía nacida en el desierto de Arabia conocerá un destino “muy especial” en el siglo XX.

III

Jean Paul Sartre decía que, la palabra es un arma. Otros  filósofos dicen que la palabra es la concretización del pensamiento. Así, el sumatorio de ideas del pensamiento salafia-yihadista - que nacieron en los años cuarenta del siglo pasado - se desarrollaron debido a una multitud de condiciones históricas, sociales y políticas para determinar al final una ideología que constituye  hoy día un  gran peligro y el desafío universal que siembra el miedo y la inseguridad en todo el mundo.

A primera vista, es importante anotar que la salafia-yihadista es un producto nuevo inherente a la época moderna en los países árabes donde el islam es la religión oficial. En toda la historia musulmana no existe jamás violencia terrorista que permita la matanza de gente inocente para vengarse de un poder político o para conseguir objetivos ideológicos. El mensaje del islam es promover el diálogo y la predicación. ¿Qué ha pasado? ¿Qué ha ocurrido  para que el islam, que significa paz, se transforme en una pesadilla y una fuente generadora de odios?

No es fácil responder a esta cuestión tan complicada y peligrosa. Pero, una lectura calma y objetiva de muchos eventos y acontecimientos especialmente en el S. XX permite el análisis y aclaración de las sombras de la incomprensión y la duda.

Históricamente, la decisión de declarar la yihad, la guerra santa, estaba en manos del poder central encarnado por el califato; perdida la referencia con la caída de éste,  el mundo arabo-islámico se dividió y cayó en una anarquía total.

Cada uno puede ahora pronunciar fatwas y pretender mantener la legitimidad religiosa. Los esfuerzos de sabios, intelectuales y representantes de la salafía del Renacimiento árabe fueron abortados por el colonialismo y después asfixiados por los poderes antidemocráticos o dictatoriales impulsados por los países del Oeste y por los antiguos colonizadores. Ha nacido una generación que sufrió la violencia del colonialismo y la represión de poderes despóticos y que vio en el Islam la luz que permite de salir de la oscuridad de la injusticia y de la dependencia del extranjero.

Hay una ruptura moral e intelectual entre el pensamiento de ésta generación y el patrimonio cultural de la época de la salafía del Renacimiento árabe. Esta nueva generación se refiere a las antiguas interpretaciones de los siglos de la decadencia y no se preocupa de la prolongación o la aplicación de las ideas de la salafía del fin del siglo XIX.

La salafia-yihadista nació en los años cuarenta en Egipto como escisión del movimiento de los Hermanos Musulmanes, conocido bajo el nombre de Los Jóvenes de Mohamed. Admite la violencia y el conflicto para destruir el poder político. En el año 1958, un miembro de la facción armada de los Hermanos Musulmanes, Nabil Borïi, creó el primer movimiento yihadista armado y tenía entre sus miembros el famoso Ayman Dauahiri. Este movimiento vivió una nueva escisión y dio La organización yihadista que cree en la confrontación armada contra Israel; su miembro, Isam El Kamri, dirigió la operación del asesinato del ex-presidente egipcio Anuar El-Sadat en 1981.

En los años 70, la confrontación tenía un carácter local, la lucha contra el poder “no creyente” para instaurar un gobierno islámico. Pero a partir de los años 80 y especialmente después la invasión de Afganistán por las tropas soviéticas, la salafia- yihadista se convierte en una organización internacional que rebasó  las fronteras nacionales. Muchos musulmanes, especialmente de países árabes, se dirigieron a la “tierra de yihad”, con la “bendición” de los países del Occidente y especialmente de los EE.UU. Los yihadistas, en la lógica de la guerra fría, recibieron instrucciones e incondicional apoyo militar. Después de la salida de los soviéticos, la tierra de Afganistán se convierte en destino preferido por todos los rebeldes e islamistas radicales.

La aparición de una figura yihadista emblemática como Osama Bin Laden dio un gran impulso al sueño de combatir a los “enemigos” del Islam y instalar un gobierno islámico en el mundo árabe. Toda una generación llamada “los afganos árabes”, entusiasta y bien preparada militarmente, regresó a sus países de origen formando el núcleo de los movimientos yihadistas en el orbe árabe. Progresivamente, se aliaron al movimiento yihadista universal: el Qaida (la base).

Afganistán, con los Talibán, sería la referencia espiritual y el campamento de entrenamiento militar. Una “guerra sagrada” fue declarada contra los EE.UU. y sus aliados, países europeos y otros. La declaración de una “cruzada” por el ex presidente Georges Bush alentó la “causa yihadista” y le dio una legitimación incontestable.

La tragedia del 11 de septiembre 2001 constituyó un gran éxito para la salafia- yihadista que se vio después reforzada por la invasión de Irak.

La creación de la salafia-yihadista es por tanto el resultado de muchos factores internos y externos. Insistimos que es un movimiento político e ideológico que no escucha la voz de la razón y extrae de la religión musulmana algunos aspectos militaristas de una época pasada. Peor aún, muchos actos de estos yihadistas están en contradicción total con el islam. De facto, está completamente prohibido matar gente inocente, mutilar y suicidarse. En tiempos de guerra, un soldado musulmán debe atacar únicamente personas militares como él. Está prohibido, como recuerda el Profeta en un hadice famoso, “matar mujeres, niños, personas religiosas, cortar o quemar árboles... Incluso la guerra tiene sus leyes, no hay lugar para el abuso”.

Así, observamos que el más grande país musulmán, Indonesia, se convirtió al islam sin violencia, sin guerra, sin estrés, pues como dice el Corán, no hay obligación en el Islam.

El fenómeno de la salafia-yihadista se cubre en el vestido de la religión para legitimar sus actos y da una interpretación que no concuerda con el espíritu del Islam. Su aparición nace como reacción agresiva a la injusticia en que vive el mundo arabo-musulmán especialmente después de la ocupación de la Palestina, que representa una gran tragedia, la nakba, “la decepción” con cierta complicidad de Occidente.

La arrogancia de un mundo occidental mayoritariamente a  favor a Israel (el eterno veto americano en las Naciones Unidas, por ejemplo) son pruebas que avalan un uso de la violencia y el terrorismo como única medida eficaz para que el “enemigo” pueda escuchar y entender. Los yihadistas, influenciados por la violencia revolucionaria de los partidos de izquierda,  creen que es inútil negociar con un “enemigo” que solo cree en la fuerza.

Ahora, las ideas de la salafia-yihadista son generalmente inadmisibles en el mundo musulmán. Por eso, no tienen raíces en los círculos culturales y son condenadas por la opinión pública. La guerra contra el terrorismo que siembra la salafia-yihadista a través del mundo no debe limitarse solo al uso de la fuerza militar. El mundo debe revisar sus actitudes, abrir un dialogo verdadero con intelectuales del mundo árabe, corregir sus errores históricos y conciliarse con los pueblos ex-colonizados, lejos del espíritu de hegemonía y explotación.

Occidente y los países árabes deben trabajar juntos para formar un frente contra el terrorismo y la violencia cualquiera que sea su fuente. El  reconocimiento de una identidad humana universal es la esperanza y la garantía de un futuro mejor para todos.   

           

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