Opinión

Las Nuevas Cruzadas

F. Javier Blasco

Llevamos tiempo cavilando sobre cuál es el principal objetivo u objetivos del terrorismo yihadista tanto allá donde se expande y ocupa terreno como en los países que azota en cualquier continente: África, Oriente Medio, Asia y el llamado Occidente. Muchos pensaron que su idea era simplemente la de establecer y agrandar un Califato y volver siglos atrás cuando dominaban muchas tierras y gentes. Otros pensaban que, como rama escindida de Al Qaeda, solo buscaban la revancha contra los norteamericanos y Occidente por haberles importunado allá por tierras lejanas en Afganistán y Pakistán.

Muchos nos convencimos de que eran el resultado de una mezcla de todo lo anterior con el odio engendrado por las persecuciones a las que se vieron sometidos los sunitas iraquíes tras la ocupación de su país y el giro brutal de la política instaurada en él así como de las consecuencias guerra civilistas del conflicto en Siria.

Solo unos pocos defendían con uñas y dientes, que su objetivo final era la lucha contra el Cristianismo y los cristianos; que todo lo demás era accesorio, una excusa o el camino para llegar a dicho punto. Pero, a pesar de sus razonamientos, no les creímos.

Vimos con pavor y por qué no decirlo, totalmente impávidos, las matanzas y masacres de miles de cristianos en todas sus ramas en las tierras ocupadas en aquellos “continentes lejanos” por las diversas  facciones yihadistas. En su momento, pensamos que solo su sed de sangre y la sola expansión del terror sobre sus ya dominados o pendientes de serlo eran los motivos que les llevaban a ello; nos equivocamos totalmente.

Si analizamos el origen y las raíces de este movimiento y quiénes son los verdaderos impulsores del mismo en los aspectos moral, material y económico nos encontramos que todos ellos son de clara tendencia anticristiana y que abiertamente se oponen y prohíben en sus países  cualquier tipo de manifestación distinta a la Ley de Mahoma en sus diversas interpretaciones. Inclusive, muchos de ellos se encuentran embebidos en luchas fratricidas entre musulmanes por el simple hecho de pertenecer a movimientos religiosos de distinta procedencia y creencia.

Como resultado de lo que aparece en numerosas publicaciones del ISIS, llenas de referencias e indicaciones para el cumplimiento de la obligación que tienen sus «mouyaidines» de atacar las iglesias católicas,  los sacerdotes y sus fieles; son numerosos los ataques y masacres injustificadas sobre templos y lugares de reunión para el culto, el trabajo y el esparcimiento en muchos de aquellos confines.

Son tantos, que prefiero no enumerarlos; no solo por no extenderme, sino por no servir de pregón de los mismos y darles pábulo a sus fechorías y “éxitos” alcanzados. Los veíamos como algo incomprensible pero lejano, como el resultado de que aquellos pobres infelices tenían la “mala suerte” de habitar en territorios poco seguros y bastante alejados de lo que entendemos como civilizados. 

Dese hace poco, las predicaciones yihadistas empiezan a dar sus frutos y los ataques a los cristianos y a sus lugares de culto y reunión también han empezado a aparecer en Occidente. Comenzaron por los judíos en París tras el ataque a la redacción de una famosa revista satírica. Luego, conocimos de diversos intentos fallidos sobre los católicos hasta que, por fin, se ha perpetrado el ataque en una Iglesia católica francesa con el vil degollamiento del celebrante frente al reducido número de fieles que asistían a la Santa Misa.

Se habla de intentos de sabotear la JMJ de Cracovia donde el Papa reúne a millones de  fieles; jóvenes en su mayoría. Ahora, solo faltaba que se uniera a estos ataques el nuevo aspirante a “Sultán” en Turquía con la aprobación de un decreto por el que el Estado turco confisca los lugares sagrados cristianos en su país y regulará las acciones que en ellos se realicen. Cosa que no se presenta como sangrienta, pero cuyos efectos serán mucho peores al negárseles su libre acceso y la celebración de sus liturgias en un país ya hostil de por sí al cristianismo u otra religión “perversa” y que va de cabeza a la completa islamización.

Resulta extraño que muy pocos medios se hayan hecho eco de este singular crimen contra los derechos humanos y la libertad religiosa. La referida noticia solo ha ocupado algunas páginas interiores de los medios en papel, poco o muy poco en los audiovisuales y nada o casi nada en las redes. No hay cabezas cortadas ni derramamiento de sangre aunque las consecuencias sean aún peores, pero esto no es noticia o al menos así lo consideran las editoriales ávidas de multiplicar sus audiencias resaltando y ampliando los temas verdaderamente morbosos y escabrosos.

Algo parecido ha venido ocurriendo en la pérdida paulatina y el ataque a los valores tradicionales en Europa como sus costumbres, fundamentos morales y raíces culturales de todo tipo. Nos hemos olvidado fácilmente de quienes somos, de dónde venimos y de que precisamente es, en el cristianismo donde encontramos los pilares sobre los que se edificó la Europa fuerte que hoy conocemos y que fue el motor de impulsión de grandes imperios y la cuna de muchos derechos, leyes, libertades y, en definitiva, de la civilización que hoy gozamos en varios continentes.

Fueron precisamente estas bases y sentimientos los que, en parte, llevaron a nuestros ancestros a enrolarse en largas y dificultosas campañas que pasaron a la historia con el sobrenombre de “Las Cruzadas”. Los reinos, caballeros y la gleba marchaban juntos a combatir al denominado infiel allá donde se encontrara. Muchos de aquellos lugares ahora son la fuente y base de entrenamiento de los seguidores del movimiento yihadista.

No quiero en estas líneas justificarlas ni entrar a juzgar si las cruzadas fueron buenas, justas o necesarias. No comparto muchos de sus fundamentos ni, por supuesto, los nefastos efectos que produjeron sobre aquellas tierras y sus habitantes. El terror y resquemor que sembraron allí fue de tales dimensiones que, tras siglos de que esto ocurriera, permanecen en las mentes de sus habitantes como huella imborrable que se trasmite de generación en generación a lo largo de los siglos.

La posterior colonización de aquellos territorios y los efectos desbastadoras de diversas guerras mundiales, regionales o por su independencia también han servido para dejar feas huellas y graves recuerdos en sus mentes y costumbres. Pero, estoy convencido que de todo aquello, lo que más daño les produjo fueron los efectos de los múltiples intentos de evangelización de sus gentes.  Aunque, también es cierto que, en algunas de sus zonas existen grupos de cristianos más o menos numerosos que subsisten durante siglos a pesar de todos los problemas y persecuciones. Algunos de ellos existen desde los tiempos de Cristo, y por supuesto, mucho antes de que apareciera el primer cruzado o colonizador.

Estos grupos siempre han tenido que crecer, tratar de multiplicarse o al menos subsistir en un territorio totalmente hostil para el cristianismo; pero su arraigada fe, claros sentimientos y fuertes valores han sido suficientes para su permanencia en el tiempo y el espacio.

Las persecuciones a los cristianos vienen produciéndose desde  los orígenes del cristianismo por la misma Roma. No es la primera vez que el mundo musulmán y otras religiones intentan su erradicación aunque nunca lo han logrado de forma definitiva. Pero lo que sí está claro es, que combatirles hasta llegar hasta su total exterminio es tarea primaria para los yihadistas.

Por desgracia, estas colonias vienen disminuyendo de forma alarmante en muchos países[1]. Disminución que se produce no solo por las masacres a las que se les somete, sino porque el terror y la presión sobre ellos les impulsa a convertirse en desplazados o en refugiados.

Ahora que la primaria tarea allí está obteniendo muy buenos resultados, los yihadistas han comenzado a poner en práctica la segunda parte de su plan; asaltar Europa al considerarla como la cuna de dicha civilización y como el verdadero responsable de la expansión del cristianismo y por ende, de todo lo derivado de esta corriente que es totalmente contraria a sus preceptos.

Para ello, han planeado llevar a cabo sus peculiares cruzadas. Son totalmente diferentes a aquellas que brevemente comentábamos. Para evitar el combate en campo abierto frente a fuerzas muy superiores en número y armamento, sus cruzados ya no llegan formado masas de ejércitos más o menos organizados; lo hacen de forma aislada y encubierta y/o se basan en el éxito y capacidades de las nuevas tecnologías y las muchas mezquitas en tierras europeas que les han permitido durante numerosos años predicar sus doctrinas aprovechando el desencanto de las segundas y terceras generaciones de muchos musulmanes ya establecidos entre nosotros.

Estas personas se encuentran totalmente desarraigas, ya no hablan árabe u otras lenguas maternas, no procesan su religión musulmana, beben alcohol, consumen drogas,  comen cerdo y moralmente están destrozados. No se les reconoce en sus países de origen familiar e incluso son rechazados en ellos como europeos de baja estofa. Pero aquí no encuentran su sitio, tienen un difícil acceso a la educación y la enseñanza de calidad. Los trabajos que encuentran se sitúan en los más bajos estamentos y de muy mala remuneración. Socialmente se les rechaza y desconfía de ellos por lo que la mayoría se ven obligados a concentrarse y vivir en auténticos guetos marginales donde la delincuencia, las drogas y la trata de blancas son las únicas herramientas para su subsistencia y escaso o mínimo desarrollo.

Son por tanto, el perfecto caldo de cultivo para su adoctrinamiento fácil y para atraerlos con promesas llenas de falsas compensaciones por su sacrificio personal. No tienen nada que perder y mucho que ganar según sus predicadores; además, ven en estas accionas la forma de vengarse de los malos tratos recibidos desde su nacimiento y primeras enseñanzas. Algunos de los recientes terroristas han declarado públicamente su pertenencia a Europa pero su repudia y disconformidad con el trato recibido.

Por si estos no fueran suficientes, las olas de refugiados, creadas por los propios yihadistas han sido empleadas como fáciles y efectivos vehículos de penetración en nuestras fronteras por el apasionamiento levantado con determinadas publicaciones de fotos y videos en las redes. La Europa de los valores no se podía cerrar a los necesitados. Aún recuerdo las escenas de acogimiento y creo que todavía subsisten ciertas pancartas de acogida en lugares emblemáticos en varias de las principales capitales europeas.

El Caballo de Troya estaba servido, al pillarnos totalmente desprevenidos, sin planes para el control de los flujos masivos y debido a las presiones internas; las autoridades les dejaron paso libre, muchos de sus guerreros podían llegar fácilmente a Europa sin ser descubiertos; algunos llevan varios años viviendo como refugiados e incluso más o menos integrados y así levantar aún menos sospechas.

Los resultados de todo esto son tristemente conocidos en las últimas fechas; algunos lo pronosticaban y advertían contra los peligros del excesivo buenísimo y el no hacer las cosas bien. Se dice que las prisas no son buenas consejeras y esto, casi siempre resulta que es cierto.

Ahora, las autoridades europeas se encuentran entre la espada y la pared; ya nadie se acuerda de que les forzamos a cerrar los ojos, a mirar para otro lado y a adoptar medidas de urgencia que paliaran el sufrimiento de muchos, pero que, al mismo tiempo, facilitaban el camino a otros nuevos cruzados. A pesar de los titánicos esfuerzos de las fuerzas y cuerpos de seguridad, del ejército y de los servicios de inteligencia, todos no pueden ser controlados porque la mayoría se establecieron a toda prisa y sin ningún orden ni concierto. Pero ahora, todos nos rasgamos las vestiduras y no solo volvemos nuestras caras contra los gobernantes, sino que les abucheamos y seguramente muchos piensan en no votarles en las respectivas próximas elecciones.

Todo se empieza a perder, porque este caos perfectamente premeditado por algunos, además, ha dado origen a movimientos populistas en ambas extremas que precisamente no tienen a gala el respeto a los valores fundacionales y mucho menos a los que encierra el cristianismo. La mayoría son ateos o agnósticos y solo piensan en sus propios beneficios envolviéndose en la bandera de los derechos sociales cuando son precisamente ellos los primeros en incumplirlos y los que buscan y encuentran todo tipo de recoveco legal para saltarse lo que públicamente predican y pregonan en sus discursos o mensajes en las redes sociales.

Esto desde luego, es causa y efecto también perseguido por aquellos que tienen por objetivo final acabar con los que predican los valores morales basados en los preceptos del cristianismo. Su resultado es y será mucho más destructivo que ir matando sacerdotes o poniendo bombas en las iglesias. De por sí, estas personas se encargan de profanarlas y pintarrajearlas de vez en cuando bajo la excusa y precepto del derecho a la libertad de expresión.

Grupos que ponen en duda todo, incluso los prejuicios sobre el terrorismo. Tenemos muy cerca casos patentes de ello. Siempre aparecen disfrazados de buenísimo y encuentran justificación a los movimientos y actos terroristas pregonando que su lucha y combate con mano dura no es el camino. Ideas que poco apoco van calando en la sociedad y que irremisiblemente nos llevan a cierto tipo de separatismos y nacionalismos que pueden llegar a ser extremos.

De seguir por ese camino, la Europa que conocemos y disfrutamos tiene los días contados; ya empezamos con el Brexit, fenómeno este que pocos analizamos críticamente en lo que respecta a  sus orígenes y reales consecuencias. En este sentido, ya despuntan otros movimientos menos significativos pero no por ello menos importantes como cierto tipo de desconexiones e independentismos.

Por este y otros motivos internos o externos derivados de la transversalidad, la globalización, los avances de las tecnologías, las corrientes de las modas, el acomodo, la pérdida de valores, determinadas actitudes reprochables y errores de la propia Iglesia y el abandono al culto a la verdadera cultura entre otros, podríamos decir que estamos destruyendo nuestros pilares cristianos y solo nos faltaba un pequeño empujón para que este movimiento y sentimiento sea borrado de forma definitiva. Los yihadistas están empeñados en proporcionárnoslo.

Así, nos enfrentamos a unas nuevas cruzadas, que emplean diversos medios físicos, materiales y morales y que han encontrado todas las vías para ir destruyendo los valores y principios morales que nos sustentaban desde hace casi dos mil años; quienes, sin duda, están basados en el cristianismo. Destruyendo estos en todos los frentes conseguirán sus dos objetivos, acabar con nuestra forma y filosofía de vida y quién sabe, si terminarán ocupándonos físicamente. 

Para evitar esto, Europa y los europeos debemos tomar conciencia del peligro que corremos, cambiar muchas de las posturas adoptadas previamente, repasar y modificar nuestras leyes y compromisos morales y educativos, establecer un auténtico sistema de inteligencia e información integrado, mejorar en mucho las capacidades y medios de nuestras fuerzas y cuerpos del orden y luchar políticamente fuertemente unidos todos aquellos partidos políticos con valores y principios más que  demostrados contra aquellos que pretenden dividirnos y llevarnos al caos y  la desesperación.

También, habrá que revisar las leyes de cada país para que se encuentren las vías necesarias para la adecuada integración de los que llegaron en su día y de los que lo están haciendo o por llegar. La exigencia de muchos más controles será más que necesaria y la policía y judicatura deberán tomar más en serio los indicios de que algo no funciona con las personas y movimientos bajo sospecha.

Soy consciente de que todo esto supondrá la pérdida de algunos de los logros alcanzados en lo referente a las libertades individuales y colectivas; pero debemos entender que, sin llegar a los extremos de Presidente Hollande ni abandonar el barco como alguno ya ha hecho, estamos ante una verdadera situación excepcional y que esta puede llevaral traste, no solo aquellas libertades que podamos limitar o perder por el momento, sino todas ellas e incluso, hasta la propia existencia.       

[1] En el último listado mundial sobre persecuciones nos encontramos con estos primeros diez países objeto de las mayores persecuciones: Corea del Norte (92 puntos sobre 100), Irak (90), Eritrea (89), Afganistán (88), Siria (87), Pakistán (87), Somalia (87), Sudán (84), Irán (83) y Libia (79). 

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