Opinión

Los contenciosos diplomáticos españoles

Angel Ballesteros. Instituto de Estudios Ceutíes/The Diplomat 

Pie de foto: En Gibraltar se hace prevalecer el interés europeo y se aparca la baza diplomática

Al finalizar 2018, el balance que hacemos de los contenciosos de la política exterior de España -dejando sin tratar por ausencia de neotéricas, sustanciales incidencias, los tres diferendos, Perejil, Islas Salvajes y Olivenza- presenta el siguiente panorama, con las incertidumbres lógicas presidiendo tamaño capítulo, histórico, recurrente e irresuelto aunque no irresoluble.

En el Sáhara Occidental, se conmemora el 43 aniversario de la Marcha Verde –tiempo después comenzaron mis desplazamientos en solitario al territorio- fecha de más fácil enunciación que de comprensión cabal, porque los años se suceden con la controversia bloqueada formalmente, mientras que en el fondo prosigue la consolidación de la situación con todo lo que conlleva, comenzando por la anulación del juego de intereses y principios, que, por inamovibles, quedan fuera del marco operativo. Situados en este punto de la dialéctica y sin visos de variación en el horizonte contemplable, con los distintos actores ejecutando las consabidas por reiterativas, variaciones sobre el mismo plano, la única referencia incólume e innegable es la legal, esto es, la exigencia de celebración de un referendum de autodeterminación por el pueblo saharaui.

Parece ya incuestionable, por si no lo hubiera venido estando, que Rabat no va a aceptar ningún cambio referente a la independencia del territorio. Habría, pues, que introducir algún nuevo elemento que pudiera resultar semi vinculante y sólo puede venir de la mano de la realpolitik, clave imperfecta pero efectiva en esta clase de disputas a la búsqueda siempre del posibilismo, lo que llevaría tal vez a no ignorar la vieja propuesta de la partición, conscientes de que no supone el desideratum pero la avalaría hasta cierto punto la asepsia, que quizá se erija aquí como vector-guía.

En Ceuta y Melilla, termino de escribir que la parálisis negociadora en alto grado, los contactos a niveles ministeriales sin la audiencia real alauita, sólo puede superarse mediante la instancia a la diplomacia regia. El gobierno, que marca la política exterior, tiene que pedir la intervención directa del Rey, como se ha hecho en el pasado desde Franco y Don Juan y fundamentalmente entre Juan Carlos I y Hassan II. Y como después Mohamed VI ha contactado a Felipe VI, cuando las circunstancias lo han requerido. Exactamente igual que ahora salvo que el origen de la llamada cambia.

Lo que yo he denominado la hipostenia creciente de la posición y del animus españoles, está alcanzando límites elocuentes sin que la respuesta de Madrid, ni autónoma ni con Bruselas, parezca bastante. Debería de quedar claro que la veintena de soluciones que llevo tantos años proponiendo, no constituye más- pero tampoco menos- que un ejercicio académico y sobre todo y esta connotación es clave, de futuro. Ahora, cuando el factor determinante, amén de algún otro, como el cierre de la aduana de Melilla, legal y congruente con la política de desarrollo regional del vecino del sur, se nuclea en torno a la emigración, incluso ahí, en ese dramático, hipersensible tema, que es europeo, lo que hay que hacer valer en toda su entidad poniendo en funcionamiento una efectiva, urgente y tan amplia como posible cooperación, naturalmente europea, se han llegado a esgrimir argumentos esperpénticos del tipo de insuficiencia in situ de efectivos, siendo el segundo país de la UE en número de policías por población sólo superado por Chipre, amén de que ello no significaría más que un enfoque parcial cuando el ámbito global, desde cualquiera de los esquemas occidentales, resulta no ya exterior sino bi continental y pasa ineludiblemente por la cooperación.

Y en Gibraltar, se hace prevalecer el interés europeo y en aras de que España no entorpezca el camino del Brexit, se aparca la baza diplomática, la capacidad de veto que nos ha conferido la propia Bruselas: ¨las relaciones con Gibraltar tendrán que decidirse mediante negociaciones bilaterales entre los gobiernos español y británico¨. Se trata del valor del momento, del cuándo, tan socorrido en política exterior. Vayan ustedes a saber si la triada clásica del Congreso de Viena, los maestros de la diplomacia, con Talleyrand, Castlereagh y el gran Metternich a la cabeza, hubiera suscrito la jugada en el lubricán del ajedrez diplomático actual, con más de tres siglos ya de hipoteca colonial, única en Europa.

P.S. Tras tirar en buen esgrimista en el muy británico Reform Club, escribo a Agustín Núñez, uno de nuestros diplomáticos más completos, nuevo delegado del MAEC en el Campo de Gibraltar, que bien conoce mi competencia por esas y otras latitudes, desde la biblioteca, con la memoria viva de sus ilustres miembros Churchill, Gladstone, Russell o Palmerston, que todos ellos se ocuparon de The Rock, para que se me haga un hueco en Santa Cruz-Sotogrande.