Opinión

Mediterráneo: un destino compartido

Josep Borrell. Ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y de Cooperación/La Vanguardia 

Barcelona acoge por tercera vez en tres años la conferencia ministerial de la Unión por el Mediterráneo (UpM) y a los 43 países de las dos orillas que la integran. La UpM, que tiene su sede en Barcelona y este año cumple su décimo aniversario, surgió del Proceso de Barcelona, que España impulsó en 1995 como una clara muestra de su liderazgo en todo lo que concierne al Mediterráneo.

La presencia en Barcelona de la UpM es un ejemplo indiscutible del interés general de Europa, y especialmente de España, por desarrollar una agenda regional de carácter integral y de la voluntad de asumir conjuntamente la responsabilidad de nuestro futuro compartido mediante realizaciones prácticas. España, Catalunya y Barcelona deben sentirse satisfechas de albergar la sede de esta imprescindible institución de cooperación internacional.

Este año, la reunión de la UpM será copresidida por la UE y Jordania, y debería ser la ocasión para hablar con franqueza de la evolución reciente de la región euro-mediterránea. El Mediterráneo de hoy no es el mismo de 2008, han pasado ya muchas primaveras desde entonces.

El Mediterráneo, hacia donde miran Europa y África, es el mejor ejemplo del mayor problema de esta época: la desigualdad. Las relaciones entre la ribera norte y sur son asimétricas. En concreto, la línea que separa España de Marruecos es la frontera exterior más desigual de toda la Unión Europea, que a su vez es la región del mundo donde la desigualdad entre fronteras es menor. La frontera hispano-marroquí también supera en desigualdad a la existente entre Estados Unidos y México. En concreto, el PIB per cápita de España multiplica por 15 al de Marruecos, cuando el de Estados Unidos multiplica sólo por seis al de México.

Según datos de la la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Untacd), el PIB de todos los países africanos juntos no supone más que el 2,79% del PIB mundial. El PIB de Europa supone 25,11%. La renta per cápita en África es de 1.787 dólares frente a 27.106 dólares.

A estos datos debemos añadir el factor demográfico, que incide negativamente en el crecimiento económico de África. Tanto es así que la ONU estima que África en el 2050 tendrá 2.500 millones de habitantes, frente a 450 millones en la Unión Europea. Y en el 2100, casi la mitad de la población mundial será africana. Hoy son ya 1.200 millones.

La magnitud de estos datos hace necesario, hoy más que nunca, que la UpM pueda cumplir de manera efectiva su función, que la Unión Europea y todos los Estados miembros tomen conciencia de la trascendencia de la situación y sean capaces de actuar de manera rápida, decidida y eficaz. No podemos esperar a que lleguen tiempos más fáciles, ya que desgraciadamente desde el 2014, cada año, mueren en el Mare Nostrum más de 3.000 personas y la Organización Mundial de las Migraciones rescató, el año pasado a 4.000 perdidos en el desierto, sin que tengamos datos exactos de cuántos se quedaron allí.

La gravedad del contexto regional exige tomar medidas eficaces de manera urgente para transformar estos desafíos en oportunidades para las sociedades de ambas orillas.

Aunque el Mediterráneo es el reflejo en buena medida de muchos de los problemas de nuestro mundo, estos tienen solución si se deja de lado la retórica y se lanzan propuestas operativas que, sobre la base de una cooperación estrecha y reforzada, respondan a las exigencias de una mayor prosperidad, mejores servicios y de un espacio político abierto entre dos mundos que comparten historia y geografía.

La UpM tiene una vocación eminentemente práctica. Por ello, además de ser un foro para el diálogo político, debe ofrecer resultados concretos que sirvan como base para una mayor integración regional, que hoy se muestra todavía incompleta y frágil, e impulsen proyectos de desarrollo sostenible y de igualdad.

Antes de la reunión ministerial, la sociedad civil se reunirá en Barcelona para hacer avanzar el programa Med4Jobs; una iniciativa que comprende 13 proyectos de creación de empleo en varios países del Sur del Mediterráneo, destinados sobre todo a jóvenes y mujeres. El proyecto más emblemático hoy, sin duda, es la planta central desalinizadora de Gaza, que permitirá a dos millones de palestinos disponer de agua de calidad.

A pesar de todas las dificultades, la región en su conjunto registra hoy un crecimiento económico intenso y sostenido. Las posibilidades de cooperación son enormes. Desde el punto de vista energético, el desarrollo de las energías renovables en el Norte de África puede cambiar el mapa de suministro en Europa, permitiendo una mayor diversificación de las fuentes y contribuyendo a la lucha contra el cambio climático. Este es otro ámbito en el que el trabajo conjunto es imprescindible, ya que el calentamiento global no entiende de fronteras.

También el crecimiento demográfico ofrece oportunidades de desarrollo y expansión para las empresas europeas, tanto a través de la inversión en la región como de la apertura de nuevos mercados. El incremento de la presencia empresarial de China y de otros países pone de manifiesto el enorme potencial de la región en términos económicos, que Europa debe aprovechar.

Los retos existentes son tan importantes como las oportunidades. Su manifestación más visible son los flujos migratorios. Se trata de un fenómeno que debemos gestionar combinando el realismo con la responsabilidad y el respeto a los derechos humanos. El cierre total de nuestras fronteras no es posible ni deseable. El chiudiamo i porti no es una solución. La apertura total tampoco. La UE sigue sin disponer de una política común de migración y asilo y este es su desafío más importante.

Es necesario un gran acuerdo migratorio entre Europa, África y Oriente Próximo sobre la base del reciente pacto Global de las Naciones, que abogue por una migración regular, segura y ordenada.

Pero hemos de entender que no hacemos frente a una sola crisis, sino a varias crisis profundamente interrelacionadas, que se refuerzan entre sí. Si intentamos abordar alguna de ellas sin incluir al resto, fracasaremos.

Hablar de un Plan Marshall para África es ya un lugar común. Todo responsable político carente de recursos se acoge a este mantra, al que resulta fácil de apelar sin saber muy bien lo que implica. Resulta difícil imaginar que las circunstancias financieras actuales permitan una aportación de fondos similar a la que recibió Europa en su momento. No obstante, la vitalidad de las empresas europeas, unida a las nuevas facilidades para la inversión y el comercio existentes, pueden contribuir a un proceso de crecimiento económico que genere empleo, lo cual es clave para lograr la estabilidad en la región.

También es fundamental dar respuesta a una población joven (15-24 años) que en 2020 alcanzará los 246 millones de personas en el continente africano. Por ello, los programas de formación y de intercambio cultural deben ser el eje central de nuestra política mediterránea, aumentando el número de becas de estudio euromediterráneas sobre la base de Erasmus Plus.

La renovada toma de conciencia de los desafíos, de las oportunidades y de la necesidad de actuar de manera urgente debe realizarse desde la conciencia de la profunda interdependencia de las dos orillas del Mediterráneo, y aprovechando las sinergias del impresionante legado histórico y cultural que nos une. Sólo así podremos garantizar nuestra propia estabilidad y prosperidad.