Opinión

Reconciliación

Carlos Miranda. Embajador de España/merca2

Pie de foto: Imagen de Manuel Azaña

Hace 80 años concluyó la Guerra Civil. Aquel día empezó el exilio republicano. El presidente Sánchez depositó el 24 de febrero pasado unas coronas con los colores de nuestra bandera constitucional en las tumbas de Manuel Azaña, presidente de la II República, y del poeta Antonio Machado. Ondeaba alguna bandera republicana.

El 5 de mayo pasado, como cada año, se celebró en Mathausen un homenaje global a las víctimas del nazismo. Ese día fueron liberados en 1945 los prisioneros de este campo de exterminio en Austria. En abril, el Gobierno Sánchez instauró ese mismo día para homenajear a las víctimas españolas del nazismo. Sin embargo, los indepes catalanes lo aprovecharon, vergonzosamente, para hablar en Mathausen de los inexistentes “presos políticos”. Dolores Delgado, Ministra de Justicia, abandonó, acertadamente, ese acto catalanista-separatista al que no debió acercarse, limitándose a otro por todos los españoles asesinados por los nazis.

Uno de los objetivos de la Transición fue la reconciliación. El papa Francisco señaló recientemente que la reconciliación no es posible con muertos escondidos. Siempre me han parecido sorprendentes las trabas que se ponen a quienes desean la exhumación de sus antepasados abandonados en fosas en el marco general de la Guerra Civil para, así, poder enterrarlos dignamente.

Hay que respetar a los exiliados republicanos, compatriotas nuestros. Al llegar a Londres en 2004 como Embajador de España, la cuestión del exilio republicano fue de las principales que exigieron mi dedicación.

Mi primera actuación fue para los españoles presos por los nazis en la islas anglonormandas como trabajadores forzosos. Estas islas, situadas junto a Francia, fueron el único territorio británico ocupado por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Las fortificaron empleando a trabajadores forzosos, prisioneros de diferentes nacionalidades.

De un total de aproximadamente cinco mil trabajadores, unos mil quinientos debieron de ser españoles, aunque no hay registros porque la guarnición alemana quemó sus archivos al rendirse en mayo de 1945. Solo quedaron las memorias de las víctimas.

Fui el primer Embajador español que asistió a la ceremonia en su recuerdo que todos los años tiene lugar en el cementerio de Jersey donde están enterrados los españoles que fallecieron. Después de dirigir a los congregados unas palabras junto a nuestra bandera constitucional, muchos asistentes depositaron coronas tricolores o rojigualdas. Era normal que entre la concurrencia hubiese símbolos republicanos. Tenían más un sentido histórico que reivindicativo.

También acudí al acto conmemorativo de los brigadistas internacionales que tiene lugar en Londres en julio, en Jubilee Gardens, junto al Támesis. Tras de mi ondeaba la bandera constitucional mientras entre los asistentes se podían ver algunas republicanas.

En 2007 se conmemoró el 70 aniversario de la llegada de los “Niños vascos”. Unos cuatro mil que en 1937 huyeron a Southampton desde Bilbao. Fueron acogidos por organizaciones caritativas privadas. Unos 500 se quedaron en tierras británicas. El resto fueron a Sudamérica o volvieron a España. Acepté la presidencia de la conmemoración. En el estrado la bandera constitucional estaba flanqueada por la británica y la Ikurriña. La republicana, con algunos asistentes.

En todos mis parlamentos señalé que la libertad por lo que ellos o sus antepasados habían luchado, la teníamos ahora en España, que su lucha no había sido en vano y que había servido de ejemplo para muchos. Añadía que lo importante era tener de nuevo una democracia más que la forma del Estado como lo demostraba el buen funcionamiento de nuestra Monarquía Parlamentaria. Con la Transición, había sonado la hora de la reconciliación.

En Jubilee Gardens, al iniciar mi discurso alguien gritó refiriéndose a la bandera rojigualda: “¡Esa no es nuestra bandera!”. Le ignoré y seguí hablando. Al final del acto se me acercó Iñigo Gurruchaga, un veterano corresponsal español en Londres. Había identificado al de la exclamación. El interesado le confirmó su autoría si bien añadió que, después, le había gustado mí discurso. Una de mis mejores recompensas. Hay que culminar la Reconciliación.