Opinión

Respeto a las víctimas del Yak 42

Javier Fernández Arribas

Lo peor que les puede pasar a las víctimas y familiares de los fallecidos en el Yak 42, trece años después de sufrir la enorme desgracia de perder a sus seres queridos en un accidente de aviación de esta manera tan infame, es que algunos pretendan utilizarlos como arma política. Da mucha vergüenza comprobar cómo se pretende manipular, en uno u otro sentido, la responsabilidad de unos hechos que nunca debieron producirse si el afán de ahorro no hubiera afectado al mínimo nivel de seguridad aceptable.

Los tribunales han dictaminado en su momento con las condenas correspondientes, sin llegar a la cúpula responsable de unos traslados que se realizaban en unas condiciones inaceptables hasta que se produjo la catástrofe. Las elecciones no eximen de la responsabilidad política por mucho que el Sr. Trillo diga que los electores le absolvieron en tres citas con las urnas. Parece mentira que un letrado pretenda confundirnos como si fuéramos meros ignorantes prescindibles. 

Como parece que lo eran aquellos que luchaban por la defensa de la libertad y de la democracia de todos en Afganistán y que encontraron la muerte en unas circunstancias abominables en una montaña turca. Contratar esos aviones y esas tripulaciones era temerario como sabíamos los que los habíamos sufrido en otros conflictos como en los Balcanes. Pero lo peor, más allá de la profunda desgracia, fue la falta de ética y humanidad de quienes desde el Ministerio de Defensa y desde la Presidencia del Gobierno forzaron a todos para dar carpetazo al asunto lo antes posible y obligaron a unos torpes funcionarios, generales algunos, a falsear las identificaciones de los cadáveres para repatriarlos cuanto antes y así sofocar en el menor tiempo posible el impacto político de una situación bochornosa y patética.

La culminación de la afrenta se produjo en la misma base de Torrejón, calor sofocante, tribuna para los familiares, féretros alineados en el suelo de una esplanada de la base, ni una botella de agua y lo que más enervó los ánimos, ni un minuto al lado del féretro para que cada uno despidiera a su ser querido antes de la celebración, deprisa y corriendo, de un funeral donde la presencia de los Reyes y el Príncipe evitó al Sr. Aznar y al Sr. Trillo que los insultos llegaran a mayores. ¿Por qué no me dejan despedirme de mi hijo? ¿Qué hay en el féretro, piedras? Es lo que ocurrió y nunca se perdonó. No se trataba de dinero, era cuestión de respeto y un mínimo cariño en unos momentos muy dolorosos. Pero los intereses políticos eran otros, sin ética ni humanidad. Cada uno lo lleva sobre su conciencia, se interprete como se interprete lo que dice el Consejo de Estado.