Teherán aprueba el tratado de desarme nuclear
Antonio Sánchez-Gijón/capitalmadrid.com
Pie de foto: Irán en la conferencia de desarme nuclear de la ONU. En pocos meses Irán podrá acelerar su ritmo de crecimiento.
Desde ya empieza a ser tarde para que los inversores y comerciantes europeos se desplacen a Irán a explorar las posibilidades de negocio. En tres meses, con toda probabilidad, acabarán las prohibiciones de tipo financiero o industrial que hacían prácticamente imposible comerciar con Irán, y se abrirán oportunidades de invertir en los múltiples sectores de su economía, seriamente deteriorados por ocho años de sanciones.
El miércoles 14 de octubre el Consejo de los Guardianes aprobó la resolución del parlamento, votada el día anterior, autorizando al gobierno a aplicar el acuerdo titulado Plan de Acción Conjunto, para poner bajo control de la Agencia Internacional de la Energía Atómica el programa nuclear iraní, y que había sido firmado el 14 de julio entre Teherán y cinco potencias (Estados Unidos, Rusia, Alemania, Francia y Reino Unido). El acuerdo daba un plazo de tres meses para su “adopción” por Irán. El último trámite legal que queda es el conocimiento del acuerdo por el Consejo de Seguridad de las NN.UU, en otro plazo de tres meses.
Irán fue signatario fundacional del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, pero el ambicioso desarrollo de su industria atómica provocó las sospechas de la comunidad internacional, de que pretendía dotarse de la bomba, algo que tanto Washington como Tel Aviv habían dado a entender repetidamente que no tolerarían.
Según el acuerdo, Teherán está autorizado a seguir sus investigaciones nucleares y mantener en funcionamiento sus reactores principales, con el compromiso de producir uranio sólo con fines científicos, médicos y energéticos, con severas limitaciones sobre el grado de enriquecimiento que puede aplicar a su combustible nuclear (3,7%). Su planta de producción de plutonio en Arak será inutilizada, y el stock de este material será sacado del país.
El Consejo de los Guardianes es un cuerpo supervisor del órgano legislativo, formado por doce miembros, seis de los cuales son teólogos y los otros seis juristas. Formalmente, la decisión de este consejo está aún sujeta a su aprobación por el ’líder supremo’, ayatolá Alí Jamenei.
Se considera muy improbable que Jamenei rehúse dar su aprobación definitiva. Si hubiera tenido esa intención, podría haber ordenado la suspensión de las negociaciones 5+1 hace ya bastantes años. El líder supremo seguirá, no obstante, estando muy encima de la ejecución del acuerdo, con especial atención a que no se altere su política de cero concesiones a los Estados Unidos. En efecto, el pasado día 7 dejó claro que, a pesar del posible acuerdo, no habría negociaciones con Washington sobre otras cuestiones. Jamenei fue rotundo sobre la prohibición: “Aunque nuestros negociadores estuvieron vigilantes, los Estados Unidos sacaron partido a algunas oportunidades. Las negociaciones les abren la puerta a ejercer su influencia económica, cultural, política y de seguridad”.
Probablemente esta prohibición unilateral perjudicará los intereses de los sectores económicos norteamericanos deseosos de explorar las oportunidades en la República Islámica, y reducirá la competencia con que los intereses europeos y, sobre todo, turcos, traten de cerrar contratos en Irán.
Previsible incremento de la producción de petróleo
Jamenei no parece tener fe en las promesas del presidente Obama., y ve con suspicacia sus maniobras en Oriente Medio, que buscan entre otras cosas que Irán acepte entrar en un diseño estratégico que haga imposible que cualquier estado se alce con la hegemonía en la región. Washington trata de reajustar su política de Oriente Medio con el doble fin de reducir sus compromisos y dejar establecido un equilibrio de poderes, el cual sólo sería posible con un acuerdo Washington-Teherán que llegue mucho más allá de lo nuclear. Esto, hoy por hoy, parece difícil de conseguir porque una precondición de ese arreglo es el restablecimiento de la confianza entre las dos principales potencias de la región, Irán y Arabia Saudita, más la pacificación del antagonismo religioso de chiíes y suníes, con especial incidencia en Iraq y Yemen, y el fin de la guerra civil de Siria, donde Estados Unidos e Irán poco menos que militan en campos enemigos. Les puede unir, sin embargo, la necesidad de combatir al llamado Estado Islámico (EI).
Las sanciones económicas han retrasado el desarrollo industrial de Irán, y agravado las condiciones de vida de la población, que en el último año ha estado sometida a una inflación del 40%. La economía, fuertemente dependiente de las exportaciones de petróleo, se ha visto muy perjudicada por el descenso mundial de su precio. Después del levantamiento de las sanciones, una vez que el OIEA certifique el cumplimiento por parte de Teherán, aún pueden pasar unos meses antes de que recupere el nivel de producción que perdió por no poder vender a los países occidentales y a otros de Asia. Una vez pasada esa prueba, Irán considera que puede exportar 500.000 barriles/día suplementarios a su actual producción
Independientemente de la hostilidad de Jamenei hacia Estados Unidos, Teherán puede encontrar ventajas en su estrategia, de ir reduciendo los compromisos armados en la región del Golfo y de Oriente Medio, con tal de que se establezca un eficiente equilibrio de poderes. Si, por el contrario, Irán opera por su sola cuenta, sus ambiciones geopolíticas encontrarán un freno en dos de las potencias más grandes de la región: Arabia Saudí y Turquía. Estos dos países quieren deshacerse del presidente de Siria, Bachar al-Assad, como foco y polo de todas las inestabilidades: una guerra civil despiadada, una opresión de la minoría alauita sobre la mayoría sunita del país, una base de entrada de los rusos en la región, y un polo de atracción del EI, que amenaza con su terrorismo no sólo a los enemigos de secta, tal que Irán, como también a los regímenes monárquicos de la región.
Estas ventajas a plazo medio, sin embargo, se ven neutralizadas por los compromisos que Teherán se ha echado sobre los hombros: apuntalar al régimen sirio, proteger el gobierno iraquí, de mayoría chií, ayudar al movimiento Hezbolá a mantener su hegemonía en Líbano y apoyar en la guerra civil de Yemen al movimiento houthi.
Sólo un cambio del horizonte vital del pueblo iraní y un nuevo empleo de sus capacidades diplomáticas y militares en la región, mediante algún tipo de entendimiento con los Estados Unidos, hará posible que Irán desarrolle y aproveche su inmenso potencial económico y cultural.