Todos somos la democracia de Túnez

Jesús Díez Alcalde
Teniente coronel. Analista del Instituto Español de Estudios Estratégicos
The Diplomat in Spain
http://thediplomatinspain.com/todos-somos-la-democracia-de-tunez/ 
 
Nunca deberíamos olvidar la impactante imagen de los turistas huyendo aterrorizados de la masacre yihadista en el Museo del Bardo en Túnez el pasado 18 de marzo. Pero tampoco la reunión de los congresistas –islamistas y liberales– en las escaleras del Parlamento entonando el himno nacional al día siguiente, en una demostración de que el proceso político seguirá avanzando a pesar de la barbarie terrorista; ni las manifestaciones de miles de tunecinos que clamaban por la defensa de su recién estrenada Democracia y mostraban su absoluta repulsa a la sinrazón yihadista.
 
Un cruel y vil atentado que, por el momento, ha segado la vida de 25 personas indefensas, dos de ellas españolas; y cuyo principal objetivo era, además de asestar un duro golpe a la estabilidad del país, atacar directamente a Occidente –por las propias víctimas, pero también por la siempre pretendida repercusión mediática– y a una de las principales fuentes de riqueza nacional: el turismo. Sin duda, han conseguido asesinar de forma despiadada, pero no han dinamitado la ilusión y el derecho de los tunecinos a aspirar a un futuro estable y democrático, a vivir sin miedo; aunque estos terribles hechos les hayan hecho tomar conciencia de que el camino será largo y, por culpa de la violencia terrorista, quizás demasiado tortuoso.
 
Con la absoluta legitimidad que solo concede la propia población, Túnez se ha convertido en un claro referente –y también el único– de que era posible encauzar, por la vía del diálogo y sin enfrentamientos violentos, las aspiraciones de cambio que reclamaba la revolución de 2011. Tras el derrocamiento del dictador Ben Alí, decretado por el propio sistema judicial tunecino, las autoridades políticas han sido capaces de consolidar una transición democrática, y lo han hecho desde el consenso y el compromiso con una sociedad que exige un nuevo rumbo para este país mediterráneo.
 
En enero de 2014, aprobaron una nueva Constitución, que sellaba la secularización de la política pero no obviaba la raíz musulmana del país y de su población, y cuya modernidad debe convertirse en ejemplo para el mundo árabe. Después llegaron las elecciones legislativas y presidenciales, en octubre y diciembre del año pasado, que dieron la victoria, sin fricciones, al partido secular y liberal Nidaa Tounes frente al islamista Ennahda. Sin embargo, y a pesar de ese resultado, a principios de febrero, se instauró de un gobierno de coalición nacional, liderado por el independiente Habib Essid y en el que prácticamente todas las fuerzas están representadas, lo que ha supuesto una clara constatación de que la unidad es la única vía posible para gobernar un país diverso, incluso en su interpretación del papel de la religión islámica en la vida pública.
 
El gobierno tunecino ha fortalecido aún más su determinación de consolidar la estabilidad del país
Ahora, el ataque contra el Parlamento y el Museo del Bardo, lejos de amedrentarlos, el gobierno tunecino ha fortalecido aún más su determinación de consolidar la estabilidad política, social y económica del país y, de nuevo juntos, les ha hecho proclamar que combatirán el terror, con la unidad del pueblo y del poder político como principal argumento.
 
Pero frente a las aspiraciones de la gran mayoría tunecinos, todo indica que los extremistas violentos seguirán enfrentando su repugnante batalla. Desde 2013, los atentados se han incrementado de forma preocupante en Túnez, protagonizados por una amalgama de grupos extremistas de carácter salafista yihadista. Entre ellos, destaca la milicia Ansar Al Sharia Túnez, ligada a Al Qaeda central, y la katiba Okba Ibn Nafaa, que presuntamente juró lealtad al autoproclamado Estado Islámico (Daesh) el pasado otoño. Y es este último quien ha reivindicado la autoría de los asesinatos, en un intento de centralizar la campaña mediática y de proclamar al mundo la expansión y la presunta fortaleza de su deleznable califato.
 
Por este motivo, difícilmente sabremos quién está exactamente detrás de este ataque, pues también podría haber sido perpetrado por alguno de los cientos de extremistas que han retornado de combatir en las filas yihadistas en Irak y Siria, a donde han acudido más de 3.000 tunecinos: una cifra que ha convertido a Túnez en el mayor exportador de yihadistas al mundo. O quizás los culpables sean otras milicias yihadistas asentadas en el caos y en la anarquía libia, que atraviesan sin control las porosas fronteras, y extienden la amenaza a toda la convulsa región del norte de África y del Sahel.
 
No será fácil erradicar la violencia yihadista en Túnez, tampoco evitar su efecto devastador en toda la región y su dañina repercusión en Europa, que ahora debe reforzar –junto al resto de la comunidad internacional– su apoyo incondicional al gobierno nacional, al pueblo tunecino, y a su futuro que, inexorablemente, también es el de todos aquellos que compartimos el Mare Nostrum, ante una amenaza que es absolutamente global. Porque los atentados contra la estabilidad, la libertad y la seguridad de Túnez también atañen a Europa.
 
Hoy, debemos solidarizarnos con esa mujer tunecina y musulmana que, a cara descubierta, lloraba impotente la muerte de tanta víctima inocente; con el agente turístico tunecino y musulmán que pedía que los extranjeros no dejasen de visitar su país… Hoy todos, con la misma unidad que ellos enarbolan, debemos ser la Democracia de una nación musulmana como Túnez. Un país mediterráneo que tiene derecho a un futuro libre del miedo y del terror que pretenden infundir quienes enarbolan una religión a la que, por muchas soflamas que proclamen, ni representan ni les pertenece. Frente a ellos, y como gritaban los manifestantes en las calles de la capital, Túnez seguirá en pie.

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