Opinión

Una mirada al islam

Hashim Cabrera /Webislam

Pie de foto: El mundo árabe representa sólo una décima parte del mundo musulmán. Existen actualmente unos 1.500 millones de musulmanes en el planeta

El islam no es una cultura ni una religión —en el sentido habitual que suele darse a esta palabra en las sociedades y culturas occidentales— sino una forma de ser y de vivir. En la forma de vida islámica o din del islam hay principios y formas, pero no existen dogmas ni misterios. No hay sacerdotes ni iglesia, no hay sacramentos ni liturgia: es más bien una manera de vivir y concebir la existencia.

El islam histórico que conocemos hoy surge en el siglo VII de la era común, a partir de la revelación coránica al profeta Muhámmad (saws). Sus contenidos están claramente vinculados a la historia profética de los pueblos semitas, normalmente relacionada con el monoteísmo o adoración al Dios Único y con los profetas y mensajeros que anteriormente transmitieron la Revelación desde Adam, pasando por Noé, Abraham, David, Salomón, Moisés, Jesús, la paz sea con todos ellos, los cuales son nombrados en el Corán, donde se expresan también pasajes enteros de sus respectivas revelaciones.

El origen de esta forma de adoración unitaria se remonta, según el Corán, hasta el profeta Abraham, la paz sea con él, “que adoraba y reconocía al Dios Único, sin rendir adoración a ninguna otra cosa”. Por ello, la base sobre la que se asienta el pensamiento islámico, su consecuencia existencial y su visión del mundo, es lo que se denomina tauhid, la conciencia de la unicidad de lo real, que está claramente contenida en la shahada o testificación esencial que hace todo musulmán: “La illaha illa Allah, no existen dioses sino Dios.”

Como en todos aquellos paradigmas con vocación universal y globalizadora (los imperios romano, persa, germánico, escandinavo, etc.), el islam ha sufrido a lo largo de su historia grandes y profundas oscilaciones, atravesando períodos de gran florecimiento social y cultural alternándose con otros momentos más regresivos, oscuros e integristas. En la historia de Al Ándalus vemos cómo el esplendor, la cultura y la tolerancia de la Córdoba califal sucumben ante las oleadas fundamentalistas que llegan desde el norte de África tras la caída del califato, dando paso a unos tiempos oscuros en los que el islam fue vivido con tanto rigor e intolerancia que acabó desapareciendo.

Tras la muerte del profeta (saws) y la regencia de los cuatro primeros califas, aparecen diferentes interpretaciones del Corán y de la costumbre profética o Sunnah, una serie de escuelas y visiones que, apoyándose en las mismas fuentes, interpretaron dichas fuentes en sentidos distintos.

La primera gran escisión en el seno del islam está representada por shiíes y sunníes, denominaciones de aquellos que, en tiempos del califa Ali, yerno y primo del profeta, combatieron por la legitimidad islámica. Los seguidores de Ali son los que hoy denominamos shiíes y los seguidores del entonces autoproclamado califa Muawiyya se dicen sunníes, aunque ambas denominaciones son bastante posteriores. Poco después surgen las diferentes escuelas jurídicas.

Existen diversas interpretaciones o escuelas de jurisprudencia islámica que se han consolidado a lo largo del tiempo, cuatro en el ámbito sunní —Malikí, Shafií, Hanbalí, Hanafi— y varias también en el mundo chiíta —Ismailí, Ya’farí, Septimana, Duodecimana, Bohra etc—. Algunos expertos aseguran que existen cerca de treinta si tenemos en cuenta las ramificaciones secundarias. En cuanto a número de seguidores, los chiíes son minoritarios (un 15%) con relación a los sunníes, y se distribuyen mayoritariamente por Irán, Azerbayán, Iraq, Bahrein y el sur de Líbano, existiendo algunas minorías en Siria, Afganistán y Pakistán. El 85% restante son sunníes.

Las diferentes escuelas han expresado a veces puntos de vista distintos sobre algunos temas fundamentales, desde los conservadores malikíes hasta los más abiertos y progresistas hanafíes o ismailíes, siendo la interpretación más rígida y extrema la de los hanbalíes, seguida hoy en Arabia Saudí y en algún que otro país del Golfo Pérsico.

Sin embargo, en la mayoría de los casos, las prescripciones de las escuelas están referidas a contextos antiguos, faltando un corpus actualizado y exhaustivo de jurisprudencia islámica contextualizado en las sociedades contemporáneas.

Según las fuentes islámicas, el Corán y la Sunnah, no existe un modelo de estado islámico sino un modelo de ser humano y de sociedad. El único principio coránico, aplicado ya por el profeta durante su vida, es el de la Shura o Asamblea consultiva, de manera que existe un principio de sociedad asamblearia y democrática que ha funcionado en las sociedades islámicas más tradicionales. Luego, los países de mayoría musulmana pueden regirse y, de hecho, se rigen por diferentes modelos sociopolíticos, desde la democracia directa hasta la monarquía, aunque esta última, paradójicamente, no se considera excesivamente islámica dado su carácter hereditario, que nada tiene que ver con la tradición profética.

Tras un dilatado esplendor y una política modélica de inclusividad y tolerancia al estilo andalusí, el último gran imperio islámico, el Imperio Turco Otomano, acabó definitivamente su periplo histórico a comienzos del siglo XX, tras la I Guerra Mundial, con la proclamación de la República Turca de Atatturk, desmembrándose en diversos territorios que conformaron sendas nacionalidades, en Europa, Asia y África.

Un hecho a tener en cuenta es el contraste que existe entre la vocación universalista del paradigma islámico tradicional (Ummah), que en sus momentos de mayor expansión geopolítica alentó y desarrolló lenguas y culturas de naturaleza muy diferente, y el actual modelo de globalización neoliberal, que destruye la diversidad cultural y biológica, imponiendo un modelo homogéneo.

Este hecho y la aparición del petróleo  —y de otros recursos de gran valor económico y estratégico— han determinado en gran medida la evolución de las sociedades de mayoría musulmana a lo largo de todo el siglo XX, hasta llegar a nuestro tiempo.

Desgraciadamente, a lo largo de todo el siglo pasado, sobre todo en su segunda mitad, en época postcolonial, debido a la geopolítica del petróleo, las ideologías más regresivas y conservadoras —wahabismo, salafismo integrista, Hermanos Musulmanes, etc.— han tenido patente de corso para extenderse por todo el orbe musulmán, sobre todo el wahabismo saudí, que ha difundido sus nefastas interpretaciones en muchos países en los que el islam tradicional era la norma. También lo ha hecho más recientemente, en las últimas décadas, en los países occidentales entre las minorías musulmanas fruto de la inmigración.

Desde los tristes sucesos del 11 de septiembre de 2001 y el incremento del fenómeno terrorista, la amenaza islámica aparece perfectamente dibujada en el horizonte de los mass-media: fanatismo, terrorismo, atraso, irracionalidad, violencia, discriminación de la mujer, etc., todas aquellas lacras que cualquier ser humano estaría dispuesto a combatir, se han asociado a la forma de vivir de los musulmanes, escribiendo así las páginas más oscuras del racismo y de la islamofobia contemporáneas.

Actualmente, esa Ummah o comunidad islámica global, está en muchos casos y lugares perdida, confundida por aquellos que aparecen como autoridades islámicas, por sabios, ulemas y faquíes que han llegado a ser verdaderos clérigos en una comunidad sin iglesia, imames vitalicios que no pueden dejar de transmitir las consignas del paradigma político de turno que les soporta.

En Europa vemos cómo se desarrolla sutilmente ese proceso de asimilación Así, vemos, por ejemplo, cómo se sacralizan ciertas funciones y se habla con toda normalidad “del imam de la mezquita tal”, como si fuese el párroco de una iglesia o el rabino mayor de una sinagoga, cuando la realidad es que todos los musulmanes pueden ejercer la función de imam dado que no existe un clero diferenciado institucionalizado. También se sacralizan espacios, como si hubiese unos lugares más sagrados que otros, estableciéndose una marcada dualidad sagrado/profano que no existe en la cosmovisión islámica original, la sacralización del cuerpo, la imposición de hábitos en la vestimenta y las relaciones humanas, etc.

Existen actualmente unos 1.500 millones de musulmanes en el planeta. Con relación al desarrollo de las sociedades de mayoría musulmana, vemos cómo, después de las llamadas primaveras árabes, una gran proporción de los países árabes, sobre todo los menos alineados con el imperio anglonorteamericano, han quedado sumidos en la guerra o en la inanición política —Iraq, Siria, Libia, Egipto, Argelia, etc.— mientras que los países árabes ‘aliados’ —especialmente Arabia Saudí y algunas otras monarquías del Golfo— continúan sus nefastas políticas difusoras del integrismo, la discriminación de la mujer, la pena de muerte, el racismo de estado, los castigos corporales, etc., sin ninguna oposición ni crítica por parte de los denominados países democráticos.

Los enormes recursos energéticos de Iraq o geoestratégicos de Siria son rapiñados e instrumentalizados por organizaciones terroristas como Daesh, Al Qaida o Al Nusra, auspiciadas y armadas por las corporaciones multinacionales de la energía, la industria armamentística y algunos de los países del Golfo, bajo la apariencia de conflictos étnicos o religiosos.

Sin embargo, la mayoría de los occidentales desconocen el hecho de que el mundo árabe representa sólo una décima parte del mundo musulmán y que actualmente existen sociedades emergentes de mayoría musulmana en Asia que tienen una gran vitalidad, pueblos que se rigen democráticamente y se gobiernan bajo regímenes democráticos y republicanos, comunidades que disfrutan de paz en sus territorios y proponen modelos de convivencia intercultural de enorme interés para la mundialización contemporánea.

Así, la República de Indonesia es el país con mayor número de musulmanes  del mundo —250 millones— y el cuarto en población. Su actividad económica y comercial es enorme y su base política es la democracia. Conviven en su territorio diferentes credos y culturas. Su vecina Malasia es una monarquía parlamentaria constitucional, también de mayoría musulmana. En la República India, los musulmanes, aún siendo una minoría, son más de cien millones. La República Islámica de Pakistán, de mayoría musulmana, tiene una población de unos 200 millones de habitantes. Afganistán, como desgraciadamente sabemos, es también una República Islámica que se debate y desangra en una guerra que dura ya varias décadas.

La situación en África no es muy alentadora. Los intereses geoestratégicos debidos a la riqueza de sus recursos y la difusión del integrismo han dividido enormes zonas culturales que han vivido y viven gigantescas contradicciones en su acceso al desarrollo y a los propios recursos. Resulta interesante comprobar cómo el expolio de los recursos naturales y la creación de grupos terroristas van siempre de la mano.

Nigeria, por ejemplo, un país de enorme riqueza petrolífera, y algunos de sus países vecinos, están inmersos en conflictos provocados por Boko Haram, rama integrista-terrorista relacionada con Al Qaida. En Libia y Argelia, países de enorme riqueza petrolera y gasística, tenemos a Daesh, Al Qaida del Magreb, etc.