¿Arde Trump? Los medios frente al ‘Hater in Chief’

Conversaciones con…Un análisis de Marta Sánchez Esparza  @martasesparza

Con la colaboración de Eduardo SuárezDavid Alandete y Francisco J. Pérez Latre.

La Torre Trump, el rascacielos de cristal más alto de Manhattan, ardía el pasado 7 de abril ante la mirada atónita de los transeúntes de la Quinta Avenida. La icónica imagen del fuego devorando la planta 50 y las columnas de humo eran demasiado similares a las llamas que precedieron al derrumbe de las Torres Gemelas, del que acaban de cumplirse 17 años. A diferencia de lo ocurrido el 11-S, los bomberos lograron apagar el incendio en apenas unas horas y solo hubo que lamentar la pérdida de una vida. Pero las cenizas del símbolo del emporio Trump, esparcidas por la calle 52, parecían la metáfora perfecta de la hoguera que amenaza con devorar al presidente.

Pie de foto: Portada de la revista Time dedicada a Donald Trump.

El mismísimo New York Times sorprendía hace algo más de una semana publicando en sus páginas un artículo de opinión sin firma, escrito por un alto funcionario del Gobierno para denunciar la errática gestión de Donald Trump, y visibilizar la presencia de un grupo que trabaja dentro de la propia Administración para contener a un presidente caprichoso e impredecible, y salvaguardar los intereses de la Nación. La decisión del diario rompe todos los cánones del oficio, amparando tras la cortina del anonimato al autor de una columna que deja por los suelos la reputación del más alto mandatario del país.

“Creo que recoger una opinión de forma anónima es algo muy arriesgado y que sienta precedente, por mucho que los editores de la sección de Opinión de The New York Times tomaran todas las precauciones posibles. Es una opinión y quien la expresa debería hacerlo en público, para dar garantías a los lectores de que es consciente de la importancia de sus actos y lo que significan para el funcionamiento del Gobierno. Dicho esto, entiendo que estos son tiempos complicados no sólo para los medios, sino también para la política de EE UU, y ante una presidencia tan atípica como la de Trump estamos viendo prácticas atípicas incluso por parte de grandes medios respetables como el Times”, subraya el ex subdirector de El País y actual corresponsal de ABC en Washington, David Alandete.

Para el periodista Eduardo Suárez, corresponsal de Univisión y colaborador de El País, lo que resulta atípico en Trump “son los insultos contra los periodistas, que son inéditos en un presidente e indignos de su responsabilidad”. En un reciente artículo en el diario El País, Suárez recuerda que “hasta la fecha, ningún presidente americano había deseado el cierre de un medio de comunicación, insultado a sus periodistas o amenazado con retirarles la credencial”. Trump lo ha hecho. A cambio, ha cosechado todo un movimiento hostil por parte de la prensa de referencia, a la que ha logrado unir contra él, y a la que ha otorgado la legitimidad para defenderse de sus ataques, empleando medios tan poco ortodoxos como ofrecer la privilegiada tribuna de las páginas de opinión a un funcionario anónimo.

Pero no sólo las páginas de los periódicos arden contra Trump. Al incendio mediático provocado por el artículo anónimo del New York Times se han sumado las revelaciones contenidas en ‘Fear’ (Miedo), el nuevo libro sobre el presidente de Bob Woodward, probablemente uno de los periodistas más reputados del país. Por si lo anterior fuera poco, el laureado cineasta Michael Moore acaba de presentar en Toronto el documental ‘Farenheit 11/9’, dirigido como un misil de precisión a provocar la caída del presidente. Prensa, cine y librerías acumulan este otoño artillería pesada para la gran batalla anti-Trump que se vislumbra en el horizonte, a las puertas ya de las elecciones legislativas en las que el Partido Republicano podría perder el control de la Cámara de Representantes.

Escándalos como el del Stormy Daniels, la actriz pornográfica a la que el abogado de Trump pagó en vísperas de las elecciones a cambio de su silencio; el de la condena por fraude a uno de sus asesores, o el ‘Rusiagate’ -la posible financiación ilegal de su campaña y los supuestos pagos de oligarcas rusos-, han subido este verano los decibelios del ruido mediático en torno a Trump hasta cotas nunca vistas. Pero mientras los escándalos se suceden en prensa y televisión, y la opinión pública se entretiene con ellos, Trump sigue sacando adelante sus principales medidas sin excesivos problemas, pese al creciente cansancio del ‘establishment’ del Partido Republicano, que parece haber perdido ya la paciencia con él, según considera Francisco J. Pérez Latre, profesor de la Universidad de Navarra y director del Master de Comunicación Política de dicha universidad.

Según Pérez Latre, la distancia entre Trump y los principales referentes de su partido se ha hecho visible al escoger a John McCain como su icono alternativo, lo que quedó de manifiesto en su funeral. Por otro lado, figuras poderosas del partido republicano como el presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Paul Ryan, anunciaban hace unos meses su decisión de no concurrir a las elecciones de noviembre.

Estar contra Trump está de moda. Hasta el punto de que la firma deportiva Nike ha convertido en protagonista de suúltima campaña publicitaria al ex jugador de fútbol americano Colin Kaepernick, criticado por el propio Trump tras no levantarse al sonar los acordes del himno americano, en protesta por las políticas anti inmigratorias del gobierno. Su gesto suscitó una poderosa corriente de simpatía en la opinión pública, y fue después imitado por otros deportistas. Ningún equipo volvió a dar trabajo a Kaepernick, algo que ha servido a Nike para acuñar su nuevo lema: ‘Cree en algo. Incluso si eso supone sacrificarlo todo’. “Apostar contra Trump parece ahora mismo una jugada ganadora”, explica Pérez Latre, que recuerda que una marca como Nike “no actúa de modo impulsivo. Apostando por Kaepernick, demuestra tener evidencias de que una toma de postura contra Trump agradará a sus públicos potenciales”. Las posteriores encuestas y, sobre todo, la histórica subida de las acciones de la compañía, así lo han demostrado.

`Hater in chief’

Pie de foto: Portada dedicada a Trump por la revista ‘Esquire’ donde le nombra ‘Hater in Chief’.

Hasta la fecha, Trump ha jugado con maestría con los odios y fobias que suscita. Colocarse frente a la prensa y buscar la confrontación le ha hecho lograr índices de notoriedad que jamás habría obtenido sin su perfil agresivo e insolente. “No hay que olvidar que para Trump no publicity is bad publicity. Así llegó a la Casa Blanca superando a 16 candidatos republicanos primero, y nada menos que a Hillary Clinton después”, sostiene Pérez Latre. De hecho se convirtió en el candidato con más apariciones televisivas, con una notable diferencia respecto al resto.

“Trump busca la atención a través de la división”, explica Pérez Latre, para quien su uso de Twitter es emblemático en ese sentido. La controversia le coloca en el centro, aunque hay que decir que el ‘efecto Trump’ también ha beneficiado a los propios medios de comunicación, que han aumentado difusión e ingresos. Su pelea con la prensa, además, le hace ganar puntos ante sus votantes de la ‘América profunda’, que según Pérez Latre, desconfían instintivamente de los grandes medios de la costa Este. “Para ellos, de alguna manera, que el New York Times, el Washington Post o la CNN critiquen a Trump es una garantía”, subraya.

De hecho, durante la campaña electoral de 2016  “se creó una burbuja informativa en la que los partidarios de Trump vieron confirmadas sus impresiones sobre él y sobre Hillary Clinton, mientras atribuían a los medios de comunicación generalistas una guerra de desgaste que obedecía a intereses políticos”, según recuerda David Alandete. Steve Bannon, el jefe de campaña de Donald Trump y asesor en la Casa Blanca hasta hace un año, se llegó a referir a los medios de comunicación como “el verdadero partido de la oposición”.

La polarización mediática en torno a Trump y la beligerancia de éste ante los medios ha propiciado un escenario peligroso para ambas partes. “Una prensa independiente y libre es garantía de estabilidad y buena salud de la democracia y el hecho de que Trump la haya convertido en objeto constante de sus críticas pone en peligro sus cimientos mismos”, opina el corresponsal de ABC en Washington, que aboga porque la prensa siga haciendo su trabajo “de forma rigurosa, sin ceder ni un milímetro ante esas amenazas”.

En esta guerra de desgaste, no parece que Trump esté dispuesto a firmar un armisticio. Las encuestas no lo presentan aún como un púgil vencido, pese a su creciente soledad. La popularidad de Trump nunca ha sido superior al 45%, pero tampoco ha bajado del 36%, porcentaje que mantiene en la actualidad, según un reciente sondeo de la CNN.

Donald Trump no es un novato en el arte de navegar. Como él mismo narraba en la presentación de The Apprendice -elreality show que lo catapultó como la encarnación del sueño americano-, ha superado la quiebra de sus empresas en dos ocasiones. Visto lo visto, el show de Trump promete continuar, pese al previsible descalabro de las legislativas en noviembre y los proyectiles lanzados desde los medios de comunicación.

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