Alianzas de conveniencia en Venezuela

Santiago Mondéjar. Consultor estratégico empresarial

Pie de foto: Imagen del presidente de Rusia, Vladimir Putin, y el de Venezuela, Nicolás Maduro.

Repasar la cadena de eventos que precedió la autoproclamación de Guaidó pone la situación en la que se encuentra Venezuela bajo una luz diferente, que nos permite vislumbrar los entresijos del juego de sombras chinescas que se está representando en prime time. Una fecha clave para entender lo que está en juego es el 24 de noviembre de 2018, cuando Igor Sechin, presidente de la petrolera rusa Rosnef, viajó a Caracas para reunirse con Maduro a fin de discutir los retrasos en los envíos de petróleo por parte de petrolera estatal venezolana PDVSA, comprometidos en 2008 para satisfacer el repago de los préstamos y líneas de crédito concedidos a Venezuela por Rusia por un montante de 18.000 millones de euros. Problemas en la producción petrolera había llevado a Caracas había priorizado la entrega de petróleo a China por el mismo concepto, afectado la liquidez de los acreedores rusos, y su consiguiente frustración.  

Apenas 15 días después, dos bombarderos estratégicos rusos Tupolev Tu-160 y varios aviones auxiliares llegaban a Venezuela para participar en unas maniobras militares conjuntas, en un movimiento de disuasión que daba respuesta a la derogación por Trump del tratado sobre misiles de medio y corto alcance que Reagan y Gorbachev firmaron en 1987, lo que permitiría a los EEUU desplegar misiles de alcance intermedio contra intereses rusos. Washington se dio por aludido ipso facto, y el secretario de Estado Mike Pompeo hizo acuse de recibo esbozando en Twitter el relato que avala la toma de poder de Guaidó: "los rusos y los venezolanos deberían ver esto por lo que es: dos gobiernos corruptos derrochando fondos públicos y limitando la libertad, mientras el pueblo sufre". 

A nadie se le escapa que el cambio de régimen ha estado en la agenda de Trump desde hace algún tiempo, habiendo incluso coqueteado con la posibilidad de imitar la intervención de George H. W. Bush de 1989 en Panama, para que, según los servicios de inteligencia de Maduro, se emplearían mercenarios colombianos y venezolanos acuartelados en Tolemaida y Tona, Colombia, siguiendo los planes trazados por John Bolton. La mera posibilidad de que esto ocurra supone una amenaza directa para los intereses económicos rusos en Venezuela, reflejados en los créditos antes mencionados y en los 5.000 millones de dólares invertidos en la industria petrolera venezolana, que se suman a otros 1.000 millones de dólares de inversión en la minería de metales preciosos y el suministro a Caracas de grano y armamento rusos. Esta alianza de conveniencia con Venezuela es además importante para Moscú porque le permite usarla como contrapoder de la OPEP, y es vital para Maduro para aliviar las dificultades financieras fruto de la profunda crisis económica en la que está sumido el país, y que es en parte consecuencia de las sanciones impuestas por Estados Unidos a las exportaciones petroleras venezolanas.

Rusia, que también padece las sanciones norteamericanas, es especialmente vulnerable a la volatilidad de los precios del crudo que la inestabilidad en Venezuela conllevaría, ya que el rublo está fuertemente vinculado a la cotización del petróleo, hasta el punto de que el presupuesto ruso se ajusta automáticamente a los aranceles procedentes del petróleo. Una fluctuación bajista y sostenida de los precios del crudo en el mercado internacional, causaría serios problemas de tesorería al Gobierno ruso, por lo que la prioridad para Rusia es mantener el statusquo en Venezuela por todos lo medios a su alcance, incluyendo la puesta a disposición de Maduro de una guardia pretoriana formada por los mercenarios rusos del Grupo Wagner. Rusia no puede permitirse el impago de la deuda venezolana ni el control norteamericano de la producción de petróleo del cinturón del Orinoco (que dispone de las mayores reservas de crudo del mundo), que con toda probabilidad seguirían a la caída de Maduro. 

Por lo tanto, el mejor escenario para el Kremlin es la cronificación del conflicto, ya que este es el terreno en el que mejor se mueve la geopolítica rusa, que, en este sentido, mimetiza la doctrina soviética de maximizar sus ganancias sosteniendo disputas regionales de baja intensidad y costosa resolución. Sin embargo, es posible que, en esta ocasión, los estrategas del Kremlin yerren en sus cálculos de teoría de juegos, que parecen inspirarse en la Teoría del Locoque Richard Nixon puso en práctica durante la Guerra Fría, y que consistía en hacer amenazas nucleares más o menos veladas, pero creíbles, diseñadas para convencer a los soviéticos de que Nixon estaba lo suficientemente chiflado como para materializar sus amenazas, llevando así a Moscú a contener su expansionismo. Y es que ahora, quien está en la Casa Blanca es Donald Trump, un presidente maniqueo e impulsivo, que parece perfectamente capaz de aceptar el precio de una aplicación simultánea de la Doctrina Monroe y del Corolario de Roosevelt, que puede llevar a un colapso brusco de la precaria influencia de Moscú en Venezuela. 

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