Andreas Koefoed: "Un niño refugiado es como cualquier otro niño"

Alba Camazón// @albarakatapun

Imágenes: documental 'At home in the world'

Una antítesis, como la propia vida de un niño que sobrevive a una guerra de la que no ha participado y se convierte refugiado, es la que da nombre al documental danés de ‘Un hogar en el mundo’ (At home in the world, 2015), proyectado en Barcelona y en Burgos. Este título se basa en el de una publicación cuyo autor se planteaba cómo, una vez alguien lo pierde todo, establece un nuevo hogar, algo tan particular, en un mundo tan grande como este. "Como el autor era mi profesor de sociología y antropología, le robé el título de su libro. Con su permiso, claro", comenta entre risas Andreas Koefoed, el director de esta cinta. La pregunta que él se hizo hace siete años fue: "¿Pueden estos niños crear un nuevo hogar en un país extranjero?". Koefoed y su equipo filmaron a unos diez niños, y eligieron las cinco historias de los niños que se sentían más cómodos y naturales frente a las cámaras: Magomed y Heda huían de Chechenia (Rusia), Amel de Bosnia, Sehmad de Siria y Ali recorrió la mayor distancia de todos ellos. Huyó de Afganistán.

Pie de foto: Andreas Koefoed, el director del documental ''At home in the world" 

¿Cómo empiezas este proyecto?

En 2010 tuve la idea porque leí un artículo sobre el colegio de la Cruz Roja y vi también el documental ‘Être et avoir’ (Ser y tener, 2002), sobre un colegio de un pueblecito francés muy pequeño. Quise contar una historia sobre niños refugiados, y cuando conocí el colegio de la Cruz Roja de Lynge, en la isla danesa de Zelanda, me puse en contacto con ellos. Les convencí de que mis intenciones eran honestas, que solo quería contar las historias de los niños y cómo es ser un niño refugiado. Les mostré otros trabajos que había hecho sobre niños para que vieran cómo es mi trabajo y me permitieron ir allí.

¿Qué historia te impactó más?

Me conmovieron las historias de muchos chicos. Pero tuve una relación muy cercana con Magomed, el chico checheno, y Ali, el chico afgano que cuenta sus pesadillas sobre cómo unos soldados quieren matar a su padre. Todos los niños cuentan historias impresionantes y la forma en que superan estas vivencias me alegró mucho. Cuando llegué no me pareció que fuera un sitio deprimente. Tenían mucho espíritu y los niños solo querían aprender y conocer a otros niños. Quieren superarlo con rapidez.

Pie de foto: Magomed, de origen checheno, llegando al colegio.

¿Cómo es un día normal para un niño refugiado que vive en Dinamarca?

Viven en uno de los cinco campos de refugiados de toda la isla de Zelanda. Hay un autobús que los lleva a al colegio. Están unas cinco horas en el colegio y luego vuelven al campo de refugiados, donde siguen jugando y van a cenar. Antes cada trayecto podría durar hasta una hora. Ahora lo han cambiado y tienen más colegios, así que los trayectos son más cortos.

¿Cómo procesan estos niños todos los cambios que se suceden a su alrededor?

Al principio no hablan el idioma y todo es nuevo para ellos. Han perdido sus hogares, quizá a algunos miembros de su familia y amigos. Llegan a un lugar nuevo, donde no conocen a nadie, no hablan el idioma y tienen que conocer a mucha gente nueva y su futuro es incierto. Tienen problemas en su pasado, su presente y su futuro, lo que es bastante duro. Los primeros dos meses es normal que los niños estén callados, observando lo que está pasando. Si conocen a un niño que habla su mismo idioma, por supuesto que empiezan a jugar entre ellos primero, pero cuando comienzan a aprender el idioma, se adaptan mejor a las circunstancias y viven una infancia más normal. De media, los niños están en este colegio durante un año. Después es mejor que los niños avancen y vayan a un colegio danés normal en el que se integren. El director del colegio me dijo una vez que si los niños conseguían superar su pasado, serían unos adultos increíbles, porque saben cómo lidiar con las dificultades.

¿Cómo viven esta situación los menores no acompañados?

Suelen tener 15 o 16 años, así que son casi como pequeños adultos. Viven en un centro con otros jóvenes y creo que es muy duro para ellos. Es muy complicado, también porque hay un vacío legal en nuestro sistema. Algunos pueden ser rechazados, pero las autoridades no pueden enviarlos a su país de origen si no localizan a los padres, así que están esperando dos o tres años hasta que los chicos cumplen 18 años y sean enviados a su país de origen. Ellos sienten que pierden esos años y para ellos no tiene sentido aprender el idioma o buscar un trabajo, porque van a tener que irse después. Y es muy duro.

¿Cómo reaccionaron los niños a la cámara?

Después de un par de días, los niños se acostumbraron a la cámara. Al principio, los niños hablaban directamente a la cámara y hacían gestos gritando: ‘¡Hola, mamá!’ (ríe). Tuvimos que cortarlo, claro. La profesora entonces les decía que ignoraran la cámara y al final se convirtió en una parte más de la clase. Yo me llegué a sentir como un profesor extra para esos niños.

¿Cómo es la figura de la profesora, Dorte?

La profesora es muy importante, prácticamente se convierte casi en un tercer padre. Se involucró mucho con los niños. Después de ver a tantos adultos que no los han tratado bien, como los traficantes de personas o algunos policías… es muy importante que confíen en un adulto que no les interrogue sobre su pasado y que se preocupe por ellos. Otro factor importante para estos niños es la disciplina, quizá también porque llevan algunos años sin ir al colegio, o porque no han ido nunca al colegio, y esta rutina les ayuda mucho a relajarse y saber qué va a pasar.

Pie de foto: Heda, de origen checheno, en el autobús

¿Qué es lo que más te gustó de grabar este documental?

Me gustó mostrar que los niños refugiados son como cualquier otro niño. Con la llamada ‘crisis de los refugiados’, los medios y los políticos cuentan que estas personas son diferentes de nosotros, que son ‘otros’, especiales, a los que deberíamos tratar de una forma determinada… Creo que mi documental muestra que un niño refugiado es como cualquier otro niño. Porque nosotros podríamos estar en esa misma situación. Si Dinamarca entrara un conflicto, nos podría pasar también, y creo que la gente lo olvida todo el tiempo. Me gustó mostrar una perspectiva totalmente diferente.

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