El Estado y las iniciativas innovadoras: ¿qué papel debe desempeñar el sector público?

Melanie Smallman, University College, Londres. Observatorio Social La Caixa

 

Edmund PHELPS. Una prosperidad inaudita. Barcelona: RBA Libros, 2017

Mariana MAZZUCATO. El Estado emprendedor: mitos del sector público frente al privado. Barcelona: RBA Libros, 2014

La innovación viene fascinando a los economistas desde hace décadas. Considerada el motor del crecimiento económico desde los trabajos realizados por Schumpeter a mediados del siglo XX, la contracción económica posterior a la crisis financiera de 2008 ha centrado todavía más la atención en las posibilidades que tiene la innovación para propulsar el crecimiento y generar empleo. Dos libros, Una prosperidad inaudita, de Edmund Phelps y El Estado emprendedor: mitos del sector público frente al privado, de Mariana Mazzucato, unidos a la atención que han suscitado, son dos buenos ejemplos de este interés en la innovación después de la crisis. Ambos se publicaron en 2013 y pretendían dilucidar qué se puede hacer para fomentar la innovación. Curiosamente, sin embargo, sus autores proponen análisis y soluciones muy diferentes para afrontar esta cuestión.

A partir de Schumpeter, entre los economistas y los expertos en innovación se ha impuesto la teoría de que el papel más importante que puede desempeñar el Estado a ese respecto es la inyección de dinero en la fase arriesgada de investigación y que luego debe quitarse de en medio para que el sector privado aplique su varita mágica. En consecuencia, y de acuerdo con esta teoría, gran parte de los estudios sobre innovación han intentado describir cómo se generan las ideas, cómo se pasa de la fase de investigación a la de innovación, y qué factores rigen la pervivencia y el desarrollo de empresas emergentes.

En Una prosperidad inaudita Phelps se atiene en gran medida a estos presupuestos, aunque pretende responder a una pregunta mucho más amplia, relativa a la innovación dentro de nuestra economía: ¿por qué algunos países y períodos son buenos para la creación de innovación y riqueza y otros no? Se pregunta, en concreto, qué ha sido de los grandes períodos de «prosperidad masiva» registrados en su día en Europa y EE UU, cuando la gente generaba ideas, productos y riqueza nuevos, pero sin que su trabajo y su vida perdieran sentido. Y aquí está lo esencial: para Phelps, la economía que genera innovación y riqueza también proporciona vidas más satisfactorias. En su opinión, lo que les falta a las economías contemporáneas, a consecuencia de varios fenómenos institucionales, políticos y sociales, es dinamismo; es decir, la voluntad y la capacidad necesarias para innovar.

Este libro, abundante en datos económicos y gráficos, se divide en tres partes. En la primera adopta una perspectiva histórica para describir lo que el autor entiende por economías modernas y cómo alcanzaron el dinamismo que las condujo al florecimiento masivo. Phelps describe el nacimiento del capitalismo en EE UU y Europa a comienzos del siglo XIX y postula que valores modernos como pensar y trabajar para uno mismo, la expresión personal, el deseo de colaborar con los demás, de tomar la iniciativa y de afrontar retos y compromisos intelectuales, así como la disposición a aceptar el cambio ocasionado o deseado por terceros, fueron tan importantes como disponer de nuevo conocimiento científico o las estructuras institucionales que permitieron la creación, el funcionamiento y la rentabilidad de las empresas.

En la segunda parte se ocupa de los factores que, en su opinión, han destruido ese dinamismo. Apunta en particular hacia el intento de apropiación de los mercados por parte del socialismo y al «corporativismo» (el término que utiliza para describir la socialdemocracia europea del siglo XX), que interviene en el mercado para proteger a los ciudadanos de la inquietud que suscita el cambio económico. Según Phelps, los éxitos económicos registrados en la Europa de la posguerra no se debieron a innovaciones autóctonas o a un dinamismo propio, sino que hay que achacarlos en gran medida al dinamismo de EE UU, del que Europa se «aprovechó».

Por último, en la tercera parte, Phelps vuelve la vista hacia EE UU para preguntarse cuál ha sido la razón del declive económico posterior a la década de 1960. Achaca la reducción del dinamismo a tres causas: un Gobierno sobredimensionado, cambios institucionales que fomentan inversiones cortoplacistas y un ascenso de valores tradicionales, no modernos. Como solución, lo que propone es un Estado más pequeño, la reforma de instituciones como los sindicatos, pero también de las estructuras empresariales, para fomentar la aparición de ejecutivos «más interesados en construir empresas que en construirse la casa de sus sueños», y cambios culturales de manera que los jóvenes aspiren a obtener aventura, retos y pasión de su trabajo, no conseguir cosas bonitas, tener seguridad económica y crear una familia.

En contraposición al Estado menguante que postula Phelps, en El Estado emprendedor, Mariana Mazzucato aboga por un Estado más activo y señala que, normalmente, las historias de la innovación no han presentado adecuadamente el papel fundamental del Estado. En lugar de considerar que éste debe limitarse a financiar pasivamente la investigación pública o a intervenir cuando los mercados vayan mal —o a sofocar incluso en algunos casos la innovación—, Mazzucato recurre a varios estudios de caso para explicar por qué el Estado también debe considerarse un emprendedor que asume riesgos, y que con frecuencia es el que más riesgos corre dentro del proceso innovador. Algunas de las principales innovaciones tecnológicas del siglo XX han surgido gracias a la política industrial, no al mercado libre.

Al igual que Phelps, Mazzucato es una destacada catedrática de economía y El Estado emprendedor se basa en abundantes datos económicos y gráficos. Sin embargo, estos se centran en una serie de estudios de caso que van desde el desarrollo del iPhone en EE UU a las tecnologías productoras de energía renovable en China, lo cual hace que el libro sea de amena lectura.

La obra comienza con una introducción que cuestiona directa y abiertamente la teoría y la práctica económicas imperantes, que inducen al Estado a retirarse para que la economía sea más dinámica, innovadora y competitiva. Según Mazzucato, esta visión del Estado como algo burocrático, inmovilista y burdo es ideológica. A pesar de haber servido para facilitar iniciativas políticas de mayor calado, cuyo objetivo era atacarlo y desmantelarlo para beneficiar al libre mercado, la descripción no es precisa.

En el capítulo 2 describe el contexto de este debate, exponiendo los dos marcos de referencia que los economistas suelen utilizar para comprender el papel del Estado en un crecimiento económico promovido por la innovación. En primer lugar, está el fallo del mercado: el Estado interviene para superar la brecha entre rendimientos privados y sociales; en segundo lugar, están los sistemas de innovación: el gasto en I+D se ve dentro de un sistema que produce conocimiento pero que también lo difunde por toda la economía. Aunque esos dos marcos han servido para justificar un incremento del gasto público en innovación, obligan al Estado a limitarse a facilitarla, responsabilizándose únicamente de crear condiciones que la favorezcan.

A continuación, el libro explica los datos que amparan la afirmación de que todo esto constituye un malentendido y una representación errónea, y lo hace mediante una serie de estudios de caso que demuestran la eficacia que ha mostrado el Estado en su labor de orientación y asunción de riesgos, allí donde otros no se internan. En el capítulo 3 Mazzucato describe cómo en la década de 1970 la Unidad de Investigación Médica del Gobierno del Reino Unido lideró el desarrollo de anticuerpos monoclonales, que hoy en día constituyen un tercio de los nuevos tratamientos farmacológicos. Por el contrario, las empresas de capital-riesgo, cuya capacidad de arriesgarse sin descanso se suele encomiar, sólo se unieron a la iniciativa cuando los «riesgos» dejaron de serlo. Según Mazzucato, esto demuestra que, en ocasiones, el sector público (no el privado) es el que lleva la voz cantante y corre los riesgos.

En el capítulo 5 señala que, aunque Steve Jobs consiguió desarrollar un convincente relato sobre cómo el genio individual, el juego y la atención al diseño promovieron la aparición y el éxito de Apple, nada de eso habría sido posible sin la enorme inversión pública destinada a la revolución informática e internet. Los capítulos 6 y 7 toman como ejemplo dos sectores energéticos, el eólico y el solar, que sirven para ilustrar la importancia que tiene el Estado, no sólo para posibilitar los avances tecnológicos, sino al alentar su aceptación. En lugar de limitarse a ofrecer desgravaciones y a quitarse de en medio, en esos ejemplos el Estado se ha involucrado, de manera permanente, en todas las fases del proceso.

En el capítulo 10, llevando los argumentos a su conclusión, Mazzucato hace un último alegato: postula que la capacidad del Estado para dirigir y alentar la innovación depende del talento y de las aptitudes que pueda concitar. Sin embargo, el acceso a esos conocimientos es más difícil cuando el Estado ha quedado en segundo plano. Su conclusión es que, para generar el cambio económico y tecnológico que necesitamos y alcanzar un crecimiento sostenible y de larga duración en el siglo XXI, es esencial cuestionar los mitos que rodean el papel del Estado en el crecimiento económico.

En una época en la que los políticos buscan nuevas formas de estimular la innovación y el crecimiento económico, el libro de Mazzucato ha causado conmoción entre Gobiernos de diversas tendencias. De hecho, muchos lo consideran una de las obras más provocadoras e influyentes que han aparecido sobre innovación en más de una década. Sin embargo, Una prosperidad inaudita de Phelps también presenta una perspectiva provocadora para los políticos, sobre todo por las reformas de la estructura financiera y empresarial que propone. Aunque éstas puedan parecer «pellizcos» al sistema, puede ser transformador alentar un cambio, por el que abogan muchos sectores de la teoría económica, hacia un «capital más paciente».

Quizá la evolución del mundo desde la publicación de ambos libros en 2013 quede reflejada en que los dos carecen de un análisis profundo sobre los tipos de economía que la innovación está propiciando. Phelps alude al asunto al hablar de la «buena vida» y Mazzucato lo menciona al plantearse si los contribuyentes de EE UU se han beneficiado de las inversiones y los riesgos asumidos con sus impuestos, obteniendo más empleo y beneficios fiscales. Sin embargo, en una época en la que las consecuencias de innovaciones como internet se observan en la drástica caída de los impuestos que pagan las grandes empresas, los llamados beneficios «apátridas» y los bajos salarios, y cuando la llegada inminente de la inteligencia artificial va a acentuar esos fenómenos, es esencial que las políticas de innovación se aseguren de que las innovaciones que creemos a su vez creen el tipo de economía que queremos, sin incidir únicamente en su magnitud.

 

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