El genocidio de un pueblo maldito

MERCÉ RIVAS/LasProvincias.es

Pocas veces este organismo internacional se había definido con tanta rapidez y claridad teniendo en cuenta que la matanza, tortura y esclavitud del pueblo yazidí sigue llevándose a cabo en estos momentos. Dicha organización calcula que 3.200 mujeres siguen esclavizadas sexualmente y los niños utilizados para el combate. El genocidio no ha terminado. De hecho, el Parlamento Europeo ha concedido a las activistas yazidíes Nadia Murad y Lamiya Aji Basha el Premio Sajarov a la Libertad de Conciencia 2016

Pero, ¿quiénes son los yazidíes? se preguntarán. Se calcula que no alcanzan el medio millón de personas en el mundo. Forman parte del pueblo kurdo aunque ellos se consideran étnicamente diferentes. Lo que realmente los diferencia de sus compatriotas residentes en Irak pero también en Siria, son sus creencias religiosas.

Sus detractores los consideran una secta preislámica con mezcla de antigua fe persa e influenciada por el cristianismo-judaísmo. Veneran a un dios supremo y a siete ángeles. Pero esta creencia religiosa les ha llevado a ser un pueblo minoritario muy poco respetado y marginado.

Muy poco se había escrito y hablado de ellos hasta que llegó ISIS o Estado Islámico y tomó la decisión de acabar con ellos. En agosto de 2014, atacó la ciudad de Sinjar y las aldeas que la rodean. Mataron a miles de hombres a los que, tras rematarlos con un tiro en la sien, les cortaban de cuajo la cabeza para fotografiarla y mostrarla como triunfo de guerra. Las mujeres que no fueron asesinadas eran capturadas para venderlas o para abusar sexualmente de ellas. Las tarifas varían entre 40 y 170 dólares por persona dependiendo de su edad.

Muy pocos pudieron escapar de esta barbarie. Uno de ellos fue Murad que pudo huir y llegar hasta el campo de refugiados de Idomeni en Grecia. Este hombre, de mirada triste y aspecto derrotado, enseñaba a los periodistas que se le acercaban fotografías que guardaba en su móvil de los soldados de ISIS con las cabezas de sus vecinos y de uno de sus hijos en la mano. Y se extrañaba de que algún que otro periodista se interesase por el pueblo yazidí. Murad había huido con su mujer y cinco de sus hijos.

Al igual que este padre de familia también pudo huir Nadia Murad Basi Taha (Sinjar, 1993), candidata al Premio Nobel de la Paz 2016 por su defensa del pueblo yazidí y por hacer públicos hechos que eran desconocidos en el mundo. Nadia Murad estuvo tres meses esclavizada, hasta que logró escaparse del ISIS cuando su dueño bajó la guardia. Al mismo tiempo que era violada por su captor lo fue por 10 hombres más.

Nadia se lamenta de que algunos vecinos no yazidíes los denunciaban ante el ISIS y que hasta las tropas de peshmergas kurdas que en un principio los protegían huyeron ante la entrada del Estado Islámico. Lo que viene a reflejar que los yazidíes eran un pueblo odiado por vecinos y compatriotas.

Farida Khalaf es otra joven yazidí que ha narrado su experiencia en el libro 'The Girl Who Beat Isis: My Story', donde narra el asesinato de su padre y hermanos y su traslado desde Irak a la vecina Siria para ser vendida en el mercado de esclavas de Raqqa. Nadia y Farida lograron escapar de las garras de ISIS, junto a otras 800 mujeres que, tras refugiarse en el campo de Duhok, en el Kurdistán iraquí, recibieron ayuda médica y psicológica, esta última de gran importancia.

Los niveles de violencia física y psíquica que están padeciendo las poblaciones en guerra y también los que pueden huir de ella es altísima aunque no se le está prestando la ayuda necesaria por la comunidad internacional. Se considera que lo inmediato es darles protección, alojamiento, comida, pero la salud mental siempre está al final del camino. Amnistía Internacional ha denunciado reiteradamente que estas mujeres «están siendo desatendidas». Cuando las secuestran, las mujeres y las niñas yazidíes son separadas de sus familiares y luego «regaladas» o «vendidas» a otros combatientes de ISIS en Irak y en Siria. A menudo los combatientes se las intercambian varias veces, las violan, las golpean o las someten a otros malos tratos, no las alimentan ni satisfacen otras necesidades y las obligan a limpiar, cocinar y realizar otras tareas, denuncia AI.

Los síntomas más comunes según los psiquiatras que las atienden son «pesadillas, ansiedad, depresión, intentos de suicidio, baja autoestima y una gran dificultad de verbalizar lo vivido».

Hasta el momento sólo un programa apoyado por el gobierno alemán llevó a dicho país a 1.080 yazidíes -supervivientes de violencia sexual y sus familiares próximos- para que recibieran tratamiento especializado.

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