El gesto político de un deportista

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El reglamento de los Juegos Olímpicos prohíbe cualquier gesto de índole política durante su celebración. Pero, ¿quién puede impedir que un deportista lo haga? El maratoniano etíope Feyisa Lilesa alzó sus brazos y los cruzó por encima de la cabeza en solidaridad con las protestas de los oromos, comunidad a la que pertenece, contra el Gobierno central. Un gesto así en un escenario como ese suscita espontáneamente una ola de solidaridad con alguien supuestamente perseguido. ¿Lo es en realidad?

El episodio nos hace centrar la mirada en ese pequeño coloso del Cuerno de África que es Etiopía y, focalizando más, en el pueblo oromo, al que Feyisa pertenece. Hemos de hacerlo dejando atrás todo el sentimentalismo que el gesto del atleta haya podido suscitar. El haberlo hecho en un escenario tan solemne no le da más razón ni se la quita.

He llamado coloso a Etiopía porque de ser casi proverbialmente una de las naciones más pobres del mundo, ha pasado a ser una de las potencias emergentes que quiere emular a los famosos BRICS (-Brasil, Rusia, India, China y -Sudáfrica). Otros elementos, además del económico, que la ponen en el candelero internacional son ser la sede de la Unión Africana, de otros organismos internacionales y de un centenar largo de embajadas. No menos importante es su función de potencia estabilizadora en una región tan convulsa como es el Cuerno de África. Y, sin embargo, es un coloso con muchas flechas clavadas en su flanco y con más de un borrón en su cuenta.

El Gobierno actual accedió al poder en 1991, hace ahora 25 años, tras derrocar al Gobierno marxista de Menghistu Haile Mariam. Su núcleo duro es el Frente de Liberación del Pueblo de Tigray (FLPT), la región más septentrional de Etiopía. Antes de tomar el poder en Adís Abeba, el FLPT asoció a los partidos representativos de otras etnias mayoritarias también descontentas con el régimen de Menghistu, como los amaras y los oromos. Se formó así el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE), el partido gobernante.

La transición la podríamos calificar de modélica, pero el proceso democratizador se fue congelando poco a poco. Las elecciones de 2005 marcan un hito en el giro hacia un Gobierno represivo y dictatorial. En ellas, los etíopes votaron masivamente por unos partidos de oposición apresuradamente hilvanados. En realidad, no votaban por ellos –cuya actuación hubiera sido catastrófica–, sino en contra del Ejecutivo. Desde entonces este se dedicó a aplastar sistemáticamente toda oposición o disidencia. En 2009 promulgó una ley antiterrorista que le daba carta blanca para usar todo tipo de medidas. Bastaba para ello con calificar de terrorista a quien fuera: político, periodista, bloguero… Las elecciones de 2010 y 2015 fueron un puro simulacro. En 2010 la oposición obtuvo un solo representante entre los 347 parlamentarios; en las de 2015, ninguno.

Las protestas del pueblo oromo
En Etiopía existen fuerzas y corrientes que se entrecruzan y que conforman un panorama político muy complejo. Entre ellas se encuentran las divergencias religiosas (cristianos versus musulmanes radicales) y las étnicas, en particular el independentismo oromo. Este pueblo invadió el Imperio etíope en el siglo XVI. Provenían del sureste y redujeron el Imperio a la mitad, estableciendo pequeños reinos independientes sin unidad entre ellos. A finales del siglo XIX, el emperador Menelik reconquistó todo el territorio para el Imperio, sometiendo no solo a los oromos, sino a otros pueblos más hacia el sur, imponiendo la cultura amara y la religión ortodoxa. El resentimiento hacia los conquistadores amaras quedó bajo las cenizas, saliendo a la luz periódicamente.

Los oromos constituyen el 34 por ciento de una nación que supera ya los 100 millones de habitantes. Están representados en la actual coalición gubernamental por la Organización Democrática del Pueblo Oromo (ODPO), pero existe también el Frente de Liberación Oromo (FLO), ahora en el exilio, con aspiraciones independentistas y que ha mantenido durante un tiempo una débil guerrilla. Es la sospecha del independentismo la que hace al Gobierno central especialmente sensible a cualquier manifestación de rechazo oromo, reaccionando con extrema dureza, lo que exacerba todavía más la disidencia. El Gobierno tendría sus razones para combatir decididamente una eventual independencia de los oromos, pues ella llevaría a la desmembración de Etiopía. En efecto, la región de Oromia atraviesa la nación de oeste a sureste (ver mapa a la derecha) separando las regiones del norte (Tigray, Amara, Afar…) de Gambela y de la región de Pueblos del Sur, compuesta por más de 70 etnias sin cohesión entre sí. Pero no todos los oromos son independentistas; probablemente, solo una minoría lo es.

No solo una cuestión nacional
 

Las protestas que comenzaron el pasado diciembre –y que hasta hoy han causado ya cerca de 1.000 muertos– no se debieron directamente a reivindicaciones independentistas, aunque estas estuvieran como telón de fondo, sino al plan del Gobierno de ampliar el distrito federal de Adís Abeba a expensas del territorio de Oromia, dentro del cual está enclavada la capital. La expropiación se podría justificar si fuera para servicios de carácter nacional; el problema es que a los campesinos expropiados se les compensaba con una cantidad irrisoria, mientras buena parte del terreno sería concedido a inversores privados para cultivo de flores y otros productos más rentables para el Gobierno. De hecho, las protestas consiguieron que el Ejecutivo suspendiera el plan.

Los disturbios, sin embargo, no solo continuaron, sino que se extendieron a la región Amara, tomando a veces un carácter violento con la quema de instalaciones gubernamentales, de ONG o de inversores privados, lo que proporcionó una buena excusa para actuar con contundencia. Es de prever que los desórdenes vayan a más. Las embajadas, incluida la española, han aconsejado a sus ciudadanos moverse por la nación lo menos posible. Un factor preocupante es que a la clase dirigente se la identifica cada vez más con un grupo de la etnia tigrina que ostenta todos los poderes y que se está enriqueciendo con desmesura. Esto hace que los enfrentamientos adquieran un carácter definitivamente étnico.

El subcampeón olímpico ha dicho que no deseaba volver a Etiopía por miedo a represalias, mientras que las autoridades etíopes aseguraron que no lo recibirían con los honores de un campeón. Entre los etíopes que en su patria seguían los Juegos Olímpicos, unos vitorearon su gesto mientras otros se llenaron de estupor. -Porque el gesto participa de la misma ambigüedad de las protestas en su país. ¿Independentismo?, ¿deseo de mayor justicia y democracia? El gesto es parte del problema. Pero bueno es conocer el problema si esta es la vía para su solución.

Los oromos: origen y localización

“El pueblo oromo representa uno de los grupos más numerosos de África oriental, aglutinando a más de 200 tribus y subtribus. Son un pueblo etíope que procede de las mesetas que rodean la provincia actual de Bale, desde donde emigraron a otros lugares; su ubicación actual se extiende desde el país Amara, al norte, hasta las inmediaciones del lago Turkana, en Kenia (…).

En un principio se los conoció como gallas, y así aparecen en los escritos de los primeros portugueses que estuvieron por aquellas tierras y en la Historia de Etiopía del español Pedro Páez –en la actualidad la denominación galla tiene una connotación despectiva, por lo que prefirieron autodenominarse como oromos–. (…) Las vicisitudes históricas conocidas por este pueblo, más su enorme extensión y su contacto con otros pueblos vecinos, han originado la proliferación de grupos cuya conexión se dificulta por sus diferencias lingüísticas y dialectales y sus complicadas genealogías.

(…) La ocupación primera y preferente de todos estos grupos fue la pastoril, entregándose a la cría del cebú, bien adaptado a las condiciones del terreno, y con él a la del ganado menor y a la del camello, allí donde las condiciones climáticas no permitían otra clase de ganadería (…). En definitiva, se trataba de un pueblo de pastores que adaptaron su explotación ganadera a las condiciones concretas de su entorno (…).

Es un hecho también sintomático el que este grupo, que muchas veces puso en dificultades al Imperio etíope, nunca dispusiera de una autoridad central que dirigiera las acciones de cualquier organización supratribal. Los grupos siempre han sido autónomos y han dispuesto de una autoridad del mismo género, aunque semejante en todos ellos”.

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