El patrimonio en Irak y Siria: entre la barbarie y la hipocresía

Mario Agudo Villanueva

Pie de foto: Destrucción de estatuas asirias en Tel Ajajah, cerca de Hasakah, Siria. Foto: APSA

Recuperada la ciudad histórica de Palmira en Siria, este reportaje recopila los daños causados por los terroristas.

Mesopotamia es la cuna de nuestra civilización. En palabras de Samuel Noah Kramer, allí se produjeron "buena parte de las "invenciones" que iluminaron los albores de la Historia" (1)-. Las fértiles tierras regadas por los ríos Tigris y Eufrates han sido testigo de lo mejor y de lo peor del ser humano. Han presenciado los mayores avances de la historia de la Humanidad, pero también las cotas más deleznables de su bajeza moral. Su patrimonio, el heredero y testigo de este rico pasado, no está exento de la terrible dicotomía que sacude esta tierra desde tiempos remotos. Civilización y barbarie, evolución y retroceso, creación y destrucción, vida y muerte se simultanean siguiendo un ritmo macabro que apenas deja respirar a los millones de personas que habitan estas milenarias tierras.

Hemos asistido horrorizados a la destrucción de los vestigios de ciudades históricas como Nimrud, Hatra, Dhur Sharrukin o Nínive. A golpe de fanatismo e intolerancia, en nombre de una caprichosa e interesada interpretación de la religión que se enarbola bajo la bandera negra de la incultura y los intereses más oscuros, nuestro pasado común parece derrumbarse. La comunidad internacional se rasga las vestiduras no sin cierta hipocresía, impulsada por la vorágine de las redes sociales. Lo que contemplamos con estupor no es más que el último coletazo de un proceso que tiene sus raíces en los años 90, aunque las causas más remotas se remontan a la época colonial. Estamos hablando de casi 25 años en los que la guerra, el bloqueo, el expolio, la desidia y la falta de voluntad se han conjugado en perjuicio de un patrimonio que nos pertenece a todos.

Pie de foto: Tanques en Palmira, Siria. Foto: APSA

Frenesí destructivo

Los conflictos armados suelen tener consecuencias funestas sobre el patrimonio. Como es lógico, la máxima prioridad en tiempos de guerra pasa a ser la supervivencia, por lo que todo lo demás se ve relegado a un segundo plano. Los monumentos y yacimientos, especialmente los que se encuentran en zonas pobladas, sufren los bombardeos, al igual que cualquier otro tipo de construcción. Las autoridades responsables del patrimonio, como es el caso del Ministerio de Turismo y Antigüedades de Irak o la Dirección General de Antigüedades y Museos de Siria, se desvelan por mantener a salvo los museos y los yacimientos de más valor, aún a costa, en ocasiones, de sus propias vidas. Como nos comenta Maamoun Abdulkarim, el máximo responsable de la DGAM de Siria, "algunos de nuestros compañeros han perdido la vida tratando de salvaguardar nuestro patrimonio en Idlib o Bosra, víctima de ataques deliberados". Estos daños colaterales sobre el patrimonio que son, lamentablemente, lógicos, se han dejado notar en lugares como Apamea, o los cascos históricos de Alepo o en Homs, donde los daños han sido cuantiosos. Durante la guerra de Irak de 2003, algunas ciudades como Hatra o Nimrud, también sufrieron este tipo de daños, tal y como nos cuenta Mark Altaweel, experto en Mesopotamia del Institut of Archaeology de la UCL: "aunque fueron menores, fruto del vandalismo y de balas perdidas, algunos muros de estos sitios arqueológicos resultaron dañados durante el conflicto".

Pie de foto: Milicianos de DAESH derribando una estatua de Hatra, en el Museo de Mosul.

Pero en estos días asistimos a un paso más de la sinrazón. La destrucción por motivos ideológicos. El exterminio nihilista del patrimonio como operación propagandística. Es en este contexto en el que debemos circunscribir el video que difundía DAESH el pasado 27 de febrero: unas imágenes en las que se podía ver como un grupo de individuos armados con mazas y sierras mecánicas la emprendía a golpes con piezas del importantísimo Museo Arqueológico de Mosul, así como con los famosos Lamassu de la Puerta de Nergal, que custodiaban una de las entradas a la antigua ciudad de Nínive. Días antes, el fanatismo se había llevado por delante parte de la muralla de este mismo lugar, así como miles de libros de gran valor histórico. Sin embargo, las imágenes más impactantes tuvieron lugar en julio de 2014, cuando la tumba del profeta Jonás, lugar de peregrinación para cristianos y musulmanes, fue volada por los aires.

La valoración de los daños es todavía prematura. Al tratarse de una zona controlada absolutamente por DAESH, no es posible que ningún observador cuantifique lo que se ha perdido. Las imágenes de la destrucción de las piezas del museo permiten arrojar un mínimo halo de esperanza, pues no parece que todas fueran originales. Fuentes iraquíes nos han confirmado que algunas eran moldes de yeso de esculturas y otros objetos que se encuentran a buen recaudo en Bagdad. El Museo Británico hizo pública una nota en la que confirmaba que algunos de los relieves que se mostraban en el video eran copias de originales que se encuentran en su colección. Pese a todo, el balance general parece negativo, pues las esculturas procedentes de Hatra sí parecían ser las originales. En un primer momento se pensó que no, pero que parece que poco antes de la irrupción de los milicianos de DAESH en Mosul, el museo estaba listo para su reapertura tras el cierre producido durante la guerra de 2003. De hecho, algunas de las piezas que se pueden ver en las imágenes estaban embaladas. Dos de los mejores balances realizados hasta el momento pueden consultarse en este artículo de Christopher Jones o en conflictantiquities.

Pocos días después, el viernes 6 de marzo, nos llegaban noticias de la destrucción de la ciudad asiria de Nimrud con Bulldozers. La directora general de la UNESCO, Irina Bokova, a través de una nota emitida ese mismo día, sentenciaba: "no podemos permanecer en silencio. La destrucción deliberada del patrimonio cultural constituye un crimen de guerra", pero su llamada a las autoridades políticas y religiosas a que lucharan contra este proceso ha sido inútil. El sábado 7 de marzo, le tocó el siniestro turno a Hatra y el domingo 8 de marzo la mala fortuna ha recaído sobre Dur Sharrukin, en la actual Khorsabad, lugar en el que se ubicaba el famoso palacio de Sargón II de Acad.

Pie de foto: Lamassu del Palacio de Sargón en Dur Sharrukin, actual Khorsabad. Museo del Louvre. Foto: Mario Agudo Villanueva

Sobre los daños sufridos por estos yacimientos, Mark Altawell asegura que "no sabemos más que lo que se ha publicado en los medios. No hay imágenes ni ningún testimonio que pueda utilizarse para verificar lo que ha ocurrido. No sabemos si están solo destruyendo los sitios arqueológicos o expoliándolos, ni tampoco si el daño es estructural o relativo". Pedro Azara, arquitecto y profesor de estética en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, que participó en una misión española en el norte de Irak en 2011, nos explica que el yacimiento de Nimrud es inmenso por lo que "harían falta decenas y decenas de excavadoras durante meses para arrasarlo. El volumen de tierra que habría que remover y el que una gran parte de la ciudad yazca debajo de metros y metros de arcilla impide que la destrucción sea muy extensa. Eso no implica que lo que ocurre no sea horroroso, pero es cierto que los yacimientos mesopotámicos están aún poco explotados y que las condiciones de los mismos son duras -capas de barro que se extienden por doquier y que implican un ímprobo esfuerzo para sacarlas a la luz y destruirlas-". En su opinión, por tanto, los daños deben haber sido "locales o limitados".  De su experiencia personal, nos comenta que "nosotros excavamos un Tell cerca de Mosul, que fue bombardeado dos veces, por Sadam Husein y por la coalición en 2003. Aún así los daños -que el Tell ya sufrió por construcciones otomanas y de Saddam Husein, y por una terrible y fallida excavación legal italiana en los años 30- sólo afectan una mínima parte del Tell, que es inmenso, y apenas a los niveles neo-asirios".

Azara nos explica que "la mayor parte de las ciudades, como ocurre en todo Irak, están aún debajo de metros o decenas de metros de tierra. Un yacimiento tan conocido como Ur esta inexplorado en un 80%" y continúa "un yacimiento mesopotámico es muy distinto de uno griego, egipcio o romano, por su extensión, por el material utilizado (adobe) y porque la destrucción ocurre inmediatamente con la excavación. Las estructuras expuestas se degradan de inmediato, y como se construía siempre en un mismo lugar, la propia excavación destruye inevitablemente las capas superiores. Un yacimiento como Mari en el que se descubrió un inmenso palacio de principios del segundo milenio, en buen estado, es hoy irreconocible y de muy difícil lectura, pues lo que se desenterró en los años 30 ya no existe pues debajo yacían Palacios anteriores o niveles anteriores del palacio cuyo estudio implicó la dolorosa destrucción del magnífico último palacio antes de su destrucción por Babilonia".

El motivo de esta vorágine destructiva no es otro que arrasar con el pasado de aquellas tierras para implantar una historia inventada por las autoridades del Califato, una historia reinterpretada a su antojo, vacía de todo lo que no sea su versión de los hechos. Además, en palabras de Azara: "la destrucción de las ruinas es una ataque a la línea de flotación de la concepción humana occidental". Vislumbramos, por tanto, un notable interés propagandístico, coherente con la imagen violenta, intolerante y oscura que pretenden vender los responsables de comunicación de DAESH. Como respuesta, el gobierno iraquí, decidió acelerar los trabajos para inaugurar el Museo de Bagdad el pasado 28 de febrero, doce años después de su cierre por la guerra de 2003, durante la cual fue víctima de un bestial saqueo en el que desaparecieron 15.000 piezas, de las que han retornado casi la mitad. El ministro del Departamento de Turismo y Antigüedades de Irak, Qais Hussein Rashid, explicaba en el acto de inauguración que "los actos de Mosul fueron un aliciente para trabajar rápido y abrir el museo en el día de hoy, como respuesta a las acciones de los mafiosos de DAESH".

Pie de foto: Máscara de Warka. Museo de Bagdad. Una de las piezas que fue recuperada tras el saqueo. Foto: Pedro Azara

En Siria, la situación no es más esperanzadora. De hecho, allí tuvo lugar el primer video en el que vimos a miliciansos de lo que entonces era el Estado Islámico de Irak y Siria destruyendo patrimonio. En aquella ocasión, las víctimas fueron unas estatuas de origen asirio localizadas en Tell Ajajah, cerca de Hasakah, en mayo de 2014. Pero hay más patrimonio amenazado, según Maamoun Abdulkarim: "están en peligro los relieves de Shash Hamdan, un cementerio romano en la provincia de Alepo. Los fundamentalistas también volaron y destruyeron un mosaico bizantino del siglo VI en Raqqa, que fué descubierto en Tell Saeed y se elaboró en el período bizantino con técnicas romanas, así como también han sido destruidas muchas capillas en Raqqa y Dier ez-Zor. También en Alepo los relieves de las laderas del valle de al-Qatora han sido deliberadamente objetivo de armas de fuego".

La otra cara de la destrucción: el comercio ilegal

Hasta aquí lo que se ve, lo más evidente. Detrás de este frenesí de destrucción patrimonial hay una importante red organizada de expolio de objetos arqueológicos que siempre ha actuado en la zona, pero que campa a sus anchas en momentos en los que los conflictos bélicos dificultan el control gubernamental de amplias extensiones de sus territorios. Es lo que está pasando actualmente en Siria e Irak, cuyos debilitados gobiernos bastante tienen con hacer frente a cruentas guerras que asolan a su población.

El expolio ha pasado de ser capitalizado por pequeñas bandas de población autóctona, que veían en el tráfico de objetos arqueológicos una forma interesante de obtener ingresos adicionales para su supervivencia a ser dirigido por complejas redes, bien organizadas y armadas, que trabajan generalmente por encargo y que actúan sin escrúpulos para vender el resultado de sus tropelías en Occidente -también en Rusia, China u otros países árabes-, a través de rutas que tienen su origen en países limítrofes, como Líbano, Jordania o Turquía. Maamoun Abdulkarim nos explicaba que se estaba tratando de intensificar la colaboración fronteriza para evitar la fuga de estos objetos. Únicamente en la frontera con el Líbano se habían apoderado de 18 fragmentos de mosaico y 73 piezas de gran valor procedentes de Siria.

El problema del tráfico ilegal de obras de arte en Irak era residual hasta el año 1991, cuando como consecuencia del bloqueo y de la guerra, las condiciones del país empeoran notablemente. Lawrence Rothfield, autor del libro The Rape of Mesopotamia: Behind the Looting of the Iraq Museum (Chicago: University of Chicago Press, 2008), nos comenta que hay que tener en cuenta que Irak es un país en el que "el 80% de la población no supera los 286 dólares de ingresos al año". El lucrativo negocio del tráfico ilegal de objetos arqueológicos, que puede llegar a dejar un 20% a la persona que pone la pieza en el mercado, es una tentación irresistible. Se calcula que un sello cilíndrico o una tablilla con inscripciones puede llegar a venderse por 8000 euros, mientras que un relieve asirio alcanza los millones. Rothfield asegura que "el área saqueada es mayor al territorio excavado en todo el país desde 1923". El comercio ilegal de obras de arte es directo para grandes encargos, pero pueden encontrarse objetos arqueológicos en muchos anticuarios y tiendas clandestinas de los bazares de los países limítrofes.

Pie de foto: Catas ilegales en Apamea, Siria. Foto: DGAM

DAESH no ha sido ajeno a esta dinámica expoliadora. Conscientes de que los ingresos procedentes del comercio ilegal de objetos arqueológicos podía suponer un importante pellizco para su presupuesto, han emprendido una serie de campañas arqueológicas por todo el territorio que está bajo su control, desde el Norte de Irak hasta Siria, a la caza de objetos con los que comerciar en el mercado negro. Esas obras no son herejes para su particular interpretación de los textos sagrados y no tienen reparos en comerciar con ellas. Fuentes iraquíes nos han explicado que antes de rodar el video de la destrucción del Museo de Mosul, algunos milicianos sacaron objetos de sus instalaciones, lo que da a entender que su destino era la venta. Se calcula que el patrimonio es la cuarta fuente de financiación más importante de DAESH.

En Siria, Abdulkarim nos explica que "el saqueo en algunos lugares, como Apamea, comenzó mucho tiempo antes que la crisis, la mayoría de las veces por población local en busca de tesoros. Durante la crisis, grandes extensiones del estado quedaron fuera del control estatal, mafias de países vecinos contrataron a cientos de personas para rastrear los yacimientos. Los ladrones se han convertido en expertos en antigüedades que les advierten sobre los mejores lugares para excavar, sin hacer una excavación ordenada y arrasando los estratos con bulldozers. Gran parte del tráfico de objetos expoliados está orquestado por sofisticadas redes a lo largo de Oriente Próximo. Este fenómeno es particularmente negativo en las partes más alejadas del este de Siria, en Mari y Dura Europos, donde mafias armadas han tomado literalmente los yacimientos. Una vez expoliadas, las antigüedades abandonan Siria y son frecuentemente vendidas en países vecinos. Desafortunadamente, recibimos poca ayuda internacional en la prevención del expolio del rico patrimonio cultural sirio".

Llueve sobre mojado

Pero eso no es todo. El bloqueo de Irak también privó a los conservadores y arqueólogos de materiales necesarios para poder mantener las piezas que se exhibían en los museos y asegurar la estructura y, sobre todo, la custodia, de los múltiples yacimientos arqueológicos del país, ya de por sí dañados como consecuencia de la guerra. Un fantástico trabajo del periodista Andrew Lawler para National Geographic en 2003 (2), ponía de manifiesto el deterioro generalizado del patrimonio iraquí tras la guerra que derrocó a Sadam Husein. Los saqueos habían sido salvajes. La necrópolis de Dahaila, como señalara Elizabeth Stone, había sido absolutamente destruida por las excavaciones ilegales. Bandas organizadas de saqueadores actuaban sin escrúpulos en Isin y Umma. Se habían producido daños por negligencia o vandalismo en Ctesifonte, que se encontraba abandonada, o Nínive, en la actual Mosul, en la que el deterioro era evidente. El tejado metálico que protegía el palacio de Senaquerib había sido robado y las estelas asirias presentaban erosiones provocadas por el vandalismo o la negligencia. También estaba ya dañada Hatra, que había sido tiroteada, o Tell Billa y Dur Sharrukin, que estaban plagados de residuos de un campamento levantado allí por el ejército iraquí. El Museo de Babilonia había sido saqueado, el Museo de Nasiriyah estaba ocupado por las tropas norteamericanas, que lo utilizaron como cuartel, aunque las piezas más importantes se habían traslado a Bagdad y la ciudad de Nimrud estaba ocupada por la 101 División de Paracaidistas y había sido saqueada en 1988 y 1990. Dado el estado de conservación de estos yacimientos y los materiales en los que están construidos, el trasiego de las tropas, aunque aportaba seguridad, no era nada beneficioso para su conservación. Aunque, como hemos visto, la peor parte se la llevó el Museo de Bagdad, del que fueron saqueadas cerca de 15.000 piezas, solamente la mitad de las cuáles han sido recuperadas.

Pie de foto: Cartel elaborado por un arqueólogo iraquí para pedir protección a los soldados norteamericanos. Foto: Iraq Solidaridad

¿Hay soluciones?

En este contexto, la acción de las autoridades se antoja insuficiente sin la colaboración de la población local. El pasado miércoles 4 de marzo, la población de Idlib, una ciudad situada al norte de Damasco, se enfrentó a una banda que quería excavar ilegalmente en Tell Ammar. Estos mismos ciudadanos, según nos cuenta Abdulkarim, al igual que los de Raqqa, impidieron el expolio de sus museos y son clave para seguir la pista de los objetos robados. En Irak, el papel de jefes tribales, como los de la tribu de al-Ghizzi, fue clave para mantener yacimientos como el de Ur, protegido por ellos desde la época de las excavaciones de Leonard Woolley. En Libia, durante la guerra que derrocó a Gadafi, la población local fue indispensable en la conservación de Leptis Magna o Sabbratha.

Abdulkarim asegura que la única manera de frenar este expolio es con "medidas que combinen la concienciación de la población sobre su patrimonio, con una correcta documentación de todos los yacimientos, con la implicación de las autoridades locales, con el refuerzo de la legislación y la cooperación internacional, muy necesaria en estos momentos". Un ejemplo de la falta de concienciación de la comunidad internacional es el hecho de que entre las tropas norteamericanas que custodiaban yacimientos como Nimrud o Babilonia desde 2003, no había nadie que pudiera hablar en árabe con el guarda local, al que en muchos casos ni siquiera conocían. Lawrence Rothfield se pregunta si no se podía haber hecho nada para evitar que DAESH llegara a Nimrud o Hatra, sabiendo que tras la destrucción del Museo de Mosul, eran los siguientes objetivos. La UNESCO clama ahora por una mayor colaboración. Según Irina Bokova: "ya he informado al respecto al presidente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y a la fiscal de Corte Penal Internacional. La comunidad internacional en su conjunto debe aunar esfuerzos en solidaridad con el gobierno y el pueblo iraquí para detener esta catástrofe”. Lamentablemente, esta declaración tiene pinta de ser un brindis al sol.

Fragmentos a los que quedó reducido el tesoro de Tel Hallaf. Foto: Museo de Pérgamo, Berlín

Ante esta situación, siempre hay quien asegura que el patrimonio está más seguro en Occidente. Ahora puede parecer que sí, pero cabría recordar que durante la I y la II Guerra Mundial, buena parte del patrimonio que ahora se encuentra en Londres, París o Berlín, se puso en serio peligro, por no hablar de los yacimientos que se encontraban sobre el terreno en Italia o Grecia, por poner algunos ejemplos. El caso más paradigmático es el del tesoro de Tell Halaf, una joya del arte neohitita que quedó reducida a escombros después de los bombardeos sobre Berlín. Resulta muy complicado saber dónde está más seguro el patrimonio, pues su conservación está sujeta al devenir de nuestra propia historia.

Solo cabe apuntar un tema para la reflexión. Es difícil que la población local se pueda concienciar sobre la importancia de la protección de su patrimonio cuando le ha sido arrebatado buena parte de él en el pasado, hecho que se remonta a la época colonial. Las personas que tienen necesidades económicas en la actualidad, no acudirían al expolio si no existiera una demanda consistente de objetos arqueológicos y esta demanda, en la mayoría de los casos, no procede de los desiertos y oasis de Oriente Próximo, sino de los impolutos despachos de Occidente.

Notas a pie de página

(1) - Kramer, S. La historia empieza en Sumer. Madrid, 2010. Página 26.

(2) - "Después del saqueo", Andrew Lawler. National Geographic. Octubre, 2003.

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