Gilgamesh, de Álex Rojo, cobra vida en el teatro Fernán Gómez

Maixa Rote

Al agudizar el oído y echar la vista hacia atrás, podemos percibir un ligero eco que nos alcanza con el fuerte resonar de las grandes peripecias de Gilgamesh, un antiguo rey semi-legendario perteneciente a la mitología sumeria. Este eco tiene su origen en la reciente creación de Álex Rojo, director que da vida a este ciclo de poemas a través de una obra que viste el mismo nombre que su protagonista: “Gilgamesh”, con la colaboración de Casa Árabe.                                                                                 

Ambientada en el lejano pueblo mesopotámico de Uruk y representada en el Teatro Fernán Gómez, esta realización ha llegado a Madrid encarnada bajo la sincera actuación de los actores Ángel Mauri, Alberto Novillo, Alfonso Luque, Macarena Robledo e Irene Álvarez. 

Sinopsis

En lo que es ahora el actual Irak, Gilgamesh (Ángel Mauri) gobierna a su pueblo sin piedad ni misericordia alguna, por lo que las gentes de Uruk piden a los dioses una salvación. Enkidu (Alberto Novillo) nace así del poder divino y las plegarias al cielo, y se enfrenta al rey mesopotámico en un combate del que sale vencedor. Gracias a ello y a los consejos de su madre Ninsun (Macarena Robledo), ambos se hacen inseparables amigos y emprenden un viaje plagado de aventuras y enfrentamientos contra criaturas mitológicas. Sin embargo, su osadía ofende profusamente a los dioses y ello le costará la vida a Enkidu, lo cual desencadena una explosión de sentimientos hasta entonces desconocidos en el interior del rey.                                                                          Ahora, Gilgamesh vaga solo y atormentado bajo la idea de la muerte y la fugacidad de la vida y se lanza a recorrer un tortuoso camino en busca de la perpetuidad.                        

En el trayecto intentará encontrar a su antepasado Utanapisthim (Alfonso Luque), superviviente del gran diluvio, para que le dé las claves que tanto ansía.

La realidad del mito

Gilgamesh, escrito en once tablillas por Sin-leqi-unnini, es el primer relato épico encontrado más antiguo del mundo. Así pues, podemos considerarlo fácilmente como un elemento sustancial en la historia y en la literatura clásicas. Influiría posteriormente en obras como los poemas homéricos o la Biblia hebrea. En su esencia se combinan las cuestiones más trascendentales de la filosofía clásica, como la vida y la muerte; con un vocabulario y una gran exquisitez lingüística. Pero más allá de esta leyenda literaria, existe una base sólida de realidad.

Según los primeros escritos en estilo cuneiforme, ciertamente existió un rey llamado Bilgamesh, al que más tarde se le daría el nombre de Gilgamesh. También existen versiones de estos textos en elamita, hitita y hurrita, aunque la más conocida es la babilónica estándar, en acadio (escritura también cuneiforme derivada del sumerio). 

La localización de este personaje se encuentra en Kullab, un barrio de Uruk, que se corresponde con el actual Irak. La historia completa también se desarrolla en ciertas zonas de Kuwait, Siria, Irán y Turquía.                                                                            

La Lista Real sumeria de 1950 a.C. -aproximadamente- también recoge su existencia, y aparece como quinto soberano de Uruk durante 126 años de gobierno. Tanto el rey Anam de Uruk como el propio poema en el que se basa esta obra, asocian a Gilgamesh con la creación de las poderosas murallas que rodeaban a la ciudad, con casi 10 kilómetros de longitud y 5 metros de espesor. 

El diálogo en torno a la gloria y la inmortalidad en la literatura

Si la realidad histórica de esta obra constituye las raíces de un gran árbol; el tronco estaría representado por el elemento metafísico en torno a la gloria, la vida y la muerte. Y la verdad es que el elenco de Álex Rojo ha sabido transmitir con maestría y dinamismo esta idea. El rostro de Ángel Mauri, quién daba vida al personaje principal, reflejaba siglos de lucha en torno al pensamiento acerca de la existencia del ser humano y la fugacidad de ésta. Es la historia de cómo un ser semi-divino pasa casi toda su vida persiguiendo un fantasma, una realidad irreal que acomete contra el espíritu y la salud de Gilgamesh; de cómo ignora todos los consejos de quiénes aparecen en sus derroteros, diciéndole que desista y deje de ambicionar lo imposible; y, finalmente, de cómo la historia alcanza su cénit con lo que llamaríamos hoy en día y coloquialmente, un “zasca” del destino.

Todo poema épico se caracteriza, al fin y al cabo, por el gran esfuerzo que supone llegar a la gloria del héroe convertida en leyenda y mito; desde el mismísimo Gilgamesh, pasando por Aquiles, Odiseo, Eneas… hasta llegar a Arjuna en la mitología hindú. 

Igualmente, las distintas relaciones amorosas que se suceden en la trama permiten al lector (o al asistente, en este caso) suspirar y reflexionar momentáneamente. El deseo carnal, el amor fraternal, el amor idílico y el amor divino… todos ellos toman parte en la obra y ensalzan la esencia principal de la fugacidad y el disfrute de los placeres humanos. Gilgamesh, convertido por el relato y por el teatro en un ser todopoderoso semejante a los dioses, termina así confesándose humano a causa de los desenlaces terrenales.

De las tablillas de arcilla al Teatro Fernán Gómez

Las antiguas tablillas sumerias que recogen esta historia presentan ciertas dificultades cuando se pretenden llevar a una obra teatral en pleno siglo XXI en la sociedad occidental. Sin embargo, no ha parecido un problema para Álex Rojo y su equipo, quiénes han sabido llevar a su campo el desafío. Con el texto adaptado, pero sin perder la esencia del mismo, han dejado al público más que satisfecho. El lenguaje, propio de la literatura clásica y modificado para hacerlo más comprensible, ha cumplido con su función. Cada palabra consigue dar a las diferentes escenas el toque de misticismo y honor propio de los poemas épicos. 

La labor de los actores y actrices le ha dado sentimiento, pasión y realismo a la leyenda de Gilgamesh, consiguiendo resucitar del pasado una historia que se diviniza por su humanidad, más que por su fantasía.

La magia del teatro se entremezcla con la de la historia y la literatura, ofreciendo como resultado una obra entretenida, didáctica y reflexiva como lo es “Gilgamesh”.

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