La úlcera cachemira

Santiago Mondéjar. Consultor estratégico empresarial.

72 años después de la negligente y precipitada partición arbitraria de la India pergeñada por el último virrey británico de la India, Lord Mountbatten, y que provocó una anarquía generalizada que causó más de un millón de muertos y quince millones de desplazados, las relaciones entre India y Pakistán siguen profundamente marcadas por la alienación, la animosidad, y la alargada sombra de un potencial enfrentamiento nuclear.

El polo candente de esta tensión crónica es la disputa territorial sobre Cachemira, que ha emponzoñado las relaciones bilaterales entre India y Pakistán desde la partición en 1947 y ha sido objeto de guerras sucesivas e inconclusas. La prevalencia económica de la India se refleja en una ventaja militar convencional sobre Pakistán, lo que ha llevado a éste país a recurrir a estrategias de guerra asimétrica, apoyando desde altas instancias a grupos terroristas que se infiltran en la Cachemira ocupada por la India y realizando ataques contra intereses indios y agitando cruentos disturbios civiles, en una escalada de la violencia que ha ido en aumento en los últimos años, en medio de olas de protestas por la independencia, que en 2016 causaron enfrentamientos que resultaron en 300 muertes y una espiral de violentas medidas de represión por parte de las fuerzas de seguridad indias, salteadas de huelgas generales y toques de queda. 

Por consiguiente, la enésima crisis desatada entre ambos países (que se desencadenó el 14 de febrero de 2019, en vísperas de la visita de Estado del príncipe heredero saudí a Islamabad, cuando un terrorista suicida proveniente de Pakistán hizo estallar un coche-bomba junto a un convoy policial indio en Cachemira, causando decenas de víctimas mortales y el anuncio del primer ministro indio Modi de represalias militares inmediatas) sigue la pauta de conflagraciones anteriores, si bien, en esta ocasión, el marco geopolítico es substancialmente diferente. 

Si en crisis previas, la influencia diplomática estadounidense jugó un papel clave en la contención de las hostilidades, actualmente la salida de EEUU de Afganistán, la disminución de la presión política norteamericana a Nueva Delhi y el apoyo de China y Arabia Saudita a Pakistán, han alterado el panorama estratégico y aumentado la volatilidad. India ha procurado contener la influencia de Islamabad en Afganistán, alineándose con elementos opuestos a Pakistán, como la Alianza del Norte, enfrentada a los talibán, tradicionalmente próximos a los pakistaníes. Con unos EEUU centrados en reducir sus pérdidas en Afganistán, y la limitada capacidad de Rusia e Irán para doblegar a los talibán, las enormes inversiones indias en Afganistán, llevadas a cabo a raíz de la invasión militar americana de 2001, quedan a merced de los aliados de Pakistán. Por otra parte, el desistimiento norteamericano en Afganistán ha brindado a China la oportunidad de desempeñar un rol determinante en la región, por lo que no ha dejado la ocasión de aprovechar las llamadas del canciller pakistaní Shah Mehmood a su homólogo chino Wang Yi para expresar oficialmente la voluntad de Beijing de ayudar a reconducir el conflicto. Este comunicado fue seguido de encuentros con la ministra de exteriores de la India, Sushma Swaraj, en paralelo a reuniones trilaterales en suelo chino con el canciller ruso Sergey Lavrov.

Por el momento, dicha labor de mediación y las críticas abiertas de Trump a las acciones de Pakistán, parecen haber surtido efecto, al menos temporalmente. Tanto Modi en Nueva Delhi, como Khan en Islamabad, han puesto de relieve la necesidad de rebajar la intensidad de la disputa señalando que cualquier error de cálculo puede desencadenar reacciones en cadena difícilmente reversibles. No obstante, las dinámicas políticas internas, tanto en India como en Pakistán, ponen en riesgo cualquier atisbo de entendimiento.

Modi, un halcón en el ecosistema político indio, se enfrenta a la reelección en los próximos meses, y es esperable que su partido enarbole un relato de línea dura con Cachemira como eje central.  Por lo que respecta a su contraparte, el primer ministro Khan preside un Gobierno bicéfalo, en el seno del cual las ramas civil y militar compiten por la hegemonía política y el control presupuestario, sin que la mano derecha sepa necesariamente lo que está haciendo la izquierda, y viceversa.   

Lo que hace más peligrosa la situación actual que sus predecesoras, es que Modi parece haber llegado a la conclusión de que se tras la última agresión terrorista, las variables circunstancias internacionales, y el fuerte respaldo de su opinión pública, permitían a la India prescindir de su doctrina de “aversión al riesgo”, recurriendo por primera vez desde 1977 al uso de ataques aéreos contra objetivos bien adentrados en territorio paquistaní. Este podría ser el primer ejemplo de la aplicación de la nueva doctrina de “Arranque en Frío” del ejército indio, hecha pública en 2017 por Bipin Rawat, jefe del Estado Mayor del Ejército indio, y que fue diseñada para llevar a cabo operaciones ofensivas rápidas, quirúrgicas, convencionales y decisivas en territorio enemigo. El conocimiento por parte de la inteligencia militar paquistaní de la existencia y ensayo de “arranque en frío”, ha incitado al Comando de Fuerzas Estratégicas de Pakistán a la adopción del denominado “Nuevo Concepto de Guerra”, concebido para mejorar la coordinación entre cuerpos militares y reducir el tiempo de movilización de sus fuerzas armadas.

Con todo ello, ambos países han iniciado una carrera por lograr una capacidad abrumadora gracias al despliegue de sus fuerzas convencionales antes que su adversario, lo que incrementa el riesgo de accidentes y errores políticos que pueden conducir al uso de armamento nuclear. De hecho, a últimos de enero de 2019, Pakistán hizo pública la realización durante unas maniobras militares de pruebas del misil nuclear subkilotónico Nasr, dotado de un alcance de 70 KM, una capacidad táctica que sin duda será prontamente replicada por las fuerzas armadas indias. 

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