La autodestrucción económica del populismo en Latinoamerica

Pedro Ruiz/Estrella Digital

Pie de foto: Nicolás Maduro y Cristina Fernández de Kirchner junto a Evo Morales. Tras Argentina y Venezuela, Brasil podría ser la siguiente

La economía sudamericana languidece. Los grandes baluartes que se pusieron a sí mismos como alternativas al capitalismo lucen caducos y carcomidos. El Kirchnerismo en Argentina o la Revolución Bolivariana en Venezuela pueden parecer vivos en lo político, en Argentina aún mantienen mayoría en el Parlamento y Maduro sigue al frente de Venezuela, pero en lo económico hace tiempo que yacen inertes. El último en sumarse en la implosión política y económica ha sido Brasil. Los tres comparten el dudoso honor de ser los países que más van a empobrecer a sus ciudadanos, ocupan los primeros puestos en el Índice de Miseria del Instituto Cato.

La caída del Muro de Berlín puso fin al tenso pulso entre el capitalismo y el comunismo. Las economías planificadas hace tiempo que demostraron ser ineficientes. El New York Times mostró días atrás que las regiones de Alemania del Este todavía siguen muy por detrás en PIB per capita que las de Alemania Occidental, pese a que se ha invertido miles de millones en la reunificación.

El derrumbe del sistema en Argentina o Venezuela vuelve a reivindicar el problema que plantean las economías planificadas: mala asignación de capital, un sistema extractivo, controles de precios o la monetarización de una fuerte expansión del gasto público de forma sistemática sumen a la economía en un círculo vicioso que termina por implosionar.

Venezuela es el ejemplo vivo que muestra cómo una economía sometida a descomunales presiones termina por autodestruirse. Es difícil de entender, también de explicar, cómo un país que ha recibido más de un billón (millón de millones) de dólares por sus ventas de petróleo es el país que encabeza el ranking mundial de la miseria del Instituto Cato. La gran pregunta es cómo ha llegado a esto el país con las mayores reservas de petróleo del mundo, ahora sumido en el caos con un 80% de sus ciudadanos viviendo en situación de pobreza absoluta y real.

Las medidas que provocaron el caos

El ataque sistemático al sector privado o la nula fiabilidad legal para las empresas ha provocado una desconfianza total a la hora de invertir en el país. Además, el control sistemático de precios en artículos como alimentos, medicamentos, servicios médicos, desodorantes, pañales o papel higiénico han provocado un desabastecimiento continuo. La explicación es sencilla, los precios impuestos se sitúan por debajo del coste de producción, es decir, que los vendedores pierden dinero al reponer stock.

El ataque al sector privado se une a una expansión exponencial del sector público. Maduro multiplicó el gasto público y el número de funcionarios. Ese abultado déficit lo compensó imprimiendo dinero. La monetarización del desajuste presupuestario ha disparado la inflación y ha hundido el valor de la moneda local. En diciembre de 2015, Venezuela imprimió más billetes (más de 10.000 millones de unidades) que todos los dólares y euros que imprimen la Reserva Federal y Banco Central Europeo en un año (cerca de 8.000 millones de unidades).

Los datos del desastre

El número ingente de billetes impresos ha disparado la inflación en los últimos años. En 2016 el Fondo Monetario Internacional prevé que la inflación crecerá un 720%, mientras que para 2017 podría superar el 2200%. Entre los muchos males que produce una superinflación de este nivel, más allá de los costes de suela de zapatos o de menú que aparecen en cualquier manual de macroeconomía, sobresale que hunde el ahorro nacional. Sin ahorro y sin inversión extranjera y con los ingresos por el petróleo absorbidos por un sistema público corrupto e hipertrofiado, la economía se dinamita.

En Venezuela se han expropiado más de 1.500 empresas, de las que el 90% están hoy en pérdidas. El número de homicidios es el segundo más alto del mundo, el déficit se calcula que podría superar el 20% y se espera una caída del PIB que podría superar el 8%. Los funcionarios solo pueden trabajar dos días debido a los cortes energéticos. El Gobierno de Maduro regala gasolina literalmente, una persona con 100 dólares puede adquirir tanta gasolina en Venezuela como para dar la vuelta al mundo once veces a bordo de un Hummer.

El fracaso del ‘Keynesianismo argentino’

Los mismos males que han dinamitado la economía venezolana están presentes en la economía argentina. Durante muchos años, la política de Cristina Fernández Kirchner consistió en una fuerte expansión del gasto público a través de fuertes niveles de déficit que provocaron primero una deuda impagable y más tarde una inflación desbocada. La base monetaria del país ha crecido en los últimos años a un ritmo de un 20% anual.

Entre 2008 y 2014 la inflación oficial fue del 106,7%, aunque analistas independientes señalan que ha sido superior al 350%. Ya en 2013, Argentina era el cuarto país con la mayor inflación del mundo. Al igual que ocurre con Venezuela, los salarios no pueden crecer tan rápido como lo hace la inflación hundiendo el poder adquisitivo de las familias. La pobreza superaba el 30% hasta que el Gobierno decidió no medirla más “por cuestiones metodológicas”. Además, si la inflación ya hunde los ahorros y el poder adquisitivo, los impuestos acaban por terminar con el poco dinero que tienen las familias. La presión fiscal para una familia supera el 62%.

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