La violencia contra las mujeres queda “impune” en la República Democrática del Congo

Por Audrey Tilve (Euronews)
Foto: El doctor Denis Mukwege.
 
Desde hace más de 15 años el doctor Denis Mukwege reconstruye la intimidad mutilada de miles de mujeres y niñas en la República Democrática del Congo (RDC). Este ginecólogo es uno de los grandes especialistas en el tratamiento de las atrocidades que sufren las mujeres violadas como arma de guerra. Galardonado esta semana con el Premio Sájarov a la libertad de conciencia del Parlamento Europeo, Mukwege nos recibe en el Hospital de San Pedro en Bruselas.
 
Pregunta: Denis Mukwege, gracias por acompañarnos. Este Premio Sájarov no es el primer galardón que le conceden, le han otorgado muchos anteriormente. Pero ¿para qué sirven estos premios, estas medallas cuando alguien como usted, se enfrenta diariamente a las mayores atrocidades que el hombre puede cometer?
Respuesta: “Necesitamos de la solidaridad de los países europeos para combatir un mal, que hemos visto en la República Democrática del Congo, y que hoy observamos como las agresiones sexuales con violencia contra las mujeres, en periodos de conflicto, tienden a generalizarse. Pienso que es extremadamente peligroso utilizar esto como un arma porque es un arma que destruye al conjunto de nuestra humanidad”.
 
P: Más de 40.000 niñas y mujeres han sido curadas en su hospital desde que abrió hace quince años ¿Qué tipo de agresiones sufren?
R: “Se trata de mujeres que han sido violadas, a menudo en público, delante de sus maridos, delante de sus hijos. Pero tras estas violaciones que se producen en grupo están las torturas en sus genitales. Y las mujeres cuando vienen a verme es porque, de hecho, presentan heridas gravísimas a nivel del aparato genital”.
 
P: Estos actos en ocasiones alcanzan un sadismo surrealista, con estacas, con cascos de botellas, con cañones de fusiles. ¿Quién comete estas atrocidades y por qué?
R: “Desafortunadamente en la República Democrática del Congo, en la zona oriental, tenemos multitud de grupos que vienen de Burundi, de Ruanda o de Uganda, grupos armados a los que se unen además los jóvenes que llamamos Mai Mai, que son milicias armadas locales que sufren un lavado de cerebro para destruir, y que de hecho destruyen a las comunidades para expulsarlas de sus tierras, que luego ocupan y explotan”.
 
P: Usted acaba de hacer referencia a Kivu, esta región del este de la República Democrática del Congo donde la violencia golpea desde hace más de veinte años. Hay bandas armadas que se enfrentan para controlar las fincas, pero ¿por qué, porque hay riquezas naturales en estas tierras? ¿Nos podría decir cuáles son estas riquezas y cuál es su relación con el drama de las mujeres de Kivu?
R: “En relación con esto, esta parte del Congo es muy rica en minerales estratégicos, especialmente el coltán, la casiterita, minerales que se utilizan en todos los dispositivos electrónicos y que tienen una gran demanda. De hecho, estas bandas armadas, una vez que ocupan un territorio se convierten en propietarios no únicamente del suelo sino del subsuelo que explotan a su antojo. Le puedo decir que esta forma de destruir a las mujeres, el aparato genital de las mujeres, y hacerlo de forma espectacular, en público, delante de todo el mundo, es una forma de aterrorizar a las comunidades”.
 
P: ¿Y qué hacen las autoridades del Estado? El Ejército está en la zona y hay una fuerza de Naciones Unidas que cuenta con más de 20.000 hombres. ¿Quiere esto decir que son todos cómplices?
R: “Lo que hemos podido constatar, es que doce años después de la firma de los acuerdos de paz, el Gobierno no ha controlado jamás de forma efectiva estos territorios. Los grupos armados matan, violan, destruyen todo aquello que el Ejército nacional se supone que tiene que proteger, a la población, pero las mujeres y los niños todavía esperan esta protección. Sobre la presencia de Naciones Unidas, siempre pensé que las Naciones Unidas podrían ayudar a construir la paz. Pero será muy difícil poner a un soldado de Naciones Unidas detrás de cada mujer o de cada bebé porque estas violaciones afectan también a los bebés”.
 
P: ¿Los autores de estas agresiones son juzgados?¿Son perseguidos?¿Existe alguna justicia en Kivu?
R:  “Desafortunadamente, debo decir que hay una impunidad total”.
 
P: Algunos, más bien algunas porque son sobre todo mujeres, reclaman la creación de un Tribunal Penal Internacional para el este de la República Democrática del Congo, para acabar con esta impunidad. ¿Apoya usted esta petición?
R: “No únicamente la apoyo, sino que yo mismo firmé una petición a favor de un Tribunal Penal Internacional para la República Democrática del Congo. Porque hablamos de millones de muertos, de centenares de miles de mujeres violadas, uno no puede continuar citando cifras como estas sin poder abrir un proceso que permita que se conozca la verdad y que se haga justicia. Ahora, el mundo debe establecer una línea roja para decir: en los conflictos armados, no se debe utilizar jamás a la mujer como campo de batalla y, si alguien lo hace, que sea repudiado por la humanidad”.
 
P: Usted ha sufrido un intento de asesinato, hace dos años, en su casa. Después de eso, usted se exilió en Bélgica aunque dos meses más tarde, decidió volver para quedarse, a pesar de tener cinco hijos y de seguir recibiendo amenazas. ¿No concibe la vida en otro sitio que no sea en Kivu?
R: “Las mujeres congoleñas se movilizaron. De entrada empezaron escribiendo a todas las autoridades, al secretario general de Naciones Unidas, al presidente de la República, pidiendo que yo pudiera regresar y que si ellos no podían garantizar mi seguridad, ellas mismas lo harían, pero ellas querían a toda costa que yo volviera a la República Democrática del Congo. Llegados a este punto quizás me vi llevado por la emoción, pero un mes más tarde, cuando vieron que no había ninguna reacción, estas mujeres empezaron a organizarse, y cada semana llegaban con los productos de sus cosechas que vendían en el hospital para pagarme el billete de vuelta. Yo estaba realmente emocionado y me decía a mí mismo: ¡qué fuerza! Se trata de mujeres que viven con menos de un dólar al día pero que son capaces de movilizarse para que yo pueda volver. Entonces, realmente es cuando puse todo en la balanza, y creo que ellas pesaron mucho, porque me dije, en cualquier caso mi vida no vale más que la vida de estas miles de mujeres, y en consecuencia tomé la decisión de regresar”.
 
P: Entonces, ¿por qué no lleva su compromiso hasta el final y se consagra realmente a la política? Porque hasta que este combate político no se gane, las víctimas continuarán afluyendo a su hospital.
R: “Desafortunadamente, eso es así, con las cosas con las que me encuentro en el quirófano. Cuando veo a los bebés heridos en ese estado, efectivamente eso me indigna, y me digo, esto no es posible. Por esta razón me he decidido a denunciar. Pero entre denunciar y dedicarse a la política hay un camino y no ha llegado todavía el momento”.
 
P: Una última pregunta. ¿Qué le hace mantener la sonrisa?
R: “Son las mujeres. No sé cuántas veces he visto que cuando curo a una paciente, yo mismo me desespero. Pero ¿cómo puede volver a superar este trauma por sí misma?, me pregunto. Sin embargo, estas mujeres, nunca siguen adelante por ellas mismas, lo hacen por sus hijos, por sus familias. Pienso que todos tenemos muchas lecciones que aprender de estas mujeres”.

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