Las falsas escuelas coránicas en África y la tragedia de la explotación infantil

Patricia Rodríguez González y Jesús Díez Alcalde, en el blog Africa Vive. Imágenes: Jeff Attaway y Sam Phelps/Majority World

Desde la progresiva penetración del Islam al sur del desierto del Sáhara a partir del siglo XI, las escuelas coránicas tradicionales se han convertido en un cauce fundamental para difundir y enseñar la doctrina musulmana. Sin embargo, la emancipación del poder colonial, las migraciones internas hacia las ciudades y las continuas crisis económicas fueron transformando estos centros de formación religiosa en África Central y Occidental. En la actualidad, muchos de estos centros han derivado hacia «falsas escuelas coránicas» a cargo de supuestos maestros musulmanes –reconocidos en muchos países como los marabouts– que, con el pretexto y la instrumentalización del Islam, someten a sus pupilos (talibés, en su denominación más extendida) a los más execrables abusos o permiten que sean captados por distintos grupos violentos, incluidas las milicias insurgentes y los grupos yihadistas.

En sus orígenes, la escuela coránica tradicional era habitualmente rural y gratuita en esta región africana. Para garantizar su subsistencia, los marabouts se financiaban a través de donativos de la población y del trabajo de sus talibés en el campo: unos ingresos económicos que servían tanto para sufragar su formación como para el mantenimiento de la escuela. Además, los alumnos interrumpían sus estudios dos o tres veces al día para pedir comida, algo que no producía ningún rechazo social y que se interpretaba como una actividad necesaria para inculcar el precepto coránico de la humildad y para fomentar los vínculos de solidaridad comunitarios.

Esclavitud, maltrato y reclutamiento yihadista

Sin embargo, la degeneración del sistema educativo comenzó a extenderse a finales del siglo XX, cuando un nuevo tipo de escuela fue impulsada y liderada por falsos maestros, que se valieron de la educación religiosa musulmana para emprender un deleznable negocio a través de la explotación infantil. Hoy, miles de talibés –entre 5 y 7 años de edad– son entregados por su padres a un supuesto preceptor coránico, al que confían la formación y vida de sus hijos. Entonces, son obligados a mendigar durante jornadas de más de 10 horas y maltratados en su pretendido «hogar» que, en muchas ocasiones, aún es más cruel e inmundo que la propia calle: «Si le decía al marabout que estaba enfermo y que no podía ir a mendigar –recuerda un ex talibé de 13 años–, me llevaba a una habitación para pegarme, al igual que cuando no traía la cantidad de limosna fijada».

Pero aquí no acaba la falta de escrúpulos de este tipo de marabouts, pues existen evidencias de que estos indefensos niños acaban siendo reclutados –desde las «falsas escuelas coránicas»– por distintos grupos armados o por milicias yihadistas, en muchas ocasiones, con la connivencia de sus maestros. Una dramática realidad que está muy patente, como señala el secretario general de Naciones Unidas, en aquellos países donde imperan y se expanden tanto la insurgencia rebelde como el terrorismo yihadista: «Todos los grupos armados del norte de Mali, entre ellos Al-Qaeda en el Magreb Islámico, Ansar Dine, MNLA y MUYAO, cometieron violaciones graves contra niños (…). Presuntamente, las familias, los imanes y los dirigentes comunitarios facilitaron su reclutamiento. Los niños encomendados por sus padres a marabouts eran especialmente vulnerables, y las escuelas religiosas eran a menudo lugares de adoctrinamiento y reclutamiento».

A pesar de lo vivido, cuando muchos niños y jóvenes dejan atrás esta etapa, encuentran la manera de superarse, perdonar y reconstruir su vida: «No denunciaría al marabout por lo que me hizo –subraya Ndiaye M., ex-talibé y ahora aprendiz de costura–, ya le he perdonado. Prefiero decirme a mí mismo que no es tan grave». Pero otros muchos, sin que nadie les ofrezca una oportunidad mejor, escapan y acaban convirtiéndose en niños de la calle o se enganchan a la delincuencia para sobrevivir. Finalmente, aquellos que sobreviven bajo la tutela de sus marabouts son expulsados cuando se convierten en jóvenes de 16 o 17 años. A partir de entonces, salen a enfrentarse al mundo sin formación alguna y tras haber sufrido maltrato durante años: un panorama desolador que dificulta enormemente sus posibilidades de construir un proyecto de vida.

Imagen: Sam Phelps/Majority World

La urgencia de acabar con la explotación infantil

Sin duda, la primera razón que complica hacer frente a esta tragedia infantil es que no existe un conocimiento detallado de su dimensión y alcance real. En la mayoría de los países afectados, es difícil discernir entre las verdaderas escuelas coránicas de aquellas otras que tan solo son una cortina de humo que esconde la trata y la explotación de los más vulnerables. Del mismo modo, también es extremadamente complicado conocer la organización de estas redes criminales de falsos maestros o el destino final de los fondos recaudados a través de la mendicidad. Por otro lado, tampoco existe una conciencia social colectiva sobre la necesidad de la erradicación de este fenómeno: muchos desconocen el sufrimiento que se infringe a los niños, otros deciden mirar a otro lado ante una realidad que perciben infranqueable, y gran parte de la población acepta la mendicidad como algo necesario para que el maestro pueda sobrevivir, con el convencimiento de que a cambio protegerá e instruirá a los niños.

Y para acabar con este drama, es necesaria una mayor implicación del poder político, la determinación de los líderes religiosos y la sensibilidad de la sociedad civil, además de un mayor compromiso de la comunidad internacional. Tan solo así –y aun a largo plazo– se podrá acabar con este ingente entramado de vejación infantil. Una lacra social que, desde hace demasiado tiempo, no solo está minando el presente y el futuro de cientos de miles de niños africanos, sino que también amenaza con doblegar cualquier esfuerzo para promover la estabilidad, la seguridad y el progreso de toda África Central y Occidental.

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