Libia: la guerra sorda de Macron y Salvini

Javier Martín. Túnez. EFE

Pie de foto: Libia: la guerra sorda de Macron y Salvini.

En julio de 2018, el presidente francés, Enmanuel Macron, tomó una decisión que cambiaría el conflicto en Libia y abriría las puertas a la batalla final por el control de Trípoli, lanzada el pasado jueves por el influyente mariscal Jalifa Hafter. Consciente del creciente poder que acumulaba el controvertido oficial, apoyado por Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Egipto, Macron invitó a Hafter a París y le concedió así una legitimidad política que ansiaba, y de la que carecía, pese a ser ya el hombre fuerte del país.

Además de cambiar el rumbo del pulso fratricida desatado cuatro años antes, el movimiento diplomático de Macron supuso un duro revés para la política que seguían hasta entonces tanto Italia como el grueso de la Unión Europea, alineada con el gobierno impuesto por la ONU en 2016 en Trípoli. Un año antes, el Ejecutivo coliderado por Mateo Salvini había dado luz verde a los servicios de inteligencia italianos para negociar con las principales mafias de contrabando de personas en el norte de Libia y convencerlas de que aceptaran transformarse en la nueva Guardia Costera, entrenada y armada desde Europa.

La ayuda, en forma de patrulleras y formación coordinada en el marco de la "Operación Sofía", se canalizaba a través del gobierno impuesto por la ONU en Trípoli (GNA), salido de un plan de paz fallido del entonces enviado especial para Libia, Bernardino León, al que siempre se opuso Hafter. El objetivo principal era frenar el flujo incesante de migrantes irregulares a las costas de Europa y expulsar de aguas del Mediterráneo a los barcos de las ONG empoderando a la citada Guardia Costera pese a que su conexión en el gobierno era incierta y Libia no era un puerto seguro.

"La decisión de Macron (de invitar a Hafter) supuso un antes y un después en el conflicto en Libia", explica a Efe Mohamad Zubber, periodista y analista libio. "No solo impulsó a Hafter, sino que devolvió a Francia el protagonismo que había perdido en Libia en favor de Italia, que era la que dictaba la política y que no quería a Hafter ni en pintura", coincide en apuntar un diplomático europeo establecido en Túnez que prefiere no ser identificado. La invitación supuso también un antes y un después para el nuevo plan de paz presentado en septiembre de 2017 por el actual enviado especial de la ONU a Libia, Ghasam Saleme, en el que el hombre fuerte de Libia quedaba en segundo plano.

Espoleado por el impulso político francés -y las nuevas armas enviadas desde Rusia, Arabia Saudí y especialmente Emiratos Árabes Unidos, que rompieron el embargo impuesto por la ONU a Libia en 2011- el polémico mariscal redobló su campaña militar en el este de Libia. Se aseguró el control del golfo de Sidrá, núcleo de la industria petrolera libia, e intensificó las ofensivas en Bengasi, capital del este y segunda ciudad del país, y la vecina Derna, bastión del yihadismo en el norte de África.

Conquistadas ambas, inició la campaña del sur en el marco de un plan envolvente para llegar a la capital, su verdadero objetivo, sin tener que toparse de frente con la poderosa ciudad-estado de Misrata, que le considera un criminal de guerra. Asesorado por los servicios secretos franceses, que han instalado una importante base en la pacificada Bengasi, en febrero de este año extendió su influencia y poder sobre las principales oasis del sur del país. Y asumió el control de los yacimientos petroleros de Al Sharara y Al Fil, esenciales para la supervivencia energética de Trípoli, y económica del gobierno impuesto por la ONU en la capital, que nunca ha reconocido.

"Hafter siempre ha jugado al gato y al ratón con la ONU y con la comunidad internacional", admite un funcionario de Naciones Unidas crítico con la política de la organización en Libia. "A pesar de que decía que aceptaba el plan de paz, siempre se ha opuesto tanto a la conferencia nacional como a unas elecciones que no pueda controlar", explica a Efe el funcionario, que prefiere no ser identificado por motivos de seguridad.

La decisión de emprender la conquista final de la capital con el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, en la ciudad es la prueba definitiva de un plan que se activó con una visita inesperada al Elíseo, para disgusto de Roma. 

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