Los inescrutables caminos del éxodo ateo

Por Zineb El Rhazoui (msur.es) 
Foto: Un grupo de jóvenes marroquíes laicos protestan en las calles de Rabat contra el islamismo. 
 
¿Es Francia todavía una patria de acogida para los librepensadores del mundo? Ya no está tan claro. Si los inmigrantes económicos, que huyen de la miseria de su aldea, utilizan a menudo caminos peligrosos para buscar un futuro más sonriente aquí, las condiciones políticas de ciertos países lanzan al exilio a veces a personajes muy distintos, que no tienen ganas de esquivar un control de identidad en Barbés, el barrio inmigrante parisino. Sabrine Bouzeriata y Sami Chebbi, una joven pareja tunecina, no consiguen reírse de su reciente condición de sin papeles en Francia. Tienen 24 años y acaban de aterrizar en París tras un viaje largo e inverosímil a través de los Balcanes. La principal preocupación: evitar a los islamistas. La joven pareja ha dejado todo, de un día para otro: su familia, su país, un puesto como gerente de empresa, los amigos… para abordar un vuelo a Serbia, el único país europeo que permite la entrada a los ciudadanos de Túnez sin visado. De esto hace un año, cuando las amenazas de muerte y el espectro de la prisión se iban haciendo demasiado nítidas, demasiado reales como para seguir ignorándolos. A finales de febrero de 2014 alcanzaron por fin suelo francés, fatigados, sin un duro, con los dientes en mal estado tras meses de malnutrición. Pero felices de haber llegado a un país cuyo idioma hablan bien y donde, eso esperan, se entenderá su combate por defender el ateísmo, la laicidad y su condición de librepensadores. “Cuando he visto que el tren en el que viajamos de Vintimilia, en Italia, hasta Niza, era francés, he ido a discutir con el revisor, simplemente por el placer de hablar por fin francés”, cuenta Sami. En la estación de la frontera italiana, la pareja esperaba desde hace 22 horas el tren de las 4 de la madrugada. Es la última barrera; hay que evitar a toda costa un control de la policía italiana. Una vez atravesada la frontera, ya puede pasar lo que sea. “Cuando nuestros móviles han captado las redes telefónicas francesas, hubo gritos de alegría y alivio en el tren”, se acuerda Sabrine. 
 
Cuando el pueblo quiere la vida...
Porque Sami y Sabrine no son los únicos fugitivos en su vagón. Hay magrebíes, iraníes, sirios, pakistaníes, africanos… Muchos huyen de países en guerra o de la economía en ruinas para lanzarse a la gran odisea hacia Europa Occidental, pero Francia atrae todavía a los hijos de sus antiguas colonias, a las que legó la lengua de Molière. La joven pareja, por su parte, no viene para buscar un trabajo que le permita enviar dinero a su país: ellos reciben dinero desde Túnez desde hace un año para financiar esta larga evasión hacia cielos más tolerantes. “Tenemos la intención de pedir asilo en Francia, porque nuestra vida está en peligro en Túnez y en cualquier lugar donde el islam impone su ley”, adelanta Sabrine. Nacida en Túnez, de evidente belleza, un porte elegante y una mirada penetrante subrayada por el kohol, la joven se ha criado en un entorno practicante. “Vengo de una familia piadosa y yo misma era una apasionada de la religión. Tenía una tía que se iba a menudo en peregrinaje a Arabia Saudí y traía pequeños libros de proselitismo islámico que yo consumía con frenesí”, se acuerda. Pero como muchas jóvenes magrebíes de su generación, Sabrine empezó a hacerse preguntas durante la adolescencia, cuando observaba a sus parientes. “El primer signo de interrogación para mí era mi padre. Antes no era practicante y bebía alcohol. Todo el mundo decía de él que era un tipo genial. Tiene una cuñada francesa de la que se sentía muy cercano, aunque ella vivía de forma libre y también bebía. El día que decidió hacer las oraciones, sufrió una metamorfosis, se convirtió en una persona llena de odio, que rechazaba a los demás”, se lamenta. Un día, durante una conversación con su padre, Sabrine recibe una bofetada porque ella acaba de condenar la ley del talión, incluso referida a una persona como Ariel Sharon. Ahí empieza el largo proceso de ruptura entre ella y su padre, entre ella y el islam. Sami, por su parte, ha nacido en una gran familia de intelectuales. Es el sobrino nieto de de Abou el-Kace Chebbi, el famoso poeta cuyas palabras “Cuando el pueblo un día quiera ver la vida…” se han convertido en el himno de la revolución de los jazmines. También es sobrino de Moncef Chebbi y primo de Ahmed Najib Chebbi, dos políticos tunecinos de renombre. “Pero no estoy seguro de que ellos compartan mi combate”, ironiza Sami, un joven de aspecto atípico, con la barba descuidada y pelo largo, recogido en un moño de samurái. 

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