Omaha Beach a 24 fotogramas por segundo

Víctor Arribas

Pie de foto: Imagen de la película Hermanos de sangre (Band of Brothers, 2001)

Omaha está en Nebraska. Está bañada por el río Missouri, que hace de frontera con el vecino estado de Iowa. En Omaha, Nebraska, nacieron personajes como Fred Astaire, Marlon Brando, el que fue presidente Gerald Ford o el millonario Warren Buffet. Podríamos decir, un poco a ojo, que está en el mismísimo centro de los Estados Unidos de América, aunque los puristas han sacado escuadra y cartabón y han trazado el punto más céntrico del país, para contradecirnos, en el lugar exacto que ocupa Belle Fourche, en Dakota del Sur. Más o menos, es lo mismo. Omaha es cien por cien americana. Hasta el último centímetro de su superficie, hasta el más joven de sus habitantes, son todos más americanos que la sopa de tomate Campbell’s.

Y, sin embargo, preguntes donde preguntes te dirán que Omaha es la célebre playa donde arribaron los 7.000 barcos que participaron en el Desembarco de Normandía, los encargados de transportar a 156.000 hombres y 10.000 vehículos desde las costas del sur de Inglaterra hasta la costa francesa cruzando el Canal de la Mancha. La historia de lo ocurrido en aquellos parajes más bien plúmbeos del norte de Francia es la historia que cambió el transcurso de la humanidad, para bien. Y lo que de padres a hijos se ha ido transmitiendo de aquella batalla épica, encarnizada, sangrienta y cruel, aunque merecedora de todos los precios que en ella se pagaron, lo que de película en película se ha mostrado y se ha aprendido, no es más que la lucha más hermosa y trágica que ha existido por la libertad. En esto último reside el valor iconográfico del acontecimiento mundial que allí se fraguó: el carácter del Día D, que cumple ahora 75 años, como fuente de inspiración para el argumento de un ramillete de películas que han querido plasmar lo ocurrido, y lo han hecho dejando tras de si una gran influencia en el cine posterior, especialmente el de género bélico.

Pie de foto: Tropas de la Primera División desembarcando en la playa de Omaha.

Un género que se ha ocupado siempre, desde su explosión en taquilla durante los años 40, de glosar a modo de cantares de gesta las grandes batallas de la historia. Hollywood se ha visto atraído con frecuencia por los capítulos decisivos de las guerras, las contiendas localizadas en el mapa y en el tiempo, en las que hubo mil y una peripecias que jalonaron el devenir de los acontecimientos bélicos. En aquellos cuarenta, la conciencia nacional se disparó tras el bombardeo japonés del 7 de diciembre de 1941 sobre la base estadounidense de Pearl Harbor. Se vendían millones de bonos de guerra (War Bonds, de parecido nombre al de un secundario de lujo de las películas de John Ford), y desde California la industria del cine ayudaba poniendo su parte en el empeño de lograr la victoria sobre el Mal. Sin ir más lejos, la masacre de Honolulu (más una masacre que una batalla convencionalmente entendida) inspiró grandes obras hollywoodenses: De aquí a la eternidad (From Here to Eternity, 1953) de Fred Zinnemann desde un prisma romántico; Tora! Tora! Tora! (1970) de Richard Fleischer desde una óptica más belicista y Pearl Harbor (2001) de Michael Bay buscando espectacularidad y taquilla al mismo tiempo.

Pie de foto: Imagen de película Tora Tora Tora.

La batalla de Stalingrado, que tuvo lugar entre agosto de 1942 y febrero de 1943, fue narrada en imágenes muchos años después por Joseph Vilsmaer en Stalingrado (1993) y por Jean-Jacques Annaud en Enemigo a las puertas (Enemy at the Gates, 2001), con un gran éxito en ésta última que todavía hoy se recuerda. Son muchas las batallas decisivas o desastrosas que han contagiado a los productores cinematográficos para realizar proyectos casi siempre con grandes presupuestos: Un puente lejano (A Bridge Too Far, 1977), dirigida por Sir Richard Attenborough, rememorando la intentona de desestabilizar al ejército nazi lanzando paracaidistas tras sus líneas, en los puentes holandeses; La batalla de las Ardenas (Battle of the Bulge, 1965) de Ken Annakin, con 200.000 muertos una victoria a un elevadísimo precio para los aliados; Bataan (1943) de Tay Garnett, la encarnizada defensa por un puñado de marines de la península filipina, a la que volvió Johnn Wayne en La patrulla del Coronel Jackson (Back To Bataan, 1945), del gran director Edward Dmytryk; o la recordada, gracias al cine, encerrona a los Delta Force tras el accidente del helicóptero en Mogadiscio, Somalia (Black Hawk Down), pieza maestra de Ridley Scott. Sí. Son muchas batallas y muchas películas para hacer de notarias respecto a los hechos reales ocurridos, aunque con las licencias que permite el arte. 

El 75º aniversario del desembarco de Normandía, llamado en clave Operación Overlord, es una de las contiendas parciales más famosas de la historia de la Segunda Guerra Mundial. Es muy cinematográfico, muy de película ver y rodar a las tropas avanzando por la arena de las cinco playas por donde adentraron en el corazón del continente europeo a través de la costa francesa para desde allí reconquistar la Europa libre sometida por Hitler. Allí, dentro de los anfibios que les depositaron en tierra y luego en las dunas, fueron masacrados miles de hombres bajo el fuego de las ametralladoras alemanas, hasta que las primeras avanzadillas lograron desactivar los nidos de ametralladoras. Las distintas obras fílmicas que han tratado este hecho histórico han expuesto la realidad bajo muy diferentes prismas, en una escala de más a menos realismo, en una segunda escala con mayor o menor interés respecto a la batalla o las relaciones humanas de las personas que en ella tuvieron algo que ver. Ha habido grandes intérpretes metidos en la operación, desde los despachos del alto mando o directamente entre las tropas infiltradas en el continente aquella mañana de junio. 

El primer film que se dedicó a llevar a la pantalla lo ocurrido fue Día D, hora H (Breakthrough, 1950) dirigido por Lewis Seiler. En él se incluían imágenes documentales registradas por camarógrafos profesionales durante el desembarco, y los ejes centrales de la narración eran los soldados de una unidad americana que recibían instrucción previa para la batalla más famosa, que también era mostrada. Una evidente serie B con actores de segunda fila como John Agar (habitual en películas de Ford) o Frank Lovejoy. 

Más importante es Día D, 6 de junio (D-Day, The Sixth of June, 1956), con Henry Koster como director y una de las grandes estrellas del Hollywood clásico, Robert Taylor, como el capitán Brad Parker que se enamora de la joven de turno, la actriz Dana Wynter, y se la disputa con el otro protagonista masculino del reparto, Richard Todd. Los preparativos para el desembarco en Normandía son solo el marco general el pretexto de la narración, que se centra en el triángulo amoroso de los tres. La película ofrece una visión crítica de las siempre tirantes relaciones entre los ejércitos ingleses y norteamericanos antes de la operación militar, porque uno de los oficiales es estadounidense y el otro británico. Su valor artístico no es elevado, pero permite ver cómo pudieron ser las horas decisivas desde el punto de vista de aquellos que participaron en la retaguardia. 

Pie de foto: Imagen de la película, El día más largo (The Longest Day, 1962) está dirigida por cuatro realizadores, tres europeos y uno americano: Ken Annakin, Andrew Marton, Bernhard Wicki y Gerd Oswald, aunque su verdadero motor fue el productor Darryl F. Zanuck al frente de los estudios Fox.

Tuvo que pasar una década, ya en plena guerra fría, para que la industria se fijara de nuevo en la enorme importancia de lo ocurrido en la costa francesa para el final de la guerra, para construir una de las obras más importantes de las que glosan lo ocurrido hace 75 años. El día más largo (The Longest Day, 1962) está dirigida por cuatro realizadores, tres europeos y uno americano: Ken Annakin, Andrew Marton, Bernhard Wicki y Gerd Oswald, aunque su verdadero motor fue el productor Darryl F. Zanuck al frente de los estudios Fox. Está concebida como una superproducción con pretensiones de lograr marcar un antes y un después en el cine bélico, aunque se quedan por el camino sus repercusiones artísticas, dado lo variopinto de su elenco y de su equipo técnico. Resulta un pasatiempo interesante descubrir a todas las estrellas que pasan delante de nuestros ojos durante las tres horas de duración: John Wayne, Henry Fonda, Robert Mitchum, Robert Ryan, Richard Burton, Rod Steiger, Robert Ryan, Jeff Hunter, Robert Wagner y un joven Sean Connery, entre otros muchos.

Pero la consistencia de su discurso se ve lastrada a los pocos minutos de proyección. Para el crítico José Andrés Pedrero Santos, “(...) únicamente el discurso patriótico resulta procedente, desinfectado de cualquier otro aditamento contraproducente o que cuestione la guerra en sí misma. Ni tan siquiera utiliza una excusa que justifique la lucha contra el enemigo, ya que esta se plantea más como una partida de ajedrez amistosa que como ese choque maniqueo de posturas que explotaba el cine bélico de Hollywood en las películas producidas durante o inmediatamente después del conflicto” (1). El día más largo, basada en un libro de Cornelius Ryan, tuvo asesores militares en su preparación y durante el rodaje, que dieron consejo a los directores. Pero la película se queda muy lejos de las pretensiones de las que hablábamos y es mucho mayor el prestigio que tiene entre los espectadores que su calidad como obra cinematográfica. 

Aunque no relacionada directamente con el desembarco, El desafío de las águilas (Where Eagles Dare, 1968), dirigida por Brian G. Hutton, se encuadra históricamente en los hechos dado que el general americano prisioneros de los nazis al que la unidad de élite tiene que liberar conoce el plan de la invasión perfectamente, y los aliados corren el peligro de que lo confiese bajo torturas. Richard Burton es el oficial al mando de este grupo de especialistas que van a saber moverse en condiciones meteorológicas y de temperatura muy adversas, en la nieve. Por allí se moverá Clint Eastwood, en su primera colaboración con Hutton. La novela fue escrita por Alistair MacLean, un autor escocés de textos bélicos que concibió igualmente la base literaria para Los cañones de Navarone Estación Polar Cebra

Pie de foto: Imagen de la película El desafío de las águilas (Where Eagles Dare, 1968), dirigida por Brian G. Hutton.

En Los violentos de Kelly (Kelly’s Heroes, 1970) también de Brian G. Hutton, repite Eastwood ya como primera estrella del reparto. Los hechos están encuadrados inmediatamente después del Día D, y cuestionan abiertamente la honestidad de los soldados al mostrarnos la avidez del oro que muestran los soldados americanos, que se enteran de la existencia del cargamento emborrachando a los alemanes a los que han capturado. Desde ese momento no hay ya objetivos militares para ellos, sino solo la fiebre por lograr el preciado tesoro. Eastwood participó en la producción y pretendió hacer un film antibelicista, aunque las exigencias de Metro Goldwyn Mayer empujaron el film más hacia el espectáculo humorístico que hacia una historia con mensaje. 

Quien sí logró un alegato antibélico fue Samuel Fuller con Uno Rojo, división de choque (The Big Red One, 1980), donde veremos a un pelotón de infantería perteneciente a la Primera División de Infantería, la conocida "Big Red One” por el gran número uno de color rojo sobre fondo verde que puede apreciarse en su insignia. Los hombres bajo el mando de un sobresaliente sargento Lee Marvin que se emplearon a fondo en diferentes escenarios geográficos durante la segunda mitad de la guerra. Del desierto africano a los Países Bajos, la liberación de Austria y los campos de concentración, Checoslovaquia y por supuesto participaron en el desembarco junto al resto de unidades. Fuller imprimió a la película un carácter autobiográfico notable, porque él mismo había combatido en la guerra en una unidad de marines, por lo que el cine bélico atraviesa su obra cinematográfica desde principio a fin. 

Pie de foto: Imagen de la película Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998), de Steven Spielberg. 

En la década de los noventa llega la película más importante rodada nunca sobre el Desembarco de Normandía: Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998), de Steven Spielberg. La primera media hora es uno de los ejercicios más brillantes de cine de acción subjetiva que nunca se hayan realizado, y conserva un enorme prestigio veinte años después de su filmación. Se trataba de meter la cámara entre los soldados que saltaron al agua desde los barcos anfibios y pisaron tierra, los que lo lograron y los que cayeron intentándolo, derribados por los proyectiles enemigos. Y el mago de Cincinatti demostró una capacidad técnica y una fuerza para emocionar como pocos antes habían conseguido aunar. El punto de vista va cambiando, hay momentos en que el espectador ve la batalla desde la óptica de los tiradores nazis, pero generalmente está en esa primera parte del film en los ojos de los soldados aliados. Y Spielberg filma el terror, la angustia, el sobrecogimiento de aquellos que tuvieron que demostrar valerosidad mientras sentían pavor. Logra captar hasta el olor de la pólvora, del barro mezclado con sangre y los vómitos, de los miembros amputados, de los intestinos esparcidos por el campo de batalla. Y capta a la perfección el sonido de la guerra, con las balas tintineando al oído del público como si estuvieran en Omaha. 

La película entra en una segunda fase en la que se justifica por qué estamos los espectadores y los personajes en la Francia ocupada, por qué hemos desembarcado con los militares, y cuál es la misión a partir de ahora: devolver a una madre americana a su cuarto hijo, tras perder a los tres primeros Ryan en diferentes frentes bélicos. El ejército, el Estado y la decencia obligaban a buscar en un lugar indeterminado al joven, James Francis Ryan de la compañía Baker, incrustado en el 506º Regimiento de Infantería de Paracaidistas y la 101.ª División Aerotransportada. La historia que traza Robert Rodat en el guión tuvo su origen en lo ocurrido durante la Guerra de Secesión, cuando una madre, Lydia Bixby, perdió a sus cinco hijos en diferentes puntos del país. El presidente Abraham Lincoln remitió una carta a la viuda Bixby para mostrar la deuda que siempre tendría el país con su familia. La base histórica propició un gran espectáculo de entretenimiento y por fases gran cine. El experto en estrategias militares y crítico de cine José Manuel Fernández López (nuestro querido Flópez) cita declaraciones de Tom Hanks sobre el rodaje del combate: “Era fácil creerse que esa carnicería era real y la causaban balas, granadas y morteros. En algunas escenas tenemos una mirada de terror y es porque estamos realmente asustados... aunque supiéramos que todo era falso”(2). El itinerario físico y moral de los guerreros, liderados por el capitán Miller (Tom Hanks) y el sargento Horvath (Tom Sizemore) confirman el pulso narrativo de la mega estrella que dirige esta película de auténtico culto por varias generaciones.

De ella surgió el proyecto para una serie televisiva, Hermanos de sangre (Band of Brothers, 2001), que podría ser continuación del film spielbergiano pero que dedica un capítulo en exclusiva, el segundo al desembarco.  Son diez episodios de una gran fuerza narrativa, y tienen la importancia de ofrecer la óptica de llos paracaidistas desde el aire cuando van a lanzarse hacia Normandía. Y en último extremo, el cine más reciente ha abordado los prolegómenos del Día D en Overlord (2018) de Julius Avery, con una mezcla de géneros entre el bélico y el terror, con los más terribles experimentos descubiertos sobre la marcha tras las líneas enemigas. El cineasta J. J. Abrams está detrás de un proyecto que ha pasado desapercibido en los cines, pero es una joya que será muy apreciada dentro de unas décadas. 

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