París y Argel trabajan por un acuerdo sobre el colonialismo francés en el país magrebí

Paco Soto

Pie de foto: El presidente francés, Emmanuel Macron, en Argel.

Argelia sufrió el dominio colonial de Francia de 1830 a 1962. La colonización francesa fue brutal y cruel. Pero la lucha de liberación nacional también fue sanguinaria y afectó a muchos argelinos civiles de origen árabe, bereber y europeo -mayoritariamente franceses y españoles- inocentes. Militares y policías de la metrópoli colonial cometieron barbaridades contra los independentistas argelinos, practicaron la tortura, la represión masiva y el asesinato político. Como Atalayar ya informó a sus lectores en otras ocasiones, el Frente de Liberación Nacional (FLN), principal movimiento de oposición a Francia, también practicó la violencia indiscriminada y apostó por el terrorismo en muchas ocasiones.

Tampoco tuvo en cuenta la pluralidad ideológica e identitaria de la sociedad argelina, marginó y reprimió a sectores independentistas críticos con sus ideas y métodos violentos, y una vez en el poder, en 1962, implantó un régimen autoritario y de partido único y un sistema económico copiado del modelo soviético, ineficaz, burocrático y corrupto. Francia abandonó la colonia con dolor y frustración, y tuvo que enfrentarse a la violenta oposición de la extrema derecha civil y militar, cuya principal expresión terrorista fue la Organización del Ejército Secreto (OAS). En los años sesenta y setenta del siglo XX, centenares de miles de argelinos emigraron a Francia. Hoy en día, más de un millón de argelinos viven en la antigua potencia colonial. 56 años después de la independencia de Argelia, las relaciones con Francia siguen siendo tormentosas. El tiempo no ha curado todas las heridas.

Falta de integración y explotación

Durante años, la derecha y parte de la izquierda fueron insensibles al drama argelino. En Francia, los argelinos eran simplemente mano de obra barata; y los famosos ‘Pieds-Noirs’ (un millón de ciudadanos europeos que abandonaron Argelia en 1962) molestaban a muchos franceses, que no los veían como compatriotas. Una minoría de ‘Pieds-Noirs’ se estableció en Alicante y ciudades cercanas. Solo unos pocos fueron activistas ultras que militaron o simpatizaron con la OAS. Con el paso de los años, el extremismo de la OAS se disolvió. Muchos argelinos se integraron en la sociedad francesa, excepto los denominados ‘Harkis’ (argelinos partidarios de una Argelia francesa), que en los años setenta seguían viviendo en chabolas en muchas ciudades del país y eran detestados por muchos franceses y argelinos.

Pie de foto: El embajador de Francia en Argel, Xavier Driencourt.

El Estado francés les prometió ayudas de todo tipo, pero no cumplió con su palabra. Los abandonó a su suerte en Argelia y en Francia. En el seno de los argelinos nació una nueva generación y poco a poco se fue formando una clase media de origen musulmán. Muchos triunfaron en el mundo de los medios, la literatura, el arte, la canción y el espectáculo, el cine, la universidad, los negocios… Los más desafortunados fueron amontonados en barrios periféricos infames. Compartieron una vida dura y de miseria, y sus hijos y nietos también en bastantes casos, con otros magrebíes, africanos subsaharianos e inmigrantes de antiguas colonias francesas.

Giro importante

La llegada del socialista François Hollande al poder cambió la situación. Hollande se acercó sinceramente a la realidad argelina; evidentemente no solo por motivos morales y éticos, sino también económicos y geoestratégicos. Se dio cuenta de que París tenía que hacer un gran esfuerzo por entender Argelia y reconocer los errores y crímenes cometidos por la metrópoli en el país norteafricano. Se enfrentó a un sector de la derecha francesa y de los llamados ‘franceses de Argelia’. En Argelia, no todos apreciaron el cambio de estrategia del socialista Hollande. Sectores de antiguos luchadores por la independencia, o de supuestos luchadores, acusaron al Estado galo de hipócrita, y pusieron en duda la sinceridad del presidente de la República francesa. 

Dirigentes políticos, sindicatos como la Unión General de Trabajadores Argelinos (UGTA), la gran patronal (FCE), los medios oficialistas y varias entidades cercanas al poder cuestionaron los buenos propósitos de Hollande. El jefe del Estado francés no les hizo caso y comunicó a su homólogo argelino, Abdelaziz Bouteflika, su voluntad de superar el pasado e iniciar una nueva etapa de estabilidad estratégica entre los dos países. Años antes, el presidente conservador Jacques Chirac firmó con Argelia un tratado de amistad durante su presidencia. No sirvió de mucho. Hollande era consciente de la existencia de muchas dificultades e intereses en juego, y quiso superar décadas de tensiones y conflictos permanentes.

La masacre de París.

Siendo todavía presidente, François Hollande se dio cuenta de que tenía que dar un paso más que demostrara a los argelinos de Argelia y de la diáspora que sus objetivos eran sinceros. El mandatario galo reconoció explícitamente y condenó sin tapujos la masacre que la Policía francesa cometió contra una manifestación pacífica del FLN, el 17 de octubre de 1961, en París. La represión fue dirigida por un personaje repugnante y sin principios: el prefecto (gobernador civil) de París, Maurice Papon. Este individuo colaboró activamente con el Gobierno de Vichy aliado de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Después se integró sin problema en el régimen democrático y en la V República.

Pie de foto: La Policía francesa reprime con extrema violencia la manifestación del FLN celebrada el 17 de octubre de 1961.

Y tras la masacre de París siguió desempeñando cargos públicos durante muchos años. Pero en 1998 fue condenado por crímenes contra la humanidad durante la Segunda Guerra Mundial.  En la manifestación del FLN del 17 de octubre de 1961, la fuerza pública mató entre 70 y 200 manifestantes. Muchos otros fueron detenidos, apaleados y torturados. El historiador Jean-Luc Einaudi hace un balance aún más estremecedor: hubo entre 200 y 393 manifestantes asesinados por unos policías que tenían la orden de matar. Muchos cuerpos fueron arrojados al río Sena. Un hecho de esta naturaleza no ocurrió en ningún país europeo democrático de Europa Occidental tras la Segunda Guerra Mundial.

Ni siquiera en la España franquista, salvo que en los próximos años los historiadores descubran nuevos datos que demuestren lo contrario. Desde luego, en los años sesenta y setenta del siglo pasado, a pesar de la brutalidad de la Policía Armada, la Guardia Civil depurada y con mandos franquistas y la Brigada Político Social (BPS, Policía Política), jamás en la península hubo una protesta callejera con 20 o 30 muertos.

Reconocimiento del Estado

​ Las víctimas de unos agentes enfurecidos y en la mayoría de los casos racistas fueron encarceladas en el Palacio de Deportes y en el Estadio Pierre de Coubertin, donde sufrieron un trato brutal. Durante más de 40 años este hecho abominable fue ocultado por el Estado, gran parte de los partidos, los sindicatos y la mayoría de los medios, salvo el diario ‘Libération’, fundado por Jean-Paul Sartre, y unos pocos más. Para el presidente y general Charles de Gaulle, esta masacre fue un “asunto secundario”. El 17 de junio de 1966, bajo el Gobierno del general De Gaulle, se aprobó una ley de amnistía que incluía que “los actos cometidos en el marco de operaciones policiales, administrativas o judiciales” no serían juzgados.

François Hollande, en nombre del Estado, fue el primer presidente francés desde 1961 que se atrevió a condenar la barbarie y reconocer abiertamente la culpabilidad de Francia. Su osadía fue alabada por muchos pero criticada por sus detractores. El proceso no finalizó con François Hollande. El actual mandatario galo, el centrista y liberal Emmanuel Macron, que fue ministro de Hollande, viajó a Argelia el pasado mes de diciembre como “un amigo”, según hizo saber a las autoridades del país magrebí. Macron tiene otras ideas, quizá no sea tan impetuoso como Hollande, pero es un político inteligente, culto, preparado, y sabe perfectamente cuáles son los intereses del Estado francés y sus propias atribuciones.

Pie de foto: Generales golpistas franceses durante la ‘Guerra de Argelia’.

No retrocederá en su política argelina; quizá utilice otras formas, pero, según diversos analistas franceses, Macron asume en lo fundamental la política del antiguo presidente socialista con Argelia. Condena sin paliativos el colonialismo y quiere que Argelia y Francia sean países aniegos y hermanos. Es consciente de que para lograr este reto, Francia tiene que asumir sus crímenes durante la ocupación colonial. Lo que habrá que ver es si los dirigentes argelinos tienen la grandeza de espíritu de reconocer que durante la guerra de liberación nacional el FLN cometió crímenes injustificables en Argelia y Francia.

“Amigo de Argelia”

Según dijo el diario ‘Le Monde’, el viaje de Macron a Argelia hace más de dos meses, fue “un desplazamiento vigilado con lupa”. Macron, que nació después de la ‘Guerra de Argelia’ lo sabía y puso el acento en recalcar que “soy un amigo de Argelia, un colaborador constructivo que desea reforzar nuestras relaciones”, y “quiero hacer fructificar unas relaciones que ya son muy densas”. Así lo manifestó a dos diarios argelinos muy influyentes: ‘El Watan’ y ‘El Khabar’. Macron -como Hollande o Mariano Rajoy en España- defiende los intereses de Francia en el mundo, y sabe que Argelia es un Estado estratégico para la nación gala, cuarta potencia mundial. Pero es un político de una época nueva, pragmático y bastante alejado de las presiones ideológicas; y es consciente de que las antiguas metrópolis imperiales no pueden tratar a los países que sometieron como durante la ‘La Guerra Fría’.

Por eso, Macron declaró en Argelia que el “partenariado [entre París y Argel] tiene que ser de igual a igual”. Los dirigentes políticos que no hayan entendido esto estarán condenados al fracaso. “Conozco la historia, pero no soy rehén del pasado”, apuntó el presidente francés. Así las cosas, hace unos días, según informó la agencia argelina APS, el embajador francés en Argel, Xavier Driencourt, consideró, en Constantina, que el dossier sobre el colonialismo y la memoria “avanza discretamente y a veces demasiado discretamente, pero avanza”. El embajador anunció que el presidente Macron “ha decidido avanzar rápidamente”.

París y Argel hacen grandes esfuerzos para ponerse de acuerdo sobre los daños del colonialismo francés en Argelia y tratar de consensuar una memoria común. Lo segundo será lo más difícil y complejo, porque como suele decir el historiador franco-argelino Benjamin Stora, en estos casos  hay que saber conciliar todas las memorias.

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