Un nuevo despertar africano

Diego Urteaga

Pie de foto: Fotografía de archivo del martes 26 de febrero de 2013, el ex presidente de Nigeria Olusegun Obasanjo. 'La democracia no es un destino, es un camino'. Con estas palabras cerraba Olusegun Obasanjo, expresidente de Nigeria, la presentación del libro 'Oui, la democratie marche'. AP PHOTO/SUNDAY ALAMBA

"La democracia no es un destino, es un camino". Con estas palabras cerraba Olusegun Obasanjo, expresidente de Nigeria, la presentación del libro 'Oui, la democratie marche' el pasado 7 de junio en París. No hay duda que, para el continente africano, que lleva varias décadas recorriendo este camino, está siendo particularmente sinuoso y lleno de obstáculos, a veces propios, otras veces impuestos. La democracia ha arraigado de forma irregular en el continente, independientemente del tamaño y recursos del país en cuestión, o de qué potencia ejerciera de metrópoli, antes de que el viejo imperialismo saltara por los aires, hace ahora justo cien años. Si profundizamos en los factores que construyen un entorno democrático, como los derechos civiles, la participación o la cultura política, observamos que su peso también está desigualmente repartido. 

Durante esta evolución política, hacia la democracia, del continente, uno de los mayores retos a los que se ha enfrentado, y al que aún se enfrenta, es al del golpe de Estado como forma de cambio político. En estas seis décadas de emancipación, y de acuerdo al Banco Africano de Desarrollo, se han producido más de 200 golpes de Estado en África, de los cuales, cerca del 50% han resultado exitosos. Con un importante pico en el número de casos durante la década de los 90 y tras una importante reducción de éstos en la década posterior, nos encontramos ante un leve repunte en los últimos años. Tan solo diez países africanos se han mantenido ajenos a este tipo de rupturas. No es de extrañar que cinco de ellos −Mauricio, Cabo Verde, Sudáfrica, Botsuana y Namibia−, aun quedando lejos de estándares occidentales, aparezcan a la cabeza de los países africanos en cualquiera de los principales índices que valoran la salud democrática y la libertad de cada país.

Pie de foto: The Economist Intelligence Unit

A pesar de que la cifra de países considerados libres y con estándares democráticos algo más elevados que la media continental no supera la decena, la principal señal de evolución democrática la encontramos en el resto. El principal aspecto a destacar, es que, entre el año 1988 y el 2008, en apenas dos décadas, el número de países que Freedom House consideraba como "nada libres" se redujo de 34 a 19. Desde entonces se ha producido una clara deceleración en el desarrollo democrático del continente. 

Si buscamos elementos comunes que expliquen qué ha permitido un mayor desarrollo a unos que a otros nos será difícil encontrarlos. Si atendemos a los que aparecen con índices de mayor libertad y democratización como son Mauricio, Senegal, Cabo Verde, Botsuana, Sudáfrica, Ghana, Namibia, São Tomé y Príncipe y Túnez, observaremos evidentes diferencias. Ni las dimensiones ni la situación geográfica parecen relevantes, ya que están repartidos por casi todo el continente y presentan un tamaño muy dispar. Tampoco son comparables sus aspectos económicos, ni la presencia de importantes recursos naturales, pues hay grandes potencias económicas, con acceso a grandes cantidades de recursos minerales y energéticos, como Sudáfrica o Ghana, y otros con economías mucho menores y con poca e incluso nula presencia de recursos destacables, como Mauricio o Senegal. La forma de gobierno o su pasado colonial no son garantía tampoco de una mayor democratización, dado que podemos encontrar desde repúblicas semipresidencialistas, como Túnez, con pasado francés, a otras parlamentarias como Sudáfrica, con herencia británica. 

La irregularidad sería, por tanto, la palabra que mejor define el pasado reciente y el presente del continente, pero pese al estancamiento generalizado podemos encontrar acontecimientos que invitan al optimismo. 

Un claro ejemplo es el de Etiopía. Pese a ser uno de esos países considerados como nada libres, por Freedom House, o como régimen autoritario, por parte del Democracy Index de The Economist, durante el último año parece haber enderezado el camino. Aunque políticamente sigue siendo, de facto, un sistema de partido único, la elección, el año pasado, de Abiy Ahmed como Primer Ministro ha sorprendido, para bien, a la comunidad internacional. Su compromiso y posicionamiento respecto a la herida abierta que mantiene con su vecina Eritrea fue claro y esperanzador: se aceptarían los Acuerdos de Argel de 2002. En otros aspectos, como la libertad de prensa, también se han visto avances importantes con el desbloqueo de numerosos canales y medios digitales y la petición de regreso de aquellos periodistas que decidieron huir del país ante la represión. La elección de Sahlework Zewde como presidenta del país, el pasado otoño, no sólo es representativo por el hecho de ser mujer, sino por pertenecer a la etnia Ahmara, con lo que las dos etnias principales del país quedaban representadas. A Zewde, exembajadora de Naciones Unidas ante la Unión Africana, le siguió el reparto de las veinte carteras ministeriales también de forma paritaria. Etiopía parece ser un firme candidato a abandonar poco a poco el grupo de cola del continente africano.

Siempre hay dos caras en una misma moneda. Si Etiopía nos ha demostrado que en un régimen cerrado y opresivo hay margen para empezar a cambiar las cosas, Sudáfrica representa lo contrario. A pesar de ser uno de los países con mejor salud democrática, con mayor aperturismo e índice de libertad, el país sudafricano lo ha echado a perder todo en apenas una década con quien fuera compañero de prisión de Nelson Mandela. Jacob Zuma ha agrietado los cimientos de la democracia con un continuo asalto a las arcas públicas del país. Los casos de corrupción (como en otros países africanos) afectan no sólo a su círculo más íntimo, sino que se adentran y ramifican por todo el país. Una de las polémicas más recientes, que se ha mantenido durante el gobierno de su sucesor, Cyril Ramaphosa, ha sido la de la reforma constitucional para la expropiación de tierras de ganadería sin compensación. La medida, que busca una redistribución de los terrenos, ha vuelto a poner sobre la mesa el conflicto racial latente que sigue existiendo al sur del continente y que se ha recrudecido con los problemas sociales y económicos que sufre el país desde que Zuma llegó al poder en 2009.

África es, por tanto, un continente vibrante pero lleno de fuertes contrastes. Tenemos países como Guinea Ecuatorial a la cola de cualquier ranking pero que, sin embargo, reconoce la homosexualidad. Hay otros, como Namibia y Ghana, con estándares democráticos elevados dentro de África y con, incluso, mayor libertad de prensa que España, Francia o Reino Unido según Reporteros Sin Fronteras que, al contrario, persiguen y condenan la homosexualidad. Y tenemos, por último, casos como Túnez o Botsuana que, pese a sus avances, todavía no son firmantes del Protocolo Maputo que protege y ampara los derechos de la mujer y que fue adoptado por la Unión Africana hace dieciséis años.

El africa subsahariana ha reducido su pobreza extrema y su desnutrición en un 15% en dos décadas, a pesar de que su población se ha duplicado. El papel de la sociedad civil y de la población se muestra cada vez más determinante para que exista una transición política hacia una mayor democratización y liberalización de los derechos civiles, lo vimos en Túnez y lo estamos viendo en Argelia, Sudán, Senegal o Burkina Faso. Mientras se escriben estas líneas, Botsuana celebra la despenalización de la homosexualidad. 

Olesugun Obasanjo marcaba, a más de cuatro mil kilómetros de distancia de su Abeokuta natal, cuáles serían las cinco 'P' que definirían el futuro del continente. Las Políticas, que deben favorecer la gobernanza y buscar el asentamiento de la democracia; la Población, su educación y empoderamiento; la Prosperidad, garantizada con un necesario incremento de la seguridad en todos los ámbitos, del jurídico al policial; la Pobreza, con el afianzamiento de un imprescindible estado de bienestar que proteja a las clases más bajas; y, por último, el Partenariado y la Participación, tanto individual como comunitaria, tanto interna como externa y tanto a nivel político como social, cultural y económico. En definitiva, sí, la democracia avanza en África, lentamente, pero avanza.

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