Una breve historia del islamismo yihadista en Marruecos (1972-2003)

Alejandro Martín Iglesias

 

Marruecos es un país cuya imagen externa es la de una monarquía moderna y en proceso de democratización. Sin embargo, las redes yihadistas internacionales cuentan con numerosos marroquíes entre sus miembros. Los movimientos islamistas, integradores o violentos, han tenido su espacio propio durante las últimas décadas del reino alawí, con las consecuentes repercusiones en el yihadismo internacional. Para Ignacio Fuente Cabo, es de suma importancia rastrear los orígenes y desarrollos de las distintas organizaciones islamistas marroquíes a lo largo de la historia reciente del país para un mejor conocimiento de sus futuras vías de acción. Lo explica en su articulo El fenómeno yihadista en Marruecos: desde sus orígenes hasta los atentados de Casablanca de 2003.

Orígenes: La Juventud Islámica y el Movimiento de Justicia y Caridad 

El surgimiento del islamismo en Marruecos puede fecharse a principios de la década de los setenta, coincidiendo con el auge de este tipo de movimientos en el mundo araboislámico tras el agotamiento de las ideologías nacionalistas, socialistas y panarabistas. El islam marroquí, de carácter tradicional y centrado en la figura del monarca, considerado descendiente de Mahoma y Príncipe de los Creyentes, era entonces un muro de contención contra cualquier contestación política y religiosa. Semejante absolutismo llevaba a cualquier disidencia a integrarse en el sistema político oficial o a ser marginada.

En 1972 nació la organización Shabiba al-Islamiya (Juventud islámica), liderada por Abdelkarim Mouti, quien estaba influido por los Hermanos Musulmanes egipcios, y por sus líderes, Hassan al-Banna y Sayyid Qutb. En un principio, el poder marroquí se valió de este islamismo emergente para contrarrestar el izquierdismo, despreciado por los nuevos islamistas por su carácter ateo. La contradicción de la Shabiba era, pues, la de recibir el beneplácito del estado, y al mismo tiempo, fomentar la oposición a ese mismo estado, considerado ilegímito y sumido en la ignorancia del auténtico islam (yahiliyya).

La revolución iraní de 1979 supuso un incentivo de suma importancia para la consolidación del islamismo en Marruecos, pues permitía contemplar más fácilmente la posibilidad de un gobierno islámico como alternativa a la monarquía. Abdessalam Yasine, carismático jeque sufí, había sido unos años antes el autor de una polémica carta dirigida al monarca, Hassan II, titulada “El Islam o el Diluvio”. En ella se atrevía a cuestionar la legimitidad del rey, lo cual le valió la cárcel. Las simpatías que generaba Yassine llevaron a la creación y posterior radicalización de una de las organizaciones islamistas más influyentes hasta el día de hoy. 

La ideología de Yassine se basaba en la preferencia por la democracia liberal y la separación de poderes, así como en la educación y en la persuasión para instaurar pacíficamente un estado islámico. Sin embargo, dice claramente no al secularismo y establece una clara diferencia entre la democracia occidental y la propia del islam, una nacida de la Atenas pagana, la otra nacida en Medina y no aplicada hasta el momento. Como ideólogo islamista, Yassine defiende una cierta occidentalización, pero solamente de manera formal y utilitaria, afirmando en el fondo la supremacía universal del islam.

Corrientes “peligrosas”: El wahabismo de Arabia Saudí y el salafismo takfirí 

El conservador wahabismo saudí fue una tendencia implantada por Hassan II para minar las corrientes islamistas. El poderío económico saudí llegó a Marruecos a mediados de los ochenta, con la financiación de escuelas coránicas y de organismos caritativos, y con la exportación de religiosos radicalizados de la corriente jurídica hanbalí (más literalista que la malikí, imperante en Marruecos). El islam popular marroquí era muy diferente al Saudí en algunos puntos, pero el aporte económico fue bien agradecido para las mezquitas del país. 

La Guerra del Golfo (1990-1991) erosionó el prestigio saudí de cara a los islamistas, al permitir la casa de Saud el asentamiento de potencias occidentales en la península árábiga, consideradas infieles y enemigas de la religión. Por lo tanto, esa misma falta de legitimidad fue aplicable al monarca marroquí. El paso del quietismo, relativamente tolerante con el poder, al yihadismo violento profesado por Bin Laden y al-Zawahiri, se había consumado. Los islamistas fueron reprimidos duramente por el rey, y llevaron sus actividades a los barrios más desfavorecidos. Con el recurso a la caridad, el extremismo se propagó entre la juventud pobre, el caldo de cultivo apropiado para la creación de una red de grupos a medio camino entre la militancia religiosa y la delincuencia. Les caracterizaba la ignorancia y la poca formación de sus jóvenes miembros. 

Ya en plenos años noventa irrumpe con fuerza un nuevo modelo en el panorama político-religioso, liderado por el grupo Takfir wa hijra (Excomunión y exilio), una escisión violenta de los Hermanos Musulmanes, nacida bajo tres principios; la acusación contra el resto de la comunidad musulmana de no ser auténticamente musulmana (es decir, de ser directamente infiel), la emigración con el fin de una mejor organización, tal y como hiciera Mahoma en Medina, y la práctica de la taqiya, o disimulo de la fe, cuando sea necesario pasar desapercibido. Dirigida por Sukri Mustafá, la organización optó por la violencia y estableció una simbiosis con el crimen organizado. 

En Marruecos, la tendencia takfirí suponía una afrenta contra la autoridad del monarca, nutriéndose de la marginalidad. Ocupó espacios propios en las zonas poco controladas por el estado y creó un movimiento popular hostil a las instituciones tradicionales, beneficiándose de la liberalización que tuvo lugar con la llegada de Mohamed VI al poder. Los nuevos predicadores ofrecieron a aquellos jóvenes pobres y olvidados un asidero en el extremismo religioso, dirigiéndose a ellos en un árabe culto que no entendían, pero que les despertaba admiración y una obediencia ciega. Valga como ejemplo el salafista Zakaria Miloudi, quien estuvo implicado en los atentados de Casablanca en 2003 y que llegó a crear a su alrededor un grupo muy sectarizado de fieles. 

Últimos tiempos: El papel de los “afganos” marroquíes 

La guerra de Afganistán contra la invasión soviética a finales de los setenta atrajo a combatientes musulmanes de todo el mundo, espoleados por la idea de hacer la yihad contra el infiel. Los voluntarios de Marruecos no tuvieron un papel predominante, sino que ejercieron tareas humanitarias, sin llegar a participar directamente en la lucha. La mayoría de ellos volvieron a casa cuando el movimiento se disgregó, entre ellos Ahmed Rafiki (Abu Houdaifa), uno de los padres del yihadismo marroquí. La experiencia afgana dejó huella en ellos, que intentaron implantar movimientos similares en el país con el objetivo de derrocar a la monarquía, sin lograrlo. Quienes optaron por quedarse en Afganistán fueron absorbidos por las redes de Bin Laden, quien pretendía formar grupos yihadistas en el norte de África que estuvieran a sus órdenes, tomando como referentes a los talibán y al takfirismo de origen egipcio. Ya a finales de los noventa, una segunda generación de árabes “afganos” viaja a este país, esta vez para engrosar las redes del yihadismo internacional.

A diferencia del yihadismo egipcio o argelino, concluye Fuente Cabo, el marroquí ha carecido de un nivel organizativo y de un efecto mediático semejante. La estratégica de asimilación y represión por parte de la monarquía ha resultado ser de utilidad. Con el advenimiento de Mohamed VI, es posible que las tornas hayan cambiado respecto al enfrentamiento con estos grupos contestatarios.

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