Uzbekistán en el radar de EE.UU: un aliado para estabilizar Afganistán y Asia

Antonio Alonso Marcos, profesor de la Universidad San Pablo CEU/efedocanalisis.com

Shavkat Mirziyoyev, presidente de Uzbekistán desde diciembre de 2016, realizó una visita oficial a EEUU los días 15-17 de mayo, acontecimiento que ha generado muchas expectativas. ¿Cuáles son sus intereses comunes? ¿Qué papel juega EE.UU. en la zona?

Las relaciones entre ambos países pasan por uno de sus mejores momentos. Tras los atentados del 11-S, EE.UU. buscó el apoyo de Uzbekistán para intervenir en Afganistán (país con el que comparte unos 150 km de frontera). Esa es la principal razón por la que el presidente Trump ha vuelto a tender la mano al presidente uzbeko: a nadie le interesa que la situación en Afganistán empeore y acabe por extender su inestabilidad por toda la región de Asia Central.

Puede que sea por la buena sintonía que se muestra entre ambos mandatarios o por la mutua necesidad que tienen el uno del otro. En todo caso, los nubarrones que aparecieron en torno al año 2005 parecen haber sido despejados.

Aquel año, unos sucesos aún no esclarecidos del todo en Andiján, una ciudad del este del país, hicieron que la UE y EE.UU. elevaran las más enérgicas protestas e impusieran sanciones por lo que les pareció una clara violación de los derechos humanos.

Uzbekistán, celoso de su independencia desde que se desmembrara la Unión Soviética, siempre ha tratado de hacer demostraciones nítidas de no estar sometido ni ser dependiente de ninguna otra potencia extranjera. Es más, ha intentado a lo largo de más de 25 años ejercer su papel de líder regional, rivalizando así con Kazajstán.

Por eso, el anterior presidente, Karimov, reaccionó tajantemente rompiendo casi toda relación con EE.UU., lo que implicó que los aliados de EE.UU. tuvieron que abandonar la base aérea de Karsi-Khananabad (la K-2).

Durante el segundo mandato de Bush, Uzbekistán buscó un acercamiento a Rusia y a China, con la administración Obama la situación se fue reconduciendo paulatinamente, ya con Mirziyoyev en el poder las relaciones se han ido normalizando y se puede decir que la sintonía entre ambos es plena, tal como se deduce de las conversaciones mantenidas en persona o telefónicamente en 2017 entre los dos mandatarios.

Con la llegada al puesto de Mirziyoyev han cambiado muchas cosas. Se respira un aire de mayores libertades y de mejora de los derechos humanos y de salud democrática. Se han ido introduciendo medidas económicas liberalizadoras (como la libre convertibilidad de divisas), se ha decretado una amplia amnistía (han podido salir de prisión personas que llevaban más de 20 años en la cárcel), Amnistía Internacional ofrece en sus últimos informes perspectivas favorables en lo que se refiere al final del uso de la tortura, se restablecen líneas de comunicación y transporte con los países vecinos (vuelo directo entre Tashkent y Dushanbe). Medida tras medida, se apuntala la idea de que algo está cambiando (a mejor) en Uzbekistán.

Precisamente, ese es uno de los puntos en los que más se insistió durante la pasada visita de Mirziyoyev a Washington: los avances democráticos y los derechos humanos. Sin embargo, su relación no se basa sólo en ese punto: fruto de la visita se firmaron unos 40 documentos y se comprometió una inversión de unos 8.500 millones US$. Educación, comercio, seguridad y defensa son sólo algunos lugares de interés común para ambos países.

En lo que respecta al relanzamiento de los lazos comerciales y económicos con EE.UU., se busca además evitar una excesiva dependencia comercial uzbeka de Rusia y China, potencias nucleares extranjeras pero que están demasiado cerca. Seña de identidad de la Política Exterior uzbeka en sus años de independencia ha sido buscar un equilibrio en sus relaciones con los demás países, intentando zafarse de la égida rusa y de la creciente influencia china.

Puede que la intención del Partido Comunista Chino con el proyecto Belt and Road Initiative, que ya está empezando a materializarse, sea sólo mejorar las infraestructuras de comunicación y transporte de los países por los que pasarán sus mercancías camino a Europa, pero lo cierto es que parece inevitable que la construcción de esa red de carreteras y ferrocarriles cambie las reglas del juego político y económico en Asia Central (para bien o para mal, eso ya se verá más adelante).

Además, los EE.UU. se enfrentan a numerosos desafíos en Asia Central, tales como la disminución de los recursos militares y económicos americanos en la región, la hostilidad (o al menos suspicacia) rusa y china a la presencia militar americana a largo plazo en Eurasia, el escaso interés de los inversores americanos en aquella región (más allá del sector energético), la rivalidad con otros actores interesados en la zona (la UE, Japón, Corea del Sur, Irán, India, entre otros).

Mirziyoyev y Trump comenzaron su mandato más o menos al mismo tiempo y en el último año y medio ambos han coincidido en señalar los intereses comunes de sus respectivos países, siendo su principal preocupación la seguridad y estabilidad en la zona, especialmente todo lo relacionado con Afganistán y la posibilidad de que el caos afgano se extienda hacia otros países.

Por eso, EE.UU. “bendijo” los trabajos de la conferencia internacional sobre el futuro de Afganistán celebrada en Tashkent en marzo de 2018, donde envió a su subsecretario de Estado, Thomas Shannon.

Pie de foto: Samarkanda

Asia Central es una región aún por explotar, rica en recursos naturales y lugar de paso para el comercio Europa-Asia. A todos interesa que esa antigua Ruta de la Seda permanezca estable y en paz, no sólo para conservar sus inmensos tesoros artísticos y arquitectónicos que atraen a miles de turistas cada año.

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