Opinión

¿Ha llegado el momento de explorar el futuro de Ceuta y Melilla?

photo_camera Ceuta

Las dos ciudades españolas del norte de África, Ceuta y Melilla, han entrado en zona de turbulencias. A corto plazo, suponen un problema serio, tanto para los habitantes de las mismas, como para el Gobierno español; y en menor medida, también para la población marroquí que se nutría de su vida económica y comercial. 

El cierre de la frontera comercial entre la ciudad marroquí de Nador y Melilla en septiembre de 2018, las medidas más estrictas de acceso a ambas ciudades para las poblaciones marroquíes limítrofes, la reciente prohibición de la adquisición de pescado en las lonjas de Marruecos y su traslado a restaurantes, bares y particulares ceutíes y melillenses, y las medidas de reducción del tránsito que afectan a funcionarios marroquíes para visitar ambas ciudades o utilizarlas como vía de acceso viajero a España y Europa, son sólo la parte visible del problema. Otros ya se vislumbran en el horizonte a corto y medio plazo: inmigración, aguas territoriales, propiedades de bienes muebles e inmuebles. Entre España y Marruecos hay un problema, y se llama Ceuta y Melilla. 

Durante decenios, la situación concerniente a las dos ciudades era de un statu quo tácito o escrito que los dos Gobiernos y sus respectivas Administraciones practicaban. No era la mejor solución, ni duradera, ni viable a largo plazo, pero Madrid y Rabat no querían mover ficha. La situación en el terreno era inestable, y jurídica también. España nunca consiguió que la Unión Europea admitiese la españolidad incuestionable de las dos ciudades; tampoco lo asumió la OTAN, el escudo protector de Europa vigilante en todas sus fronteras, ni los diferentes organismos supranacionales integrados por España y dedicados a la defensa y seguridad, o a las actividades policiales de lucha contra el terrorismo y el crimen organizado.

Durante  la época colonial en Marruecos, el asunto de Ceuta y Melilla quedó oculto por la colonización francesa de la mayor parte del reino de Marruecos, y el Protectorado español en las estrechas zonas norte y sur marroquí. Franco llegó a plantear que el día en que España recuperase Gibraltar, habría que abordar la cuestión con los marroquíes.

Más tarde, en los decenios que siguieron a la Independencia marroquí, el rey Hassan II y diferentes Presidentes españoles después de la Transición, airearon sus preocupaciones en cuanto al futuro de las dos ciudades en un espacio compartido de entendimiento hispano-marroquí. El problema fue abordado de manera oficiosa, y fueron muchos los dirigentes políticos y personalidades españolas que no dudaron en expresar opiniones que se consideraban heterodoxas, desde el diplomático Jaime Piniés, al político socialista Máximo Cajal e incluso el presidente Felipe González. 
Con la llegada al trono de Mohamed VI, estos sondeos de posibles escenarios de futuro, se paralizaron. El conflicto suscitado en el islote Perejil o Leila para los marroquíes, dejó en suspenso el resto de la temática de roces territoriales bilaterales. Ceuta y Melilla se atrincheraron en su condición de Ciudades Autónomas, y los políticos pasaron página. 

Sin embargo, el problema sigue ahí. Y quizás ha llegado el momento de que desde las dos orillas del Estrecho se vuelvan a abrir estudios de posibles escenarios compartidos. La problemática actual se ha modificado profundamente, en relación a la que prevalecía hace medio siglo e incluso hace un par de décadas. El tema de Gibraltar con el Brexit, los Tratados comerciales, económicos y aduaneros multilaterales entre Europa y África, entre Europa y el Magreb, la multilateralidad en el Mediterráneo y los desafíos de la globalización del comercio, plantean nuevos retos a las generaciones de ceutíes y melillenses que toman el relevo. La cuestión no reside en “tirar la toalla”, “darse por vencidos” o “volver a las armas para defender el pasado”, sino en buscar soluciones novedosas y espacios compartidos para construir un futuro en el que todos salgan beneficiados.