¿Hacia una reforzada identidad europea?

Atalayar_Unión Europea

La victoria del candidato demócrata en las pasadas elecciones norteamericanas del tres de noviembre, tras un controvertido proceso electoral y una no menos convulsa investidura, parece haber acabado con el mandato del presidente Trump, lo que, sin duda, marcará una nueva orientación en las relaciones de los EE. UU. con sus aliados.
Desde su fulgurante desembarco en la Casa Blanca, el presidente Biden ha establecido un nuevo rumbo para la política exterior norteamericana; el ya famoso America is back de Biden, frente al reiterado America first de su antecesor, podría significar una nueva era en las relaciones con un aliado tan necesario como necesitado del soporte vital que siempre le ha proporcionado el hermano mayor norteamericano a lo largo de la historia, como es Europa.

¿Pero hasta qué punto esta nueva situación puede ser beneficiosa para la UE o por el contrario significará una nueva vuelta a la dependencia de los EE. UU.? ¿Es el momento de que Europa empiece a pensar en iniciar su camino de manera independiente como verdadera potencia que compita con los nuevos centros de poder? ¿Es necesario, en fin, buscar la tan ansiada autonomía estratégica europea?

A lo largo de este artículo trataremos de analizar estas y otras cuestiones y de presentar algunas conclusiones sobre las mismas.

El papel europeo en el contexto global

La UE está sufriendo quizás uno de los momentos más delicados desde su fundación. La aparición de movimientos centrífugos de euroescépticos, el brexit, la crisis sanitaria y económica como consecuencia de la pandemia motivada por la COVID-19 o las diferencias de criterio en múltiples aspectos entre los estados miembros, son factores de tensión interna que amenazan seriamente su cohesión.

Europa no es además ajena a la crisis global que afecta al mundo. A las ya mencionadas sanitaria y económica, se une una verdadera crisis social, financiera y política evolucionando peligrosamente hacia un auténtico déficit de valores, lo que está provocando, a la postre, una profunda crisis de identidad.

En el seno de la UE se ha ido formando una peligrosa y creciente corriente de escepticismo que no es el mejor camino, no ya para el fomento de la cohesión entre Estados miembros, sino para el inicio de un itinerario quizá de no retorno, justo en la dirección contraria al concepto de una Europa más unida.

A todo ello, se une un importante descrédito institucional de las democracias representativas, que afecta fundamentalmente a la confianza que a lo largo de los años se ha venido depositando por parte de los europeos en sus instituciones, en las que parecen ahora no verse plenamente representados.

Los acontecimientos recientes podrían haber dado alas a estos grupos de euroescépticos que parecen cargados de razones ante la falta de eficacia de las instituciones comunitarias para gestionar una crisis de la envergadura de la que estamos viviendo.

Autonomía en un mundo global ¿para qué?

América parece querer volver con más fuerza que nunca al papel de líder mundial, y lo ha hecho precisamente debutando en el gran escaparate de las relaciones internacionales a través de su participación en un foro de seguridad internacional que algunos analistas han tildado como el «Davos» de la política de seguridad y defensa.

La conferencia de seguridad de Múnich, celebrada recientemente, ha escenificado la nueva postura de los EE. UU. «América ha vuelto» ha sido el mensaje principal que ha lanzado su nuevo presidente en una aparición rutilante, en la que ha insistido reiteradamente sobre la renovación de la implicación rotunda de la nación hasta ahora más poderosa del planeta, con el compromiso global firme que parecía haberse abandonado durante la época de su antecesor, el presidente Trump.

En una clara alusión a las iniciativas de su antecesor, se ha comprometido a no mirar atrás, en un intento de suavizar las tensas relaciones que Donald Trump mantuvo con sus socios europeos, todo ello en un clima de distensión y franca camaradería en el que ha primado un claro mensaje de «manos tendidas» tratando de remediar lo que parecían brechas insalvables entre los dos bloques.

Para ello, no ha dudado en afirmar que la alianza entre Europa y EE. UU. es y debe continuar siendo la piedra angular de todo lo que deseamos conseguir en el siglo XXI, igual que lo fue en el siglo XX. Su idea fuerza principal en este sentido ha sido la necesidad del regreso a las relaciones multilaterales, frente al aislacionismo propugnado por su antecesor.

¿Pero hasta donde puede considerarse esta propuesta como una ruptura con el planteamiento anterior? ¿Es realmente esta relación tan necesaria para los EE. UU.?
¿Cuál será el papel de una Europa sumida en múltiples interrogantes y controversias como aliado preferente de América?

Sin duda, el cambio de rumbo de la administración Obama en su política exterior, haciendo pivotar su centro de gravedad hacia Oriente, mostró una clara tendencia a ir soltando lastre de su vínculo europeo, circunstancia que se vio profundamente agravada por la política de Trump, marcada por el America first y su contumaz aislacionismo, cuando no la política de continuos reproches a sus aliados en relación con su aportación financiera a la OTAN o su política económica agresiva de aranceles hacia productos europeos, que no han hecho más que debilitar la relación en todos los campos.

¿Por qué este cambio de rumbo radical en la política norteamericana? Tal y como apunta Sánchez Herráez, «este vacío geopolítico generado por EE. UU. tras su retirada, tiende a ser llenado por otras potencias emergentes: la renacida Rusia de Putin, una China en ascenso imparable o un Irán que aspira claramente al liderazgo del complicado tablero musulmán. Estados Unidos, hasta ahora, ha liderado un claro proceso de repliegue sobre sí mismo y la UE, quizá debido a múltiples factores ya apuntados de carácter interno, no parece por sí sola que vaya a poder constituirse en el referente mundial de organización supranacional que el necesario liderazgo mundial necesita»1.

Por todo ello y si EE. UU. quiere volver a ser preponderante en el mundo, necesita claramente a Europa tras haber constatado que no es suficiente con su único poder para hacer frente a las potencias que le hacen sombra y a los riesgos y amenazas que se ciernen sobre ellos en el contexto internacional.

China

Para EE. UU., el enemigo a batir es claramente China. En su intervención en la conferencia de seguridad, el presidente Biden, llamó a filas a sus aliados europeos alertándoles sobre el peligro de su oponente poniendo de manifiesto que debemos prepararnos para una competición estratégica a largo plazo frente a China, para lo que habrá que enfrentarse a los abusos económicos y a las acciones coercitivas del Gobierno chino, que ponen en peligro los cimientos del sistema económico internacional.

Tras unas décadas de política de autocontención y no agresividad, evitando confrontaciones o conflictos que pudieran ser interpretados como un intento de regreso a un nuevo imperialismo chino, la llegada al poder de los nuevos dirigentes, encabezados por Xi Jinping ha provocado un giro radical a la política exterior y económica del país, como manifestación de su palpable intención de volver a ser algo más que una mera potencia asiática para convertirse en una superpotencia mundial.

Ese cambio de orientación se ve avalado por su política de defensa, en la que se observa una palpable mutación de su papel eminentemente terrestre a un incremento del poder naval, el control de las rutas marítimas y del ciberespacio, para proyectar sus capacidades no solo hacia el océano Índico, sino también hacia el pacífico, tradicionalmente de dominio norteamericano.

Finalmente, no debemos obviar su política económica, en la que a pesar de las reticencias que levanta su sistema bancario, debe tenerse en cuenta que es el país principal acreedor de los EE. UU. y ello le confiere una ventajosa posición de fortaleza frente al resto de la comunidad internacional.

Rusia

El presidente norteamericano ha hecho también especial mención a las relaciones con Rusia en términos que no se apartan mucho de los que empleaba su antecesor, al expresar que el Kremlin ataca nuestras democracias y trata de debilitar nuestros sistemas de gobierno, en una clara alusión a las campañas dirigidas a distorsionar la opinión pública mediante acciones de desinformación o ciberataques que claramente llevan la huella rusa, a pesar que estos lo han negado sistemáticamente, tanto en los EE. UU. como en Europa.

Además, y en un claro intento de lanzar un embate por debajo de su línea de flotación, ha acusado de forma abierta a Moscú de intentar corromper los sistemas occidentales.

Tras la caída del muro de Berlín, y el desmembramiento de la URSS, la nueva Rusia heredera de su pasado ha intentado desde la llegada al poder de Putin hace ya casi 20 años, reconstruir sus cimientos y volver a colocarse a la cabeza de las potencias mundiales que le permita competir de nuevo con su tradicional oponente. Para el gigante euroasiático, es esencial mantener su perímetro de seguridad muy deteriorado con el cambio de bando de los países del Pacto de Varsovia y su acercamiento a la OTAN y la UE. De ahí que su actual presidente haya manifestado que «la caída del Muro de Berlín, el desmoronamiento de la Unión Soviética y el cambio de bando de los antiguos países europeos sometidos, hoy miembros de la Unión Europea y de las OTAN, es la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX».

Los recientes conflictos de Georgia, Chechenia, Ucrania o Crimea, así como la agresión cibernética a Estonia en 2007, no son más que un intento manifiesto de mantener el Cáucaso bajo su control, para lo que no ha dudado en poner en marcha estrategias híbridas que, sin llevarle a traspasar el peligroso umbral del conflicto armado declarado, le han hecho alcanzar los ambiciosos objetivos que se había marcado en esta zona de interés vital para Europa.

Además, no deben perderse de vista las complejas relaciones de Rusia con Irán y Turquía, en Oriente Medio, así como su lucha contra el yihadismo en el que tiene marcado interés, al albergar regiones pobladas mayoritariamente por musulmanes en sus vastos territorios.

Por lo tanto, pese a que Rusia no pueda ser considerada en puridad actualmente como una potencia global, si lo es a nivel regional y precisamente en el área de influencia europea, en nuestra región.

Irán

Sin duda, uno de los aspectos más controvertidos de la política internacional actual son las relaciones que la comunidad occidental mantiene con Irán.
Lo que parecía uno de los logros más exitosos en materia de prevención con la firma del acuerdo nuclear (JCPOA, por sus siglas en inglés), tras arduas negociaciones, entre Irán, EE. UU., China, Rusia, Reino Unido, Francia y Alemania, en Viena, Austria, el 14 de julio de 2015, se ha convertido en uno de los puntos de fricción más importantes en el amplio capítulo de desencuentros mundiales.

El pacto contemplaba levantar las sanciones económicas a Irán a cambio de que limitara su polémico programa de energía atómica que las potencias internacionales temían podría usar con la finalidad de crear armas nucleares. La retirada unilateral del acuerdo por parte de la Administración Trump, alegando el posible empleo de la tecnología para su uso en el desarrollo de misiles balísticos nucleares, ha sido muy controvertida.

A pesar de que en la actualidad por parte norteamericana se ha observado una buena predisposición inicial de la Administración Biden a evitar un colapso del JCPOA, la situación parece haberse estancado en un peligroso punto muerto del que ni Washington ni Teherán parecen estar dispuestos a salir por sí solos.

Frente a esta situación de estancamiento, Europa está llamada a adquirir un papel protagonista como mediadora para tratar de desbloquear esta situación. Su posición debe pasar por tratar de volver a reactivar el JCPOA y de retomar una posición de confianza entre ambos rivales, manteniendo líneas de contacto independientes que permitan acercar posturas y finalmente, poder sentar de nuevo a la mesa a ambas partes, para lo cual el tiempo es esencial. La campaña para elegir a un nuevo presidente en Irán comenzará a mitad de abril, finalizando el 18 de junio, lo que en agosto podría producir un cambio sustancial en la política exterior del país asiático, y no sería el mejor momento para tratar de volver las aguas a su cauce en una materia tan delicada como el equilibrio nuclear en la zona.

Cambio climático

La conferencia de Múnich ha servido también para escenificar otra de las grandes apuestas de la Administración Biden: el retorno de los EE. UU. al acuerdo sobre el cambio climático de París, del que también Trump se retiró de manera unilateral en noviembre de 2017, tras ganar las elecciones electorales a la presidencia del país.
Las promesas del presidente Biden sobre este aspecto, parecen contar con el refrendo de su política, por lo tanto, suponen un compromiso con sus aliados más allá de lo que podría ser una mera declaración de intenciones.

De materializarse, este nuevo posicionamiento de la Administración Biden será una buena noticia para la UE que desde que la nueva Comisión Europea tomó posesión en 2019, ha apostado claramente por una Europa más verde y sostenible.

El efecto brexit

La salida del Reino Unido de la UE ha puesto fin a una relación de más de cuarenta años. Aunque desde el principio de su fundación, los británicos se han considerado a sí mismos como un «socio distante», no es menos cierto que su salida, tras unas tortuosas negociaciones, va a significar a buen seguro un antes y un después en la estructura y cohesión de la organización europea.

Muchos analistas se plantean el papel del Reino Unido como nexo entre Europa y los EE. UU. en materia de seguridad. Por un lado, los hay que defienden la vigencia de aquel como garante del tan denostado vínculo transatlántico en materia de seguridad y defensa, papel que el propio Johnson ha resaltado durante la cumbre de Múnich al presumir de su inversión en defensa cómodamente por encima del 2 % de su PIB, cifra exigida por la Administración Trump a todos los miembros de la OTAN.

Pero otros, y no son pocos, establecen que la salida del Reino Unido de la UE ha abierto canales que con su presencia habrían sido más difíciles dada la tradicional postura británica de «oponerse a casi todo», pero también ha puesto de manifiesto el peligroso camino hacia la pérdida del equilibrio de poderes, reforzando el peso específico del eje francoalemán.

Lo que sí es cierto es que en este contexto geopolítico multipolar e inestable, una UE sin el Reino Unido representa una Europa más débil, siendo también aplicable esta premisa a la inversa.

Ante este panorama geopolítico en el que únicamente se han destacado los aspectos más relevantes, ¿se abre una buena ventana de oportunidad para que Europa pueda aspirar a cierto liderazgo mundial? ¿Es el momento adecuado para pugnar por alcanzar su tan ansiada autonomía?

¿Qué tipo de autonomía?

Según Josep Borrel, alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, «el concepto de seguridad estratégica acuñado para la UE en el ámbito de la industria de defensa y que durante un largo periodo se redujo a cuestiones de seguridad y defensa, debe hacerse extensivo a nuevos ámbitos de naturaleza económica y tecnológica»2.

Sin embargo, esta afirmación, que parece obvia, ha provocado y provoca una amplia disensión entre los partidarios de lograr esa plena autonomía como una manera de recuperar el espacio político frente a Estados Unidos, consecuencia reciente de los desencuentros tras el mandato del presidente Trump, y los que propugnan lo contrario precisamente para no provocar un mayor distanciamiento del gran aliado norteamericano.

Quizá la definición más acertada de autonomía estratégica o lo más próximo a ella, podría extraerse de las conclusiones del Consejo Europeo de noviembre de 2016, estableciéndose como: «la capacidad para actuar de manera autónoma cuando y donde sea necesario, y con los socios, siempre que sea posible».

Como puede observarse, una definición suficientemente ambigua para dar pie a todo tipo de interpretaciones. Es evidente que, si Europa quiere aspirar a ser una potencia global que pueda competir con los EE. UU., China y Rusia, debe disponer de una capacidad adecuada, de una autonomía, pero dando esta premisa por sentada, no es menos cierto que esa necesidad no es percibida de la misma manera por todos los estados miembros.

También, según Borrell, esa necesidad de autonomía se hace cada vez más necesaria en un mundo global y en constante evolución, en el que el peso de Europa ha ido en constante disminución, con un desplazamiento evidente del centro de gravedad mundial hacia Asia, añadido al riesgo motivado por el incremento de tensiones y conflictos en el flanco sur europeo.

Pero, sin duda, esa autonomía estratégica anhelada en el seno de la UE debe materializarse en multitud de ámbitos, algunos de los cuales, pasamos a analizar.

Económico

Desde el primer momento, tras su composición en 2019, la UE abogó por una Europa más sostenible, verde y digital, con una apuesta decidida mediante una inversión de 1,8 billones de euros para los próximos siete años.

Otro de los indicadores que nos llevan a identificar un claro intento de alcanzar esa ansiada autonomía, se patentiza en el reciente acuerdo sobre inversiones alcanzado con China, como una forma de reducir la dependencia económica europea en relación con EE. UU.

La pérdida de pujanza económica europea en lo que va de siglo ha sido palpable en multitud de ámbitos. El declive constante de la participación europea en las cadenas económicas internacionales ha pasado de ser de un 27 %, en el año 2000, a no alcanzar el 15 %, en la actualidad, íntimamente ligado a un incremento de presencia china.

Sin duda, una referencia de peso para analizar algunos indicios de esta incipiente autonomía económica es el acuerdo suscrito a finales de 2020 entre la UE y China CAE (Comprehensive Agreement on Investments), que pretende liberalizar las inversiones entre ambos bloques. Si bien debe reconocerse que puede ser considerado como un avance que, a buen seguro reequilibrará las relaciones UE-China, no es menos cierto que puede ser también interpretado desde el punto de vista norteamericano como un gesto de alejamiento de la consolidada relación con sus socios europeos, basada en la tradicional pujanza estadounidense. Desde el punto de vista chino, el acuerdo se percibe como un importante éxito político, en su afán de separar a Europa de EE. UU., lo cual sería un logro considerable.

A este acuerdo hay que añadir los que la UE ha cerrado últimamente en materia de libre comercio con Japón, Canadá, Singapur o México, a los que a buen seguro habrá que añadir otros con MERCOSUR, Australia y otros países asiáticos, dirigidos a reequilibrar la posición europea en los diferentes mercados internacionales, de manera que se estabilicen los intereses de las empresas y ciudadanos europeos, mediante acuerdos que favorezcan la posición económica de la Unión.

En relación con los EE. UU., la actitud europea debe pasar, sin duda, por tratar de reactivar el tratado de libre comercio (TTIP, por sus siglas en inglés), que debería estabilizar y reforzar la economía transatlántica.

Tecnológico

La nueva comisión europea ha establecido una hoja de ruta claramente comprometida con la ciencia y la innovación en materia tecnológica.

De los diversos programas que se van a poner en marcha en el espectro 2021-2027 destaca el denominado Horizonte Europa que, con una inversión de casi 90 000 millones de euros, financiará tres grandes pilares: la ciencia excelente, la ciencia e innovación aplicada a los grandes retos de nuestra sociedad, y finalmente la innovación en nuevas sistemas y ecosistemas, todo ello basado en los esfuerzos encaminados a crear un espacio europeo de ciencia e innovación y a fomentar la difusión del conocimiento a todos los países de la Unión.

Otra vía para financiar la ciencia y la innovación digna de mención se desarrollará a través de los programas estratégicos nacionales y regionales que en el periodo 2014- 2020, movilizarán un total de 65 000 millones de euros para desarrollar estrategias de especialización inteligente con el claro objetivo de singularizar regiones en áreas de innovación industrial en las que se puedan alcanzar ventajas competitivas.

Político

Cualquier proyecto político de futuro que se pretenda establecer en la UE debe pasar indefectiblemente por la integración. El camino debe conducirnos sin duda hacia el difícil logro de un modelo federal, que logre alcanzar los objetivos que se establezcan, no sólo en el ámbito económico, sino también en el social, el político y el de cooperación en materia de seguridad, de justicia y policial, en una palabra, un proyecto político que consolide los tres pilares sobre los que se sustentó la creación de la UE.

Sanitario

A partir de la Segunda Guerra Mundial, en términos generales, las condiciones sanitarias globales fueron mejorando; las organizaciones internacionales surgidas en el ámbito sanitario experimentaron un auge considerable que, sin embargo, decreció paulatinamente con la globalización y la crisis del 2007-2008, derivando hacia una pérdida progresiva de confianza de la ciudadanía en los organismos supranacionales y en su consiguiente capacidad de gestión.

Este deterioro ha llegado al culmen con la crisis del coronavirus. Durante la denominada «primera ola» el desconcierto fue tal que la ansiedad de los países por hacerse con productos que ayudaran a combatirla (mascarillas, geles, respiradores, medicamentos o guantes) provocó un verdadero «mercado persa» como consecuencia del aumento de la demanda habitual, mientras los contagios crecían de manera exponencial y el número de fallecidos se disparaba, ante la inoperancia y la falta de coordinación de las organizaciones internacionales y, entre ellas, la UE.

Sin embargo, una vez aparecidas las primeras vacunas, Europa parece haber aprendido la lección y su postura conjunta en el proceso de adquisición y reparto de estas ha permitido, entre otras circunstancias, poder hacer frente a los constantes incumplimientos de las multinacionales farmacéuticas a la hora de su fabricación y puesta a disposición de los usuarios.

Sin duda el camino futuro pasa, por un lado, por reducir la dependencia exterior en la fabricación de productos esenciales para combatir este tipo de pandemias, fomentando la fabricación interna de las mismas, y por otro por establecer una política sanitaria común que permita hacerles frente con la necesaria coordinación y cohesión.

En seguridad y defensa

Desde la implosión de la URSS con el consiguiente debilitamiento del bloque prosoviético, la relación UE-EE. UU. se ha ido deteriorado progresivamente hasta el punto de que más que tradicionales aliados, ambas partes han llegado a verse como un enemigo más a batir en este complejo mundo global.

Durante este periodo, se ha llegado a forjar incluso una identidad de seguridad y defensa europeas al margen de la OTAN, materializada en la denominada Política Exterior y de Seguridad Común (PESC).

A pesar de que las relaciones OTAN-UE han sido históricamente de concordia, con un marcado perfil de pertenencia a ambas organizaciones de la mayoría de los países de la Unión, y aunque en este momento ningún país europeo parece cuestionar la estabilidad de la OTAN como instrumento de defensa colectiva, cada vez son más las voces que se alzan en el seno de la UE apoyando una identidad colectiva de defensa con suficiente entidad.

En ese sentido, en la agenda 2019-2024 de la UE aparecen como objetivos prioritarios el establecimiento de una cooperación más fluida con la OTAN y un estrecho diálogo con la nueva Administración Biden, pero sin renunciar a una plena autonomía que le permita disponer de capacidades militares creíbles, aumentando su capacidad operativa y reforzando además su potencial en ciberdefensa.

Aunque la vieja aspiración de disponer de un ejército europeo parece lejana, lo que sí parece cierto es que la UE parece decidida a alcanzar capacidades propias que le permitan hacerse patente en el ámbito internacional de defensa, y que debe pasar, sin duda, por la asunción de mayores responsabilidades en materia de seguridad.
La nueva disposición de la administración americana para restablecer el vínculo transatlántico con sus aliados parece marcar una era completamente distinta a la establecida por el presidente Trump, pero ¿será esto una situación coyuntural o volverán las aguas a su cauce estructural cuando la corriente «aperturista» norteamericana pierda pujanza?

La respuesta no es fácil. No cabe duda de que Europa sigue siendo dependiente en materia de seguridad y defensa de su principal proveedor, EE. UU., y que las demandas de estos están encabezadas por una mayor implicación europea en materia de gastos de defensa, requerimiento que ha sido contestado por los europeos con iniciativas de inversión en el marco de la PESCO, que apuntan a un intento de alcanzar una cierta independencia estratégica. Pero ese margen de autonomía no parece que deba producirse en el marco de un alejamiento entre la OTAN y los EE. UU., aunque en el seno de la propia UE se empiecen a atisbar dos posturas bien diferenciadas entre los países puramente «europeístas» y los «atlantistas», circunstancia que viene a poner una vez más de manifiesto, el difícil equilibrio en el seno de la Unión entre las fuerzas centrífugas y centrípetas.

A modo de reflexión final

La llegada a la Casa Blanca de Joe Biden parece haber marcado una nueva era para las relaciones con la UE. El nuevo presidente norteamericano está claramente determinado a reafirmar una muy deteriorada confianza de sus socios occidentales, tras múltiples desplantes y hostilidad de su antecesor. Para ello no ha dudado en mostrar una clara política de acercamiento con vistas a reflotar el vínculo transatlántico y a volver a apostar por el multilateralismo en las relaciones internacionales.

Pero ¿será solamente una declaración de intenciones o sus pretensiones serán verdaderamente fundadas? ¿Estará Europa en disposición y situación de recomponer sus relaciones con EE. UU.? Sin duda, que Europa debe discernir claramente si esta es una situación coyuntural o estructural, ya que muchos de los pasos atrás que se han dado durante la Administración Trump serán, sin lugar a duda, muy difíciles de recuperar. En Europa, las voces discordantes con respecto a la dependencia de EE. UU. son cada vez más sonoras, lo que viene a inflamar aún más la hoguera en la que se mueven los escépticos de la relación transatlántica en los términos actuales. Por contra, crecen las proclamas de los que demandan una verdadera y patente autonomía estratégica de la Unión.

El evidente «repliegue anglosajón», emprendido desde la presidencia de Obama y acrecentado con el brexit, es otro indicio que puede alimentar el afán de autonomía europeo, como una manera de ocupar ese vacío estratégico producido en el ámbito global.

Para ello, será fundamental la búsqueda de alianzas, en un contexto en el que tal y como apunta Lamo de Espinosa «Tenemos una UE más débil internamente, pero también más amenazada externamente, que está siendo incapaz de estabilizar ninguna de las dos fronteras que la han blindado históricamente. La del este, amenazada por Rusia, y la frontera sur»3. Por ello, el esfuerzo deberá efectuarse en una doble vertiente: por un lado, logrando la necesaria cohesión interna que le reporte la adecuada fortaleza y por otro, alcanzar los necesarios apoyos externos que le permitan consolidar una posición acorde a su prestigio y su peso específico a lo largo de la historia.

¿Qué puede hacer Europa para normalizar las relaciones con China, Rusia e Irán?

Es quizá en este contexto en el que Europa está llamada a jugar un papel preponderante. En el caso de las relaciones con China y Rusia, la Unión puede asumir el papel de puente que permita el acercamiento entre los EE. UU. y ambas potencias en uno de los momentos más tensos en sus relaciones desde la guerra fría.

En el caso de Irán, Europa, a través de sus países miembros firmantes del acuerdo nuclear (JCPOA, por sus siglas en inglés), Francia y Alemania, debe también servir de mediadora para hacer volver las aguas a su cauce cuanto antes.

¿Es necesario que Europa alcance cierto grado de autonomía con respecto a sus aliados norteamericanos o por el contrario debe hacerlo bajo el paraguas de la OTAN/EE. UU.?

Sin duda que, de nuevo, nos encontramos ante una pregunta de difícil respuesta. Europa deberá debatirse en un difícil equilibrio que le permita, tanto mantener y mejorar sus vínculos transatlánticos, no sólo en materia de seguridad y defensa, sino también en campos como el económico, político, tecnológico o sanitario, como alcanzar un adecuado grado de autonomía para afrontar los riesgos y amenazas que le son específicos.

Europa en este mundo globalizado e impredecible debe aspirar a un liderazgo firme, que le permita ser alternativa a las grandes potencias mundiales, para lo cual necesita indefectiblemente mejorar en aspectos tales como la gobernanza económica, la unión fiscal, la armonización laboral y empresarial, las crisis migratorias, el cambio climático, la lucha contra las amenazas yihadistas, los retos demográficos, la política energética, las desigualdades sociales entre los grupos humanos de los diferentes países, la intención clara de un regreso del multilateralismo, una sólida política energética común y una apuesta decidida por un salto de calidad en la política exterior y de seguridad común.

En resumen, una Europa más fuerte y unida como base inequívoca de sus aspiraciones de liderazgo internacional. Una Europa que pueda y sepa lidiar con un mundo en el que ya ha dejado de ser un factor fundamental para pasar a ser una pieza más en el complicado tablero mundial que se configuró tras la segunda guerra mundial y su consecuencia inmediata, la Guerra Fría.

En fin, un futuro apasionante, plagado de retos y desafíos. El tiempo nos sacará de dudas.

Antonio Ruiz Benítez/General de División Master en Estudios Estratégicos y Seguridad por la Universidad de Granada.

Referencias:
  1. SÁNCHEZ HERRÁEZ, Pedro. Era COVID: ¿Un nuevo paradigma de seguridad? IEEE.
  2. BORRELL, Josep. “Por qué es importante la autonomía estratégica europea”, Real Instituto Elcano. 23 dic 2020.
  3. LAMO DE ESPINOSA, Emilio. “El cambiante contexto exterior de la UE”, Real Instituto Elcano. Mayo de 2019.

Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato