¿Por qué una reunión de Trump con los líderes talibanes?

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dijo el sábado 7 de agosto que había suspendido una cumbre secreta con los talibanes y el líder de Afganistán, cerrando abruptamente la puerta a un año de diplomacia para poner fin a la guerra más larga de Estados Unidos.

Este inicio de septiembre nos ha traído la confirmación de unas semiocultas negociaciones de paz entre los insurgentes talibanes y la Administración norteamericana. En el momento en que todo ha saltado por los aires, había un borrador de acuerdo listo y redactado con las condiciones que cada parte de las tres en diálogo (EEUU, talibanes y Gobierno afgano) debían garantizar. Lo más sorprendente de todo es que el presidente Donald Trump accedió a participar en un encuentro con una representación de los talibanes, probablemente con el mulá Abdul Ghani Baradar, heredero del mulá Omar, presente al otro lado de la mesa.

La tercera pata sería el presidente afgano Ashraf Ghani, a quien interesa cerrar cuento antes un acuerdo de alto el fuego para presentarse con garantías de victoria a unas elecciones a finales de septiembre. Los talibanes, por su parte, quieren poner punto y final a esta locura que dura tanto tiempo, desde la invasión posterior a los atentados del 11 de septiembre e incluso mucho antes con la primera guerra en la que lucharon contra la República Democrática apoyada por los soviéticos. Pero quieren hacerlo desde una posición de fuerza, sabedores de que aun es posible que sin un acuerdo de paz pudieran imponerse militarmente a la potencia norteamericana. 

En estados Unidos la lectura es bien distinta. La retirada del país donde los americanos llegaron en el otoño del 2001 se ha retrasado y sería entendida como una rendición por muchos ciudadanos, votantes o no de Trump. Las críticas al presidente no han cesado por esta insólita decisión de recibir a los líderes guerrilleros afganos en la misma semana en que se cumplen dieciocho años del 11-S.

Por si fuera poco el escándalo, al mismo se añadía el lugar elegido por Trump para recibir a sus invitados: la residencia presidencial de descanso de Camp David, en Maryland, un lugar donde han ocurrido demasiadas cosas históricas como para enturbiarlas con una foto compartida con terroristas.  “Ningún talibán debe poner un pie ahí jamás”, han dicho congresistas demócratas e incluso algunos republicanos como Liz, la hija del tan vilipendiado vicepresidente Dick Cheney. El propio secretario de Estado Mike Pompeo ha cuestionado en público la oportunidad de utilizar Camp David para invitar a los talibanes a negociar allí. 

Como casi siempre, el inquilino de la Casa Blanca ha utilizado Twitter y las altas horas de la madrugada para dar a conocer algo secreto: “Sin que prácticamente nadie lo supiera, los principales líderes talibán y, por separado, el presidente de Afganistán iba a reunirse conmigo en secreto este domingo en Camp David. Llegaban esta noche a Estados Unidos”. Y el motivo detonante de esta decisión con tantas connotaciones ha sido un atentado en Kabul que ha costado la vida entre otras diez personas a un soldado estadounidense. 

La pregunta que surge de todo este increíble episodio es clara: ¿debe un mandatario democrático como él entrar en la misma sala en la que se sientan los dirigentes máximos de una facción violenta, que ha causado tantas muertes durante décadas y que aún mantienen posiciones de fuerza contra el país que auspicia las conversaciones de paz? ¿Debería Aznar haberse sentado en la reunión con ETA en Zúrich? La respuesta obvia es no, porque lo que esa persona representa queda manchado con un encuentro semejante.

Los paralelismos son adecuados porque los actuales líderes talibán no han renegado de los atentados cometidos en estos años, aunque estos siguen alentando y ordenando acciones violentas para sembrar el caos a diferencia del terrorismo en España que ha remitido definitivamente. 

La pregunta secundaria es por qué Trump quiere este acuerdo, si todas las interpretaciones que se hacen de su presidencia van en sentido contrario a la negociación y el entendimiento. Y la respuesta está en la necesidad del presidente de llevarse a la boca algún éxito en el plano internacional a catorce meses de las presidenciales de 2020. Ni George Bush ni el mismísimo Barack Obama llegaron tan lejos, aunque éste último autorizó contactos ultrasecretos con los talibanes para explorar la posibilidad de ser el líder que pacificara Afganistán de una vez por todas y así darle brillo a su Nobel de la Paz preventivo.

Todos quieren quedar para la historia como el impulsor de la retirada de las tropas norteamericanas y de la ISAF y haber logrado un país pacificado de una vez por todas. 

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