Opinión

¿Puede ser Mario Draghi el nuevo presidente de la República?

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A solo tres meses de elegir al nuevo presidente de la República para el septenio 2022-29, lo que podríamos denominar como la “guerra por el Quirinal” ya ha comenzado. No hacen más que sonar nombres y nombres, aunque en realidad las elecciones presidenciales ponen de manifiesto que son muchos menos de los que se cree los que tienen posibilidades reales de convertirse en el nuevo jefe del Estado italiano. 

Hace menos de un año, antes de que Mario Draghi recibiera del presidente Mattarella el “incarico” de formar Gobierno (3 de febrero), el que fuera gobernador del Banco de Italia (2006-11) e igualmente gobernador del Banco Central Europeo (2011-18) era un candidato casi seguro para suceder al veterano jurista y político siciliano. Pero todo se precipitó cuando a Draghi le quedaba menos de un año para esa posible elección: Matteo Renzi hizo caer la coalición de centroizquierda que sostenía el Ejecutivo, Mattarella tomó la decisión de buscar un Gobierno “de perfil alto”; y la consecuencia final fue una llamada precisamente a Draghi, que aceptó el encargo presidencial y diez después ya había formado el tercer y previsiblemente último Gobierno de la XVIII Legislatura. 

Ahora llega el momento de buscarle un sucesor a un Mattarella que, a sus ochenta años recién cumplidos, nada quiere saber de un segundo mandato consecutivo, y que anhela retirarse cuanto antes a su Palermo natal. Pero, en el caso de Draghi, las circunstancias han cambiado, y muy mucho: su Gobierno está logrando en tiempo “récord” una auténtica remontada, puede llegar este año a un crecimiento de más del 7% del PIB (frente al 8.9% perdido en 2020) y acaba de presidir, por todo lo alto, el G-20, convirtiendo a Roma por unos días en la capital económica mundial. 

Draghi cumple con el perfil necesario para ser el nuevo presidente de la República: europeísta convencido (fue él quien salvó la moneda única), como también lo eran Ciampi, Napolitano y Mattarella; primer ministro, como lo fueron Segni, Leone, Cossiga y Ciampi; exgobernador del Banco de Italia, lo que por cierto también fue Ciampi; hombre de probada honestidad y prestigio internacional; y con un elevado nivel de aprobación tanto entre la clase política como entre la población transalpina. Hasta por cumplir, cumple con el requisito de la edad: acaba de cumplir 74 años, solo uno más de los que tenía Mattarella cuando fue elegido presidente en enero de 2015 y dentro de la franja de edad (entre los 60 y los 75 años de edad) en que tradicionalmente se han movido los inquilinos del Palacio de El Quirinal, sede de la presidencia de la República, en el momento de recibir la elección presidencial. 

A partir de ahí, una vez cumplidos los requisitos formales, vienen las razones para el “no” de su elección presidencial, que, a mi parecer, pesan bastante más que todo lo anteriormente dicho. La primera y más importante razón es que sacar a Draghi de la Presidencia del Consejo de Ministros para llevarle a la Jefatura del Estado llevaría a una convocatoria casi inmediata de elecciones, ya que nunca se ha dado la circunstancia de dos Gobiernos no políticos seguidos y no hay figura de su envergadura para ponerse al frente de un nuevo Ejecutivo (ni siquiera Daniele Franco, actual ministro de Economía y Finanzas). Y no hace falta recordar que el segundo partido con mayor número de parlamentarios (la Lega de Salvini) lleva años clamando elecciones anticipadas, algo a lo que se unen los Hermanos de Italia de Meloni. Lo que dificultaría, y de qué manera, formar una nueva “maggioranza” de Gobierno.

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Y ahí viene el principal escollo: la particularidad de esta legislatura. Y es que, tras el “referéndum” que se celebró en septiembre de 2020 sobre el “taglio” o reducción del número de parlamentarios, que supuso que la Cámara Baja, a partir de las siguientes elecciones generales, pasara de 630 a 400 miembros, y la Alta de 315 de 200, parece evidente que prácticamente la mitad de los actuales parlamentarios no podrán revalidar escaño. Un tercio es seguro que no repita porque el hecho es, como acabamos de recordar, que las dos Cámaras se reducirán en un tercio de sus miembros, y a ello hay que añadir a aquellos que verán cómo su partido pierde representación (el caso más claro es el Movimiento Cinco Estrellas, al que le espera su última y enésima debacle), más los que les toca jubilarse; los que están en segundos o terceros niveles de cada partido; y los que están enfrentados con los líderes de sus respectivas formaciones, y que, en consecuencia, se quedarán fuera de las listas electorales. 

Así que para todos ellos lo mejor es que Draghi siga siendo el primer ministro (y no el presidente de la República) hasta el final de legislatura, previsto para marzo de 2023. Y se da la circunstancia de que son precisamente esos parlamentarios (junto con los representantes de las regiones, que representan en torno al 10% del censo total) los que, a través de voto secreto, han de elegir al nuevo jefe del Estado en la primera semana de febrero de 2022.  

Pero es que además es el propio Draghi el que seguramente no tiene la más mínimas ganas ni intenciones de suceder a Mattarella. Este Doctor en Ciencias Económicas por el Instituto Tecnológico de Massachussetts ha trabajado ya una década completa para la Dirección General del Tesoro (durante los años noventa del siglo pasado) y, como decimos, también ha sido gobernador del Banco de Italia y del BCE. Casado y con dos hijos, seguramente le sucede parecido a Mattarella: quiere retirarse definitivamente de la vida pública (por cierto, posee hasta diez mansiones, así que por “lugar de retiro” que no falte) tras tanto tiempo dedicado a ésta. Cuando en marzo de 2023 se convoquen elecciones, y previsiblemente sean necesarios entre mes y medio y tres meses para formar gobierno, Draghi se dispondrá a cumplir los 76 años de edad, momento ideal para ese citado retiro.  

Por otra parte, nombrar a Draghi presidente de la República supondría, en la práctica, inutilizarle en parte muy sustancial: dejaría de gestionar fondos europeos para ser garante del buen funcionamiento de las instituciones nacionales. Y parece claro que si Draghi está haciendo el sobrehumano esfuerzo de ponerse al frente del Gobierno nacional es porque ha visto en el llamado “Recovery Fund” una ocasión única para modernizar el cada vez más anquilosado aparato productivo del país, que ha llevado a que desde el año 2000 la recesión o el crecimiento raquítico, junto a un aumento descomunal de la deuda pública, sean las notas constantes y comunes. Y no se irá hasta que, como él ha dicho, el Parlamento le retire la confianza, lo que no da la impresión, al menos de momento, que vaya a suceder. No quiere dejar su obra inconclusa, e irse al Quirinal supondría hacerlo. 

Eso sí, hay algo que debe dejarse muy claro sobre si finalmente Draghi es elegido o no: lo imprevisible que puede llegar a ser la política italiana. Nadie esperaba a Leone como presidente, y lo fue (año 1971); menos aún al veterano Pertini, que se iba de vacaciones en 1978 cuando le llamaron para convertirse en nuevo jefe del Estado; tampoco se esperaba que pudiera serlo Scalfaro, un segunda fila de la Democracia Cristiana (DC) a la que “Tangentopoli” y “Cosa Nostra” convirtieron en improvisado presidente de la República en 1992; menos aún se pensaba que pudiera serlo el veterano comunista Napolitano, siempre a la sombra de Togliatti, Berlinguer o Ingrao, y al final no solo fue el elegido en 2006, sino que incluso revalidó mandato en 2013; y qué decir de Sergio Mattarella, quien en el momento de ser elegido jefe del Estado (2015) se dedicaba a dar conferencias a estudiantes universitarios en su Sicilia natal. Así que en este momento la apuesta es que Draghi no será presidente de la República, por las razones anteriormente expuestas; pero, si lo es, que no se diga que no ha sido advertido por quien escribe estas líneas. La respuesta a todo ello, en menos de tres meses. 

Pablo Martín de Santa Olalla Saludes es Profesor del Centro Universitario ESERP y autor del libro Historia de la Italia republicana, 1946-2021 (Madrid, Sílex Ediciones, 2021).