Opinión

¿Qué le sucede al Movimiento Cinco Estrellas?

photo_camera Giusseppe Conte

En su momento constituyeron toda una sacudida en el panorama político italiano. En efecto, ya en las elecciones de febrero de 2013 fueron la tercera formación más votada tras Forza Italia y el Partido Democrático. Cierto es que no entraron con buen pie en el Parlamento italiano, ya que en cuestión de meses perdieron un buen número de diputados y senadores, que se marcharon directos al Grupo Mixto. Pero, pasados unos meses, la situación comenzó a tranquilizarse. Al tiempo que dos figuras comenzaban a sobresalir con claridad: Alessandro Di Battista, azote en la cámara baja de los gobiernos de centroizquierda, y Luigi Di Maio, quien a sus 27 años logró ser nombrado Vicepresidente de esa misma cámara. Esta peculiar formación, que prefería ser denominada “movimiento” en lugar de “partido”, fue afianzándose poco a poco.

Al desgaste natural del centroizquierda (y, en particular, del Gobierno Renzi, que fue el que estuvo al frente de la presidencia del Consejo de Ministros la mayor parte de la legislatura 2013-18) se unía la división dentro del centroderecha, con un Matteo Salvini emergente pero aún sin la fuerza que tendría tiempo después.

Así, el principal golpe de efecto lo dieron en las elecciones municipales de 2016. Virginia Raggi, una joven abogada que desde hacía años formaba parte de la oposición, se hizo en segunda vuelta (“ballottaggio”) con la alcaldía de la capital del país (Roma). No era nada fácil la tarea que tenía por delante: el ayuntamiento de la principal ciudad de la nación tenía una abultadísima deuda (en torno a los 12.000 millones) y además, durante los tiempos del alcalde Gianni Alemanno (2008-13) se había constatado la entrada de la Mafia en la actividad de la ciudad. Aún así, Raggi, muy criticada al principio, logró aguantar al frente de la ciudad, y así se prevé que llegue hasta el final de la legislatura, en 2021.

Por otra parte, el partido realizó una oposición muy dura contra los gobiernos de centroizquierda, ensañándose muy particularmente con el primer ministro Renzi, vertiendo todo tipo de acusaciones contra su persona, entre las que se incluía su familia misma. Y consiguieron, con la inestimable ayuda de otras fuerzas, tumbarle en diciembre de 2016 con motivo del “referéndum” constitucional que Renzi había impulsado desde su llegada al poder. Mientras Paolo Gentiloni, sucesor de Renzi al frente del Ejecutivo, completaba la legislatura, la formación decidía quien debía ser su cabeza de cartel: Luigi Di Maio, cuando más de uno dentro de la formación esperaba que el elegido fuera Di Battista, con mucho más carácter y tirón entre sus votantes.

Llegado el momento de celebrar nuevas elecciones generales, y con un país sumido en un profundo malestar (particularmente por la cuestión migratoria), el Movimiento Cinco Estrellas se presentó con una medida que demostraría gozar de mucha aceptación entre una parte de los votantes: la “renta de ciudadanía”, una especie de subsidio para personas sin trabajo y que alcanzaría los 780 euros de cuantía, considerando factible que hasta cinco millones de personas pudieran beneficiarse de la misma.

De tal manera que el partido literalmente arrasó en las elecciones de marzo de 2018: aunque es cierto que ganó la coalición de centroderecha, con alrededor del 37% de los votos, la realidad es que por formaciones individuales el partido más votado con mucha diferencia fue precisamente el Movimiento Cinco Estrellas, con casi el 33% de los sufragios escrutados. El segundo partido con más apoyo (el PD de Matteo Renzi), se había quedado a casi catorce puntos de Cinco Estrellas. Pero, a partir de aquí, comenzarían los problemas para este partido, quedando al descubierto todas sus carencias.

El primer error que cometieron, aunque quizá inevitable, fue aliarse con la Lega de Matteo Salvini, un hombre que llevaba toda una vida en política: había sido concejal de la capital de Lombardía, diputado y eurodiputado, y además su partido, actualmente el más antiguo del país (Umberto Bossi lo fundó en 1987), constituía un bloque compacto en torno a su líder, quien había llevado a cabo una muy eficaz renovación de las listas electorales así como el discurso de la formación (del “Roma ladrona” y la “Padania” se pasó al “Italia para los italianos”). Ya en la negociación del pacto de legislatura (conocido bajo el pomposo nombre de “contrato de Gobierno”) se vio que Salvini haría lo que le viniese en gana con los dirigentes de Cinco Estrellas, y muy en particular, con Luigi Di Maio. En efecto, a pesar de que su formación había obtenido casi la mitad de los votos, Salvini logró tener la misma condición que Di Maio: viceprimer ministro, además de titular de Interior, la cartera en la que podía lucirse más y de manera inmediata teniendo en cuenta el hartazgo del país con la Unión Europea, que le había dejado sola en el tema de la acogida y distribución de inmigrantes irregulares. Además, el nuevo ministro de Economía y Finanzas (el independiente Giovanni Tria), fue puesto ahí por la Lega, no por Cinco Estrellas.

Lógicamente, Salvini sí permitió que el nombre del nuevo primer ministro saliera de las filas de Cinco Estrellas. Pero el escogido no fue Di Maio (en el país seguía pesando mucho el hecho de que todos los “premiers” tuvieran carrera universitaria, lo que no tenía Di Maio), sino un profesor de derecho de la Universidad de Florencia, Giuseppe Conte, que nada sabía de la alta política. La consecuencia de ello es que, durante el año que duró la coalición de Gobierno, tanto Conte como Di Maio fueron dos auténticos juguetes en manos del muy hábil Salvini. Y, además, para ese momento, Salvini ya hacía meses que encabezaba las encuestas de intención de voto: en septiembre de 2018, solo tres meses después de ponerse en marcha el Gobierno Conte-I, ya era el líder más valorado del país. Y ello se tradujo en aplastantes victorias en los diferentes comicios para la región que se fueron celebrando: Abruzzos, Basilicata, Cerdeña... Hasta que en las elecciones europeas de mayo de 2019 las tornas definitivamente se invirtieron: ahora el que doblaba en número de votos era la Lega al Movimiento Cinco Estrellas, algo sencillamente impensable un año antes.

A pesar de que a Salvini le saldría mal su intento de hacer caer el Gobierno en agosto de 2019 (su problema fue que ahora le cerró el paso otro político tan habilidoso o más que él, Matteo Renzi, quien se alió con Cinco Estrellas cuando nadie lo esperaba, pero es que ya se sabe que el político toscano es todo un especialista en reinventarse), el alza de la Lega y la caída de Cinco Estrellas seguían siendo la constante en la política nacional. Así se pudo ver en las elecciones de Umbria (octubre de 2019), enésima victoria aplastante de Salvini, quien en enero del año siguiente casi se hizo con todo un bastión del PD (Emilia-Romagna, cuna de la mayor parte de sus dirigentes) y además pasó a controlar la meridional región de Calabria. Para ese momento, Di Maio, que en el segundo Ejecutivo presidido por Conte había pasado a ostentar una cartera secundaria (Asuntos Exteriores) y había perdido su condición de viceprimer ministro, ya había dimitido como líder del partido.

Desde entonces, esta formación no hace más que penar en la política transalpina. Y todo ello tiene claras explicaciones. En primer lugar, en un momento caracterizado por los liderazgos fuertes, esta formación no dispone del suyo: podría haberlo tenido en la persona de Di Battista, pero se prefirió elegir a Di Maio, que no tiene ni sustancia ni formación ni menos aún carácter. En segundo lugar, no tiene realmente programa de gobierno: su principal oferta, que era la “renta de ciudadanía”, nunca ha alcanzado la cuantía de la que se habló ni menos aún al número de beneficiaros, y fuera de ello no tienen nada más que ofrecer, dando continuos bandazos. En tercer lugar, se ha escindido en numerosas facciones: los que quieren seguir haciendo gobierno con el PD, a pesar de que eso conlleva un claro seguidismo de las políticas de éste; los que, por el contrario, querrían romper con la formación de centroizquierda, pero que se encuentran con un Di Battista marginado de la toma de decisiones y quien además no posee la condición de parlamentario; y una clara mayoría que ya ha decidido bajar los brazos y que prefiere que la legislatura dure lo máximo posible porque se han hecho acomodaticios a la política y las gabelas que ello conlleva (entre ellos, unos ingresos elevadísimos, los mejores de toda la Unión Europea).

Aunque aún queda margen para la remontada (la legislatura oficialmente no concluye hasta febrero-marzo de 2023), parece, a día de hoy, que el Movimiento Cinco Estrellas será recordado solo por haber logrado reducir el número de parlamentarios nacionales (su “taglio” del número de los mismos en casi 350 ganó abrumadoramente en el “referéndum” celebrado el tercer fin de semana del pasado septiembre). Y es que queda claro, una vez más, que una cuestión es estar en la oposición y otra, bien distinta, gobernar, y de esto último la dirigencia de esta peculiar formación ha demostrado tener un conocimiento muy escaso. Algo de lo que hace mucho tiempo que se han percatado los votantes y que ha llevado a que desde hace dos años demanden la llegada al poder del centroderecha, siempre a la cabeza (y con mucha claridad) en todas las encuestas.