¿Son las finanzas islámicas la solución al capitalismo de casino?

Banco Central Emiratos

El último maremoto en el universo paralelo de las criptomonedas ha arrastrado al varadero a más de 800.000 corredores financieros, cuyas cuentas han sido canceladas al perder liquidez por la  caída del 40% valor de Bitcoin en cuestión de horas. Esta hoguera de las codicias que se ha producido al mismo tiempo que la tendencia a la “financiarización” de productos agroalimentarios, energía, bienes raíces,  y recursos naturales, como el agua potable, está llevando cada vez más a que el lucro resultante de ejercer ciertas actividades, se obtenga de su especulación como activos de capital en los mercados de derivados financieros, en lugar de por la actividad en sí, induciendo de este modo una volatilidad de los precios que distorsiona el funcionamiento de los mecanismos de oferta y demanda. 

Exactamente igual que ocurre en un casa de apuestas, las operaciones basadas en vender “en corto” activos sobrevalorados, y en especular con derivados financieros, con el fin de que el valor del activo subyacente aumente a medida que se acerca la fecha de vencimiento del “futuro” (un contrato de compra anticipada, a un precio prefijado, de un determinado activo), son perfectamente legales.  

La diferencia entra una y otra actividad estriba en que si bien un tahúr pone en juego su propia fortuna, quien especula con derivados financieros, como productos agrícolas y ganaderos, o energía, pone en riesgo el bienestar de la sociedad en su conjunto, al crear artificialmente escasez para aumentar su precio.  Es interesante reparar en que justamente la palabra “riesgo”, que nos llegó a través de los mercaderes italianos del Medievo,  proviene del árabe “rizk”, que denotaba aquello que se obtiene gracias al azar, sin esforzarse o  merecerlo. 

Tal vez fruto de esta conciencia de la arbitrariedad intrínseca del capitalismo de casino, el mundo islámico actual ha desarrollado un modelo financiero alternativo, adverso al riesgo, que antepone criterios éticos al lucro obtenido mediante la especulación, una modalidad financiera basada en un conjunto de reglas conocidas como “Fiqh al-muamalat”,  que ha demostrado notable resiliencia durante la pandemia. A diferencia del sistema financiero occidental, que es esencialmente amoral, al aceptar la subordinación de los procesos de producción a la acumulación de beneficios monetarios,  sin que de ello se desprenda responsabilidad social alguna, las finanzas islámicas no están concebidas como un fin en sí mismo, sino como un medio de intercambio de bienes financieros de acuerdo con los preceptos de la jurisprudencia islámica, que en este contexto se rigen por el concepto de “amanah”,  que  significa confianza, tanto en sentido moral como legal, y que podemos traducir como fideicomiso.

En su expresión más simple, bajo la ley islámica,  la “riba” --el pago o cobro de intereses-- es “haram”; está proscrito, porque bajo este criterio, los préstamos convencionales ponen la carga del riesgo en el prestatario, no en el prestamista, y, desde el punto de vista islámico, ninguna transacción es ética a menos que el riesgo se distribuya equitativamente entre las partes. Por esta razón, las “takaful” --entidades financieras islámicas-- han desarrollado productos hipotecarios basados en un contrato denominado “musharaka”, mediante el cual la propiedad queda registrada en un amanah en forma de activo de propiedad conjunta, decreciendo la parte del vendedor durante un período acordado, a medida el comprador efectúa pagos regulares. Mediante esta formulación, el comprador se compromete a comprar la participación de la entidad financiera, y ésta se compromete a vendérsela al comprador. 

Así, la propiedad se concibe como un conjunto de unidades, estando los pagos divididos en dos partes; un alquiler, que da derecho a vivir en la propiedad, y una prorrata de adquisición de unidades. El amanah gestiona la redistribución decreciente de las partes de la entidad financiera y del cliente, hasta que, una vez cumplidos los plazos acordados,  la vivienda pasa a ser propiedad del cliente, quedando así disuelto el  fideicomiso. Durante este periodo, no se ha llevado a cabo cobro de intereses, si bien los pagos del alquiler están sujetos a revisión,  en función de la inflación anual y otros factores coyunturales.

Otra diferencia entre ambos sistemas radica en la preferencia por usar una mutualidad denominada “takaful” --cuyo origen está en las antiguas mutuas marinas árabes-- para cubrir solidariamente los potenciales daños que pueda sufrir la propiedad siguiendo el principio de la “hisbah”, o  responsabilidad colectiva,  en lugar de suscribir un seguro ordinario, precisamente porque en definitiva, una póliza de seguros no es más que un riesgo que ha sido comprado por una tercera parte  con base a un cálculo de probabilidades, y es, en ese sentido, “maisir”; una apuesta; algo tajantemente prohibido por la ley coránica.

Naturalmente, las finanzas islámicas no se limitan a la transacción de bienes raíces. Por el contrario, disponen de una serie de instrumentos financieros que incluyen los bonos, conocidos como “sukuk”, y que consiste en un certificado financiero que se vende a un grupo de inversión, cuyo pago se utiliza para adquirir un comprar un activo en el que los inversores tienen una participación directa, garantizada por el compromiso legal de que el emisor recomprará el bono en una fecha dada,  por su valor nominal. Este instrumento goza de excelente salud en Malasia, pero ocupan también un espacio nada despreciable en países sin mayoría musulmana, siendo el caso más notable el del Mercado Islámico Dow Jones, que opera desde 1999, y dispone de cientos de índices bursátiles.

Por lo que respecta a la banca minorista islámica, opera mediante la obtención de ganancias a través de la participación en el capital social, lo que conlleva que el prestatario entregue al banco una parte de sus ganancias a modo de dividendo, en lugar de pagar intereses. Esta línea de negocio mueve globalmente alrededor de 3’5 millardos de dólares, en una red compuesta de más de 300 bancos y 250 fondos mutuos, teniendo la particularidad de operar no sólo bajo el imperativo del riesgo compartido, sino también filtrando las empresas en las que invierten para que sean unívocamente “halal”; aceptables,  en términos de la ley coránica. Esto, por ejemplo, deja fuera de sus portafolios aquellos negocios cuya deuda sea superior a un tercio de su capitalización de mercado.

La propia naturaleza ética de las financias islámicas dificulta tanto la venta en corto como las transacciones de futuros a las que aludíamos antes, debido a que el principio de “gharar” --la incertidumbre-- contraviene los preceptos islámicos, que estipulan que no se puede vender algo que aún no se posee, y que vender en descubierto es una forma de apuesta. Esto hace inviable, por ejemplo,  el comercio de deudas hipotecarias tóxicas agregadas como activos financieros, en definitiva, la compraventa de contratos que no hacen referencia a algo tangible, sino a otros contratos, una operación que es “gharar” por definición. Si bien es verdad que esto limita el nivel de lucro que está al alcance de las entidades financieras islámicas, no es menos cierto que de haber existido un grado de escrupulosidad equiparable en el sistema financiero occidental, antes de la quiebra de Lehman Brothers en 2008, el mundo sería  hoy un lugar indudablemente mejor. 

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