50 años de la guerra de Biafra

Nigeria

Cuando recordamos al pasado siglo con el triste balance de tantas guerras – Primera y Segunda Mundiales, la española, la de Corea, la de Vietnam… solemos olvidarnos de la más cruel de todas ellas: la de Biafra, que estos días cumple 50 años, aún vive las secuelas de las grandes matanzas que ocasionaron los combates y las epidemias y una hambruna, cuyos detalles estremecieron al mundo en aquellos años – entre 1967 y 1970. 

Biafra era una de las regiones en que se dividía la Nigeria que acababa de obtener su independencia – 1960 – y de celebrar unas elecciones. Era la región que acumulaba más riquezas, desde una agricultura próspera, variedad de metales, reservas pesqueras en el Atlántico y, sobre todo, petróleo. Pero sus habitantes, de las tribus ibo y aruba, casi todos cristianos, no estaban satisfechos y mantenían un tradicional enfrentamiento con los hausas y fulanis del norte.

El conflicto tuvo varios orígenes y una mezcla de odios entre ibos y hausas, la tribu más numerosa, de mayoría musulmana. El resultado de las elecciones había generado descontento y la convicción de que los resultados habían sido amañados. Su privilegiada situación en el sureste del país les servía de argumento para quejarse de ser los que sostenían al resto del país y sus variados ingresos no se utilizaban en mejoras para ellos. El viejo conflicto tribal y hausas, no tardó en estallar. 

Después de tensiones y enfrentamientos armados menores, los militares biafreños, encabezados por el coronel Odumegwu Ojukwu, en julio de 1967 proclamaron la independencia de la República de Biafra, de 14 millones de habitantes, con capital en la ciudad de Eunugu. El Gobierno de Lagos – la capital entonces de Nigeria – reaccionó con rapidez y envió a Biafra a un elevado contingente de fuerzas armadas.

Los enfrentamientos, de una crueldad sin precedente en la nueva África, recién liberada del colonialismo, se complicó más aún con una crisis humanitaria incluso más dramática que la propia lucha fratricida. Los ibos, a pesar de estar en minoría y peor armados, defendieron su independencia hasta el último momento. El balance de muertos que se maneja es de 500.000 hasta tres millones, de ellos 100.000 militares nigerianos. El territorio quedó destrozado 

Las imágenes de la tragedia con los muertos acumulados en las calles y los niños desnutridos muriéndose de hambre causaban consternación mostradas por la televisión todavía en blanco y negro. La República de Biafra gozaba de muchas simpatías exteriores, entre ellas las de Francia y España, pero oficialmente sólo cuatro países la reconocieron y todos defensores de la discriminación y el apartheid como Sudáfrica o la Rhodesia  controlada por los blancos, además de Israel y Portugal.

Una enorme ayuda a los ibos la prestó la dictadura portuguesa de Oliveira Salazar, que reconoció la República de Biafra, intercambió embajadas y proporcionó asistencia y facilidades para las comunicaciones aéreas que los demás países les negaban. Las armas entraban por el aeropuerto de la Isla de la Sal de Cabo Verde. A Portugal aquel conflicto favorecía su política colonial.

El final de la guerra fue anunciado por el presiente Jakubu Gowon, a la sazón presidente de Nigeria. Fue un discurso pacifista. Prometió no toma represalias contra los derrotados y readmitir en las Fuerzas Armadas a los militares biafreños rebeldes. Y lo cumplió. El general Ojukwu huyó a Costa de Marfil, donde trabajó unos años como camionero y cuando finalmente regresó a Nigeria fue condenado simbólicamente a diez meses de prisión. 

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