Opinión

Abe y Japón

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El asesinato en plena luz del día de Shinzo Abe, ex primer ministro de Japón, mientras pronunciaba un discurso durante un mitin electoral en plena calle, ha conmocionado al mundo porque es un hecho afortunadamente muy poco frecuente. Sucesos aciagos que queremos pensar que pertenecen al pasado como el asesinato de la emperatriz Sissi en Ginebra en 1898, o el atentado que costó la vida al archiduque Francisco Fernando de Austria en 1914 en Sarajevo, que desencadenó la Gran Guerra. Claro que ha habido muchos otros magnicidios como los de Kennedy (1963), Allende (1973), Anwar el Sadat (1981) e Indira Gandhi (1984), por citar sólo algunos. El de Abe es sólo el último porque se ve que la historia es tozuda y le gusta repetirse.

Procedía de una familia aristocrática en la que su madre era primera dama de la Emperatriz, y su abuelo, militar, fue condenado por crímenes de guerra en 1945. Abe fue primer ministro cuatro mandatos, el más longevo en el cargo en Japón, parecido a nuestro Felipe González, aunque este es socialista desde siempre y Abe pasó de ser un nacionalista bravío como Putin o Trump o Xi, alguien que se negó siempre a condenar de forma explícita las barbaridades y excesos del militarismo japonés en Corea y en China, a un liberal internacionalista sin tapujos, imbuido de la grandeza de su país y de su papel en Asia como parte de una alianza global de democracias.

Abe convenció a sus compatriotas de adoptar una línea dura ante la amenaza que supone el crecimiento de China y de aumentar el gasto en Defensa, que hoy ya casi alcanza el 2% del PIB, que estaba limitado por una Constitución pacifista impuesta por los norteamericanos vencedores en 1947, tras la derrota del imperio japonés. No logró cambiarla, pese a sus esfuerzos, pero sí logró elaborar una Estrategia de Seguridad Nacional en 2013 y que dos años más tarde el Parlamento autorizara el uso de la fuerza en limitadas ocasiones, en medio de suspicacias de China y de Corea del Sur que siguen sin olvidar los excesos de la soldadesca nipona en 1943 y que exigen disculpas y reparaciones. Como ha dicho David Leonhardt, Abe consiguió que Japón volviera a sentirse cómodo con el uso de la fuerza militar y ese es un cambio muy importante en los tiempos que corren y en los que se vislumbran en el horizonte. La relación con Rusia y con China, nunca fácil, se ve también complicada por disputas sobre las islas Kuriles y las islas Senkaku (Diaoyu), que Abe no ha logrado hacer fructificar. De hecho, las conversaciones sobre las primeras con Moscú se han roto tras la invasión de Ucrania y las sanciones adoptadas por Tokio.

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Abe fue el inventor del término “un Indo-Pacífico libre y abierto”, que hoy todo el mundo acepta, e inspirador del Diálogo Cuadrilateral de Seguridad (QUAD) que une a Japón con Estados Unidos, Australia e India con el objetivo de contener la expansión china. Incorporar a la India, llevándola a abandonar el no alineamiento que ha presidido su política exterior desde su misma independencia no debió ser tarea fácil, aunque sin duda ayudaron los problemas que siempre ha tenido con China pues son dos países demasiado grandes, con 1.400 millones de habitantes cada uno, con regímenes políticos muy diferentes, con historias muy ricas, y demasiado cerca uno de otro para no competir por influencia en un entorno compartido. QUAD languideció durante años hasta que lo ha rescatado Biden, que ya lo ha reunido varias veces, porque, aunque está entretenido en Ucrania, que probablemente le hará perder las elecciones de Midterm por la subida de la gasolina, lo que de verdad le preocupa es el ascenso de China.

Abe intentó rescatar el Tratado de Asociación Transpacífico, que abandonó Trump solo porque era herencia de Obama, en un error grave que dejó manos libres a Pekín para reordenar a su antojo el comercio en la zona con su Asociación Económica Regional que excluye a los EEUU. Ahora Washington y Tokio colaboran para evitar la expansión de China hacia las islas del Pacífico (acaba de hacer un acuerdo con Fiji), por el temor de que Pekín trate de instalar bases militares en ellas. También abogó sin complejos por compromiso más firme y claro de Washington con Taiwán. Por eso, como dice Josh Roglin, desde una óptica claramente americana, su mayor legado sea “dejar un mundo mejor preparado para enfrentar a China”.

En el plano interno aplicó recetas neoliberales para superar el estancamiento tradicional de la economía nipona, con una combinación de políticas monetarias flexibles acompañadas por estímulos económicos que pasaron a ser conocidas como “Abenomics” y que le funcionaron bastante bien porque redujeron el desempleo y la inflación.

Retirado por enfermedad de la política activa, seguía siendo por su prestigio un innegable poder en la sombra dentro de su partido, donde le llamaban “Hacedor de Shogunes”. Es muy probable que el rechazo que ha provocado su asesinato en la sociedad nipona haya contribuido a la aplastante victoria de su formación en los comicios de la pasada semana, y eso sin duda influirá durante los primeros años del mandato de su sucesor Fumio Kishida, que deberá contar con su legado mientras busca su propio camino.

Jorge Dezcallar, embajador de España