Opinión

Ahora o nunca de la Unión Europea con su plan de rescate

photo_camera European Commissioner for Budget and Administration

Viene ahora lo más difícil: convencer a los ciudadanos de los denominados países frugales -Austria, Dinamarca, Países Bajos y Suecia- de la bondad para ellos mismos de transferir sus ahorros a los alegres gastadores y manirrotos del sur, encarnados especialmente en Italia y España. Sí, la presidenta de la Comisión Europea, la menuda pero enérgica Ursula von der Leyen, ha alumbrado el que probablemente sea el único plan de reconstrucción posible, intentando conciliar las perentorias necesidades de la Europa meridional con la presunta opulencia avariciosa de su mitad más septentrional. En medio, como gran inspiradora del plan, pero también como futura gran aportadora de los fondos, la Alemania de la canciller Angela Merkel, sin duda alguna ya una figura política histórica, que no desmerece de los gigantes que pusieron los cimientos de la Unión Europea, de su esperanzador sistema de valores y de su ansiada y envidiada prosperidad. 

La propuesta consiste en poner sobre la mesa común 750.000 millones de euros, de ellos 500.000 millones en forma de transferencias y 250.000 en créditos para paliar la crisis del coronavirus. De ese total, el mayor beneficiario sería Italia con 172.000 millones, seguida por España, con un segundo premio de 140.000 millones. 

Para conciliar las peticiones del sur de que prácticamente se les concediera tal lluvia de millones a fondo perdido, con las exigencias del norte de que fueran préstamos a devolver con sus correspondientes exigencias, la Comisión ha elaborado una obra de ingeniería socio-financiera cuando menos original y encomiable. 

Además de otras partidas, los citados 750.000 millones se añadirán al presupuesto común de la UE, lo que supone para empezar doblar prácticamente el raquítico 1% del propio PIB nacional que los países miembros de la UE aportaban hasta ahora al tesoro comunitario. O sea, pasar de los 1,1 billones de euros actuales a 2,4 billones. Ciertamente, no es para tirar cohetes de felicidad, pero es un paso importante, sobre todo porque rompe el inmovilismo en el que hasta ahora se habían apalancado los miembros más ricos del club, incluido por supuesto el Reino Unido, el mayor detractor de conceder un solo penique más a Bruselas, sinónimo a su juicio de cesión de soberanía a los burócratas bruselenses.

Mutualización de riesgos por la puerta de servicio 

La integración, pues, en el presupuesto comunitario de esos 750.000 millones destinados exclusivamente a políticas de recuperación, equivalen a una mutualización de los riesgos por la puerta de servicio, y a las correspondientes exigencias a los de fama manirrota de aplicar las reglas fiscales puestas en cuarentena a causa del virus: límite al 3% del déficit y rebaja de la deuda al 60% del PIB, que regían, con excepciones, flexibilidad e incluso manga ancha hasta la diseminación de la Covid19. 

El dinero que llegue tanto a Italia como a España tendrá por lo tanto que estar sometido a la supervisión de los hombres (y mujeres) de negro de la Comisión, garante del buen fin al que se destinen esos fondos. Como es obvio, la exigencia de reformas estructurales va de suyo, por lo que cabe augurar que Bruselas no aprobaría la presunta multiplicación de mamandurrias y organismos superfluos que abonaran todavía más la visión de despilfarradores del sur fijada en el imaginario de la Europa del norte. Las políticas de empleo reales y eficientes, las pensiones, la transición energética, la digitalización, el teletrabajo y, en fin, todo lo que suponga de verdad un avance real en la modernización y el innovador y armónico desarrollo de la Unión, serán los principales capítulos destinatarios de esas inversiones. 

También cabe observar en el proyecto un primer paso hacia una cierta armonización fiscal. Se ponen las bases para que la UE pueda crear algún impuesto comunitario, sea bajo el epígrafe de tasas medioambientales o a empresas multinacionales, lo que se traduciría en dotar al gobierno comunitario de mayor poder para impulsar políticas más ambiciosas, e irse sacudiendo la dependencia de la unanimidad de los Veintisiete gobiernos. 

Es posible que a orillas del Mediterráneo aún queden ingenuos que crean que el dinero cae del cielo sin necesidad de contraprestación o supervisión alguna. El sueño se va a disipar muy pronto, entre otras cosas porque ese maná, aún con la ineludible condicionalidad expuesta, tampoco va a llegar mañana. Como muy pronto, será a partir del próximo 1 de enero, y de aquí a entonces aún se pueden romper mucho más las costuras interiores de los países más azotados por la crisis.