Opinión

Ajuste de cuentas con China

photo_camera Xi Jinping

La pequeña aldea global desdibujada por Herbert Marshall McLuhan entró en una órbita de transformaciones geopolíticas y geoeconómicas con el acelerador de cambios propulsado por los lamentables atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. Se marcó un parteaguas, entre el pasado reciente, con el final de la Guerra Fría, y el futuro más inmediato, con China jugando un papel preponderante como fiel de una balanza que, después de la caída de la Cortina de Hierro y el desmantelamiento de la URSS, se había inclinado favorablemente hacia el binomio del capitalismo de Washington: democracia y libertad económica.

En aquellas Torres Gemelas, además de la dolorosísima pérdida de más de tres mil vidas humanas de diversas nacionalidades, en aquel aciago día, se esfumó la posibilidad de una paz duradera porque los valores de la democracia de Occidente y su defensa de la libertad son diana favorita, no solo de los grupos extremistas de Medio Oriente, sino también para naciones como China, Rusia o India que tienen otra forma de gestionar sus políticas internas y de controlar a su población. 

Ya nadie duda que la libertad económica, tanto de acción como empresarial, son un pivote para la iniciativa privada y que el gran tejido socioeconómico y empresarial descansa en las micro, pequeñas y medianas empresas. El modelo de pobreza subsidiaria de la extinta URSS ha demostrado que el socialismo es el cáncer de la iniciativa privada, de la producción, de la ambición y del progreso. Veamos a Cuba, por ejemplo, o a Corea del Norte.

No obstante, China defiende de forma abigarrada su sitio en el liderazgo mundial por el peso de su economía, y lo hace, además, reafirmando su vocación comunista en su Constitución, pero con una economía de mercado en pleno despliegue y vorágine. Cada vez más chinos y empresarios de esta nación asiática ocupan posiciones relevantes de poder y fortuna más allá de sus huestes naturales.

Hay una disputa por los puestos de control empresarial en las grandes multinacionales, a los magnates estadounidenses de siempre se han añadido nuevos oponentes y son chinos… cada vez hay más capital chino comprando empresas europeas y penetrando en corporativos latinoamericanos y estadounidenses. Pero detrás de ese dinero hay gente, seres humanos que profesan ideologías, creencias y credos que interpretan sus valores conforme a la educación que recibieron, y a la forma en cómo han mamado la interpretación del mundo.

Desde el 11 de septiembre de 2001, al binomio de Washington de democracia y libertad económica que enarbola como bandera del capitalismo, le ha surgido un opuesto: oligarquía política y libertad económica. China ha demostrado que puede ser una nación otrora poderosa que permite a sus ciudadanos enriquecerse, pero sin practicar los valores de la democracia de occidente; sin soltar un ápice el control político de una oligarquía que cree que sus ciudadanos son corderos a su merced. 

A colación

Es verdad que China no estuvo detrás de los atentados del 11-S, porque se comenta y hay acciones judiciales pendientes contra las células terroristas de Al Qaeda, que fueron además cobijadas por algún medio en Arabia Saudí, pero ningún otro país salió más beneficiado de esa bruma de incertidumbre y temor que abrieron dichos hechos: China entró a la OMC tres meses después de los atentados. 

Y casi dos décadas después, hoy por hoy, el dragón rojo es un líder económico indiscutible que, además, reclama su propio liderazgo político y militar en el mundo; sus tentáculos están bifurcados en todos los continentes con su Nueva Ruta de la Seda. Lo único que hace es consolidar su expansión económica y convertirse en un nuevo inversor de infraestructura en un montón de países necesitados de ésta. 

China, a diferencia de Estados Unidos, no ha tratado al resto del mundo con el azote del palo y de la zanahoria, no tenemos en la memoria verlo en guerra con Vietnam, ni amenazando abiertamente al “gordito” coreano o resquebrajando con sus manos el multilateralismo o el consenso global. Además, está ese estereotipo que tampoco ayuda a los norteamericanos. Si pensamos en un chino lo asociamos con una gente trabajadora sin descanso, capaz de imitar hasta lo inimitable y de vendernos lo que sea; en cambio, asociamos armas, violencia y prepotencia cuando pensamos en un estadounidense. 

Ante esa prepotencia llegamos confinados en pleno siglo XXI -en abril de 2020- el peor año bisiesto de nuestras vidas con un enemigo invisible al que los propios doctores no terminan de conocer en su real dimensión; mientras los muertos aumentan en diversas partes del mundo y el confinamiento continúa en medio de una debacle económica, Trump está dispuesto a investigar si China creó o no el virus a propósito… Trump quiere su 11-S, lo digo para que recordemos a Bush, por supuesto.