Opinión

Arabia Saudí, Bahrein, Kuwait y EAU ponen a Líbano al borde del colapso total

photo_camera Libano debilitado por la crisis con los países del Golfo

Si Líbano estaba ya muy cerca de ser un estado fallido, la crisis desatada este fin de semana con las monarquías del Golfo lo han puesto realmente al borde del colapso total. La tensión diplomática y la suspensión de los intercambios económicos suponen un golpe demoledor a un país ya tan frágil y debilitado como Líbano. 
Avancemos que el trasfondo de esta gravísima crisis no es otro que el enfrentamiento entre Arabia Saudí e Irán, que ahora puede convertir a Líbano en un escenario más candente aún de la lucha por la primacía del mundo musulmán. 


El pretexto utilizado por Riad para expulsar al embajador libanés, Fawzi Kabbara, fueron los comentarios “dañinos” del ministro libanés, George Kordahi, a propósito de la intervención militar saudí en Yemen. Tales comentarios los había efectuado Kordahi el pasado 5 de agosto, cuando aún no era ministro, a la cadena de televisión qatarí Al Jazeera, pero ésta no difundió la entrevista hasta la última semana de octubre, desencadenando una crisis diplomática en cascada. Sucesivamente, Bahrein, Kuwait y Emiratos Árabes Unidos se solidarizaban con Riad y también expulsaban a los diplomáticos libaneses y/o llamaban a consultas a sus respectivos embajadores en Beirut. 


Grabadas en agosto, las declaraciones de George Kordahi acusaban a la coalición militar liderada por Arabia Saudí en Yemen de bombardear a la población civil indiscriminadamente, para lo que aprovechaba supuestamente acontecimientos como bodas o funerales. Se da la circunstancia de que Kordahi está considerado como el confidente del presidente libanés, el cristiano maronita Michel Aoun. El ahora ministro de Información se puso claramente del lado de los rebeldes Huthi, a los que apoya militar y financieramente Irán, frente al gobierno de Saná, al que respaldan Arabia y sus aliados del Golfo. 

Libano y países del Golfo
Ante la gravedad de la crisis el primer ministro libanés, Najib Mikati, se apresuró a denunciar que “las declaraciones de Kordahi no representaban en absoluto al Gobierno de Beirut”, a la vez que instaba a su ministro a que “tomara la decisión adecuada para restablecer las relaciones con Arabia Saudí” [y las demás monarquías del Golfo]. En claro, que le presentara la dimisión. Pero, hete aquí que Hezbolá, brazo armado de facto de Irán en Líbano, y organización terrorista para Estados Unidos e Israel, se opone vehementemente a que Kordahi dé ese paso. Riad y sus aliados vienen denunciando precisamente el poder de Hezbolá, convertida ya en una pieza decisiva en el cada vez más complicado rompecabezas político libanés. 


Estrangulamiento económico y financiero


Qatar y Omán son las dos únicas monarquías de la península arábiga que no han seguido los pasos de sus homólogas, al tiempo que la Liga Árabe ha hecho un llamamiento para “evitar el colapso de la economía libanesa”. En efecto, el castigo de Riad al prohibir las importaciones de productos libaneses supone un montante de al menos 200 millones de dólares, cantidad indispensable a las menguadísimas arcas de la antigua “Suiza de Oriente Medio”, unida a las remesas de sus propios emigrantes, muchos de los cuales están precisamente asentados en los países que ahora le ponen contra las cuerdas. 


Con este panorama, es evidente que tampoco van a llegar a Beirut las inversiones con las que contaba el Banco Mundial para la reconstrucción de un país y una capital devastados por las consecuencias derivadas tanto de la guerra en Siria como de la gigantesca explosión registrada en el puerto beirutí, y que destruyó un área de diez kilómetros a la redonda.  


Por si fuera poco, Arabia Saudí también acusa al Gobierno de Líbano de cruzarse de brazos ante la plaga de drogas que ha invadido el reino procedente de aquel país. Una realidad que, en efecto, Líbano no tiene medios para combatirla ante la evidente carencia de recursos en una economía exangüe y ahora sin visos de recuperación. 
Es, pues, el escenario perfecto para que Teherán y Riad diriman sus diferencias con igual o mayor intensidad si cabe que ya lo hacen en Yemen. Con muchas probabilidades, claro está, de que Líbano termine desapareciendo del mapa.