Austria con atributos

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‘El hombre sin atributos’ es una novela descomunal de Robert Musil, inacabada, pero completada con los manuscritos del autor en sucesivas ediciones. En ella, el Imperio Austro–Húngaro y la sociedad austríaca, al mismo tiempo austríaca, austro-húngara y también húngara, en resumen, Austria, es el protagonista. Aunque el joven Ulrich es quien encarna ese paseo sin rumbo por los últimos años de la paz armada, cansina y aburguesada, acomodada en unos salones sin presente ni futuro porque la ciencia, el arte, la política y el amor se habían vuelto inconsistentes. Como una Europa hedonista en una indolente sala de espera frente a la catástrofe. Sin energía para responder a los desafíos sociales y estratégicos que condujeron a la gran guerra. Al final del orden concertado por las potencias europeas, para ellas y sus exhaustos imperios.

Ese ambiente descrito por Musil, contrastaba con la extraordinaria actividad cultural y científica que mantenía a Viena a la vanguardia de la intelectualidad, aunque con una progresiva ralentización de su competitividad. Vivía un poco como los europeos actuales vivíamos antes de la crisis y la pandemia, pensando en las comodidades que nos permitían disfrutar de nuestra marginalidad, en los contornos de un mundo agotándose, sin preocuparnos demasiado por esas cuestiones. El cansancio de la paz se ha llamado, o la falta de comprensión y adecuación a los cambios del tiempo. El orden europeo entonces confiado de sí mismo, como luego el orden liberal, ensimismado, perdería parte de sus atributos, a partir en ambos casos de unos acontecimientos imprevistos.

Nicholas Monu, un africano nacido en Nigeria es el protagonista de la nueva producción de Otelo que se representa ahora en Austria, dirigida por el inglés, también negro, Rikki Henry. El New York Times lo recoge en su portada y recuerda que desde 1853, cuando un afroamericano, Ira Aldridge, interpretó la tragedia de Shakespeare en Viena, ningún actor negro lo había protagonizado. Quizá aprovecha el periódico para resaltar los contrastes de una sociedad confinada e infra vacunada donde se han producido altercados nada civilizados en los últimos días, como en Holanda, pero revitalizada por el espíritu de vanguardia cultural que atesora y guarda entre sus múltiples atributos.

Los salones de la apatía se llenan frecuentemente de disparates e incertidumbres. La incertidumbre se torna en temor y desconcierto. Los negacionistas, como tantos otros desconcertados, se pierden entre grupos de identidad vacíos y se encuentran en conflictos híbridos, movidos por los hilos de un mundo sin barreras. En Austria, igual que en las fronteras polacas y antes Ucrania, de manera similar al Reino Unido, Grecia o España pervive una atmósfera de contante angustia. Creciente y mal gestionada por la debilidad política de unos líderes poco consistentes. En medio de la Europa a la cual sometió, pacificó y enriqueció en el pasado, de los totalitarismos que la desgajaron, de los límites que la definieron, Austria padece las alteraciones provocadas por una enfermedad que asola Europa, Estados Unidos, Occidente y el orden liberal: el envejecimiento y el deterioro de los atributos democráticos.

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