Baleares y Argelia: Pateras de ida y vuelta

Por Guillermo Gayà
Foto: El periodista catalán Guillermo Gayà recuerda la inmigración de las Islas Baleares a Argelia en tiempos de hambre y racionamiento.
 
Cae la noche en una cala escondida, al abrigo de miradas indiscretas. Un grupo de jóvenes salta a una barca. Van ligeros de equipaje: apenas hay sitio en la pequeña embarcación para el combustible, el agua y algunos alimentos. Algunos llevan el nombre de un amigo o de un familiar y un número de teléfono escrito en un papel. Si tienen suerte y no hay mala mar, la travesía durará una noche y un día. Están convencidos de que en la otra orilla les espera una vida mejor. No les estoy narrando una noticia sobre la emigración clandestina que cotidianamente llega a las costas españolas o italianas procedente del Magreb, aunque se le parece mucho. Es el testimonio de los habitantes del pueblo mallorquín de Campanet, recogido por el historiador Damià Ferrà-Ponç (“Gent de Campanet”, 2003) que narra en primera persona la arriesgada aventura de la emigración irregular de los mallorquines a Argelia a finales de los 40 y principios de los 50. Una vía que, según Ferrà-Ponç, llegó a ser una de las principales rutas migratorias para los isleños en los años de racionamiento y autarquía de la España franquista.
 
Llorenç Llovetí tenía 19 años cuando en 1948 decidió escapar de la miseria y las palizas de la Guardia Civil. Contactó con un hombre que hacía estraperlo con Argel. Robó dos sacos de trigo para pagar las dos mil pesetas que el contrabandista le pidió. “Y desde una cala de Santanyí partimos hacia Argel. Y estuvimos una noche y un día en el mar. Y la segunda noche desembarcamos a una veintena de kilómetros de Argel”. Pep Riga tampoco había cumplido los veinte cuando se embarcó con cuatro mallorquines más en una playa cerca de Palma. Corría 1950.  A punto estuvieron de no llegar a África por culpa del oleaje y de una avería en el motor de la barca. “Tuvimos que llegar a Argel remando”, recuerda en su testimonio. Aunque hoy en día los baleares viven de espaldas a África, hubo un tiempo en que los mallorquines, menorquines, ibicencos y formenterenses sabían muy bien que las costas del Magreb están mucho más cerca de las islas que la capital de España. Hace sesenta y tantos años, cuando estos hechos sucedían, las islas Baleares eran una región pobre y aislada en un país subdesarrollado y aislado. La dictadura, por la gracia de Dios, impedía el “contagio” de las ideas democráticas. Económicamente, el régimen se empeñaba en la autarquía. Pero hacia el sur los baleares tenían una escapatoria que conocían desde tiempos inmemoriales.
Distante tan sólo 300 kilómetros del sur de Mallorca, Argelia había sido durante siglos destino de comercio, tanto legal como ilegal, para los marinos isleños. Ya desde la primera mitad del siglo XIX, la Argelia francesa atrajo riadas de inmigrantes menorquines que contribuyeron a la colonización europea del territorio. A principios del siglo pasado, el contrabandista y financiero mallorquín Juan March situaba a sus hombres de confianza en Argel para garantizarse el suministro de tabaco. A partir del final de la Segunda Guerra Mundial, la dinámica economía argelina, bajo administración gala, absorbió un nuevo flujo de inmigración isleña. Los mallorquines, tal como recoge la obra de Ferrà-Ponç, se iban a Argelia “porque en Mallorca había mucha hambre y poco trabajo”. En esa África tan próxima había mucho trabajo en la construcción y los salarios eran el doble o el triple que en España. Además, las autoridades francesas favorecían la inmigración europea y solían hacer la vista gorda con los “sin papeles” españoles que arribaban a la colonia. Después de ser fichados por la gendarmería y de una breve estancia en prisión, los inmigrantes clandestinos isleños, ayudados por algún familiar o paisano, acababan regularizando su situación. Muchos prosperaron, como los alicantinos y otros españoles que emigraron masivamente a Argelia. Se convirtieron en ciudadanos franceses. Perfectos colonos de un Magreb bajo dominio europeo.
 
A partir de la segunda mitad de los cincuenta, las agujas del reloj de la historia empiezan a correr en dirección opuesta a uno y otro lado del Mediterráneo. Mientras las Baleares conocen el “boom” turístico que va a generar una riqueza jamás conocida en el archipiélago y van a conectar las islas con el exterior, la guerra de independencia de Argelia ensangrienta el país y hunde la economía. En los años venideros, Argelia se va a vaciar de europeos. Y las Baleares, convertida en una de las regiones más ricas de una España en pleno desarrollo, atraerá a cientos de miles de trabajadores foráneos que harán funcionar la mayor industria turística del Mediterráneo. El último capítulo de esta historia paralela se escribe a partir de 2006, cuando la Guardia Civil intercepta en Mallorca la primera patera procedente de Argelia con tres inmigrantes indocumentados a bordo. Desde entonces, 28 pateras con 273 inmigrantes han arribado a las costas baleares. La  más reciente fue localizada el pasado 24 de junio en la isla de Cabrera, con 12 inmigrantes a bordo. El 95% de los inmigrantes llegados desde 2006 eran de nacionalidad argelina. 
 
Muchas de estas embarcaciones de fortuna han sido halladas en las mismas calas del sur de Mallorca de donde partían, sesenta años antes, los mallorquines en busca de Eldorado argelino. Entre la Guardia Civil y los jóvenes argelinos a la fuga, los turistas han servido de testigo de excepción a este singular cruce de destinos mediterráneos. Pero las autoridades españolas actuales son mucho menos comprensivas con los “sin papeles” magrebíes que sus homónimos franceses lo eran con los “sin papeles” baleares en la Argelia colonial. El procedimiento previsto actualmente es implacable: detención en las dependencias del Cuerpo Nacional de Policía, traslado a un centro de internamiento para extranjeros en la Península, expulsión al país de origen en un plazo máximo de 60 días. La historia sigue su curso. Mientras, bajo la luna, las calas recónditas aguardan nuevos desembarcos. Ellas siempre supieron guardar el secreto.
 

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