Opinión

Batalla política por el control de la CE en Bruselas

Víctor Arribas

Pie de foto: Miembros del Parlamento Europeo votando durante una sesión plenaria, en Estrasburgo. AFP/FREDERICK FLORIN.

Los europeos han votado este domingo con el matizable entusiasmo que supone superar el 50% de participación. Es un dato elevado para lo que acostumbran los comicios que eligen cada cinco años los representantes de casi quinientos millones de votantes en el proceso electoral transnacional más grande que existe. Haber conseguido ese incremento en el índice de voto les hará mostrar autocomplacencia en la cumbre informal que comienza en Bruselas, en la que todos se podrán felicitar igualmente por haber salvado el ‘match ball’ de la presión euroescéptica, algo que han logrado también de manera matizable: que Italia, Reino Unido, Francia o Polonia hayan contemplado la victoria en las urnas de opciones nacionalistas contrarias al espíritu de la institución europea en la que aceptan ser albergados, no es una buena noticia para el proyecto comunitario, aunque queda endulzada con la salvaguarda de la mayoría en la Eurocámara.

La capacidad de bloqueo queda lejos de Farage, Le Pen, Salvini y Orbán, y eso es lo que hoy van a celebrar con un suspiro de alivio los líderes de la UE. Aunque también hay malas noticias: en España, los antieuropeístas que actúan cada día contra las estructuras de la Unión desafiando su legalidad, léase los independentistas de Junts y Ahora Repúblicas, han copado casi la mitad de los votos, y van a utilizar sus cinco diputados para intentar horadar más aún la institución desde dentro, con dos eurodiputados tan echados al monte como Puigdemont y Junqueras. En general, el nuevo Parlamento Europeo tiene mayorías sólidas con tres bloques: socialistas-demócratas (S&D), populares (PPE) y liberales (ALDE), con la posibilidad de sumar a sus 436 representantes los 58 del grupo de conservadores y reformistas (ECR) e, incluso, por qué no, los 70 del grupo verde, que en Alemania han logrado la segunda posición tras los conservadores.

La otra gran cuestión nuclear que será debatida en la cena informal es en manos de quién queda la presidencia de la CE, tras muchos años ocupada por opciones populares. Socialistas y liberales maniobran para arrebatarles la Comisión Europea y por eso se ha escenificado el primer movimiento público en el palacio de El Elíseo, una reunión entre Macron y Sánchez para dar a entender que están buscando ese entendimiento de conveniencia al ser la primera reunión tras la cita de los europeos con las urnas. No sólo preocupa el auge nacionalista y antieuropeo de los líderes populistas mencionados arriba. También se habla del futuro de la UE ante el acoso diplomático, comercial y militar de Trump, y de la renovación de los cargos institucionales. Pero salvo en España, pocos han dado importancia al encuentro de París: la prensa francesa, por no hablar de la del resto de Europa, le ha dado bastante menos relevancia a esa cita que la española, ya que en ninguna de sus portadas figura la foto del almuerzo entre los dos presidentes. Más parecía un encuentro de importancia doméstica para la política española, enredada en las negociaciones para constituir ayuntamientos, comunidades autónomas y el propio Gobierno central. En ese contexto, Macron y Sánchez han querido mostrar su posición inflexible contra los eurodiputados de fuerzas de extrema derecha, que en nuestro país llevan las siglas de VOX. Más allá aún, el rechazo a que en España se pacte con VOX por ser considerado como partido ultra, mientras no se dice nada respecto a independentistas y ultras de izquierda, que tienen el beneplácito del presidente francés, ya que no recae sobre ellos ni una palabra desde la atalaya parisina. Todo ello sin obviar una realidad que el inquilino de El Elíseo no podrá ocultar desde ahora y que le acompañará a modo de losa durante el resto de su mandato: ha sido superado en votos por Reagrupamiento Nacional, un voto de castigo que tal vez no se produjera en una segunda vuelta en las presidenciales, pero es un aviso muy serio hacia su forma de gobernar el país. 

Si se excluye a VOX de la negociación para buscar pactos de gobernabilidad por mero deseo de partidos y líderes que dan o quitan el carné de demócratas a los demás, se estará marginando a 124.000 votantes de esta formación política en el Ayuntamiento de Madrid y 283.000 en la Comunidad, y en el conjunto de las municipales se marginaría a 659.000 votantes, que se elevan a 1.388.000 en las europeas. Ocurriría exactamente lo mismo con un veto a los representantes de Podemos, que en Europa han conseguido seis diputados y que, pese a su batacazo histórico, están presentes en casi todas las instituciones democráticas españolas. Sería ilógico condenar al ostracismo a Salvini en Bruselas por la sola razón de que a los líderes en el poder no les guste su programa de reformas. Porque la Liga ha ganado las elecciones europeas en Italia. La democracia supone aceptar la decisión de los ciudadanos que ejercen su derecho libremente y quieren que sus representantes elegidos tengan voz y voto, sea cual sea su opción.