Opinión

Boris Johnson y la democracia de quita y pon

photo_camera El primer ministro británico, Boris Johnson, anunció el miércoles que la suspensión del parlamento se extendería hasta el 14 de octubre, sólo dos semanas antes de que el Reino Unido abandone la UE

En un sistema democrático como el español sería inconcebible que el presidente pidiera al Rey el cierre del Congreso y el Senado por interés propio. Aquí tenemos lo nuestro de todas formas, con seis meses ya de parálisis legislativa y de bloqueo al control parlamentario de un ejecutivo en funciones que defiende ahora lo contrario a lo que decía hace tres años. Pero esa sombra es diferente a la prerrogativa que Boris Johnson ha activado en pleno agosto, y que la Reina Isabel II ha aceptado sin recibir al líder de la oposición Jeremy Corbyn.

Westminster queda cerrado hasta octubre, pocos días antes de que acabe el plazo para el Brexit. La democracia soy yo, ha debido pensar el máximo dirigente británico para diseñar una maniobra como esta que evita una oposición parlamentaria a la salida brusca de la UE que está pregonando este sosias de Trump en el Viejo Continente. Viejo, pero altamente democrático, pese a los Boris Johnson que ha tenido en su dilatada historia. 

La situación ha provocado dudas de carácter constitucional en las islas, y eso que se trata de una Constitución no escrita ni recopilada en artículos como en el resto de países. La nonagenaria monarca británica ha decidido hasta ahora y, sobre todo, con este último movimiento, seguir el papel simbólico que le otorga la tradición. Esta dice que el cierre del parlamento puede llevarse a cabo en nombre de la Reina, y nadie se ha opuesto a ello.

Otra cosa son los cantos cada vez más elevados que piden a la jefa de la casa Windsor que deje su simbolismo neutral y baje a la arena para poner orden en el desastre político e institucional generado desde el referéndum de Cameron, el auténtico artífice del desaguisado ahora contando nubes junto a otros notorios fracasados. Las más respetuosas críticas que se han hecho en Reino Unido a esta medida excepcional desde hace unas horas van del “escándalo constitucional” (John Bercow, speaker de la Cámara) o “amenaza para la democracia” (Corbyn). Un mecanismo habitual como la prórroga parlamentaria anterior al discurso solemne de la Reina cada mes de octubre ha sido usado torticeramente, porque lo normal es solicitarla con dos semanas de antelación y no con seis. En una palabra, el primer ministro de tan corto recorrido (fue nombrado el pasado 24 de julio) para dar esquinazo a la más que probable negativa del parlamento a seguir sus posiciones a favor de una salida desordenada y dura

Boris está haciendo lo que Theresa May pensó que debería hacer, pero por motivos muy distintos. Ella no logró el apoyo de la institución parlamentaria a su acuerdo pactado de salida con la UE, y su sucesor quiere todo lo contrario, que la salida sea sin consenso ni entendimiento algunos si las circunstancias así lo exigen el último día de octubre. La vena populista de este último le lleva a pensar, y a actuar en consecuencia, que es la decisión del pueblo la que ordena todos los acontecimientos posteriores a su decisión soberana, pero eso choca con la legitimidad del parlamento, igualmente elegido de forma soberana por el pueblo

Lo que ocurre en Londres no es un hecho aislado. Estos días han coincidido en dos países las maniobras de mandatarios para restar poder al parlamento. En Italia, Salvini lanzó una moción de censura contra el primer ministro al que apoyaba en su mismo gobierno, con el fin de llegar a elecciones por la vía rápida y dar por concluida la legislatura y el mandato del parlamento de la República, que consta de Cámara de Diputados y Senado. No le ha salido bien la jugada porque su estratagema ha movido a un pacto entre sus antiguos socios del Movimiento 5 Estrellas y el Partido Demócrata, una alianza más natural que aquella a la que Salvini ha pertenecido durante meses.

La crisis de los inmigrantes, la reunión del G-7 en Biarritz con un Macron desesperadamente activo para recuperar la iniciativa que recae en manos del populismo políticamente incorrecto (Trump, Salvini, Bolsonaro), la debilidad no solo física de Angela Merkel y este nuevo escenario británico de incertidumbre confirman una crisis de liderazgo que comienza a hacerse insoportable en el mundo, y que desde luego lo es en Europa, donde las recientes elecciones comunitarias han confirmado ese maremágnum de siglas y tendencias sin un dominador claro de la escena que marque el norte del continente